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Erdogan y la oposición turca pugnan por el voto con la promesa de echar a los refugiados sirios

La oposición ofrece expulsar a los cuatro millones de asilados en dos años y el Gobierno busca acercarse a Damasco con el mismo objetivo. Muchos acogidos no ven futuro en Turquía y se plantean emigrar a Europa

Un niño sirio en el interior de una tienda de campaña utilizada como refugio en un mercado público en el distrito de Islahiye de Gaziantep, en febrero de 2023.
Un niño sirio en el interior de una tienda de campaña utilizada como refugio en un mercado público en el distrito de Islahiye de Gaziantep, en febrero de 2023.Khalil Hamra (AP)
Andrés Mourenza

Tras la imponente estatua ecuestre de Atatürk, en la plaza Balikli del centro de Gaziantep, un inmenso cartel desplegado en la fachada de un edificio afirma: “Cuando echemos a 13 millones de refugiados, esta bolsa [de la compra] será más barata”. Este mensaje centra la campaña del Partido de la Victoria (ZP, por sus siglas turcas) para las cruciales elecciones del próximo 14 de mayo y establece un nexo entre dos de las mayores preocupaciones de los votantes turcos: la elevada inflación (ronda el 50%) y el futuro de los cuatro millones de refugiados —fundamentalmente sirios— que acoge Turquía (con una población total de 85 millones). El ZP es una formación ultraderechista que ha saltado a la palestra en los últimos años con mensajes xenófobos y una burda manipulación de los datos de población extranjera en el país. Las encuestas indican que no logrará representación parlamentaria y que su candidato a las elecciones presidenciales, Sinan Ogan, no alcanzará más de un 2% o 3% de los votos. Sin embargo, sus ideas sí se han instalado en el debate público y todos los partidos políticos turcos compiten por convencer a los electores de que echarán a los sirios de una vez por todas.

“Hay una carrera entre Gobierno y oposición por usar la cuestión siria para conseguir más votos, porque, es cierto, en la calle se demanda que este tema se resuelva. Pero nosotros no vinimos aquí de vacaciones, sino obligados por las circunstancias”, explica, apesadumbrado, un joven directivo de una ONG siria que reside en Gaziantep desde 2014. Como la mayoría de los sirios entrevistados para este reportaje, pide no publicar su nombre por miedo a las consecuencias. “Vivimos aterrorizados”, añade un veterano activista vinculado a la oposición siria: ”Contamos las semanas, las horas, los minutos que quedan para que acabe esta campaña electoral”.

Al inicio de la guerra civil en Siria, hace más de una década, Turquía abrió las puertas a quienes escapaban de la persecución, los bombardeos del régimen y los combates. La mayoría de la sociedad turca apoyaba esta hospitalidad hacia los “hermanos sirios” que promovía su presidente, Recep Tayyip Erdogan, y que todos pensaban que sería algo provisional: no en vano, el estatus del que gozan los sirios en Turquía no es el de refugiado, sino el de “protección temporal”. Pero el hecho de que el presidente sirio, Bachar el Asad, se haya impuesto militarmente —con ayuda de Rusia— ha alejado la perspectiva de cualquier vuelta a casa para millones de simpatizantes de la oposición y los rebeldes, que se han quedado en Turquía y han echado raíces. Sin embargo, entre los turcos, la hospitalidad inicial ha ido dando paso a un sentimiento contrario a los refugiados cada vez más extendido.

“A nuestros hermanos sirios les quiero decir que, como máximo en el plazo de dos años, los enviaremos de vuelta a su país”, ha repetido en numerosos mítines el socialdemócrata Kemal Kiliçdaroglu, candidato de la principal plataforma opositora y al que las encuestas muestran como favorito, con entre dos y tres puntos más de apoyo que el actual presidente. Aunque las leyes, pese a todo, impiden expulsar sin motivo a quienes gozan de protección internacional, la oposición ha visto en la cuestión de los refugiados uno de los puntos débiles del Gobierno de Erdogan y se ha lanzado a explotarlo en todos los ámbitos. Por ejemplo, para solucionar el problema de la vivienda y los elevados precios del alquiler, Kiliçdaroglu anunció que, de llegar al poder, prohibirá a los extranjeros adquirir casas, pese a que apenas suponen el 5% de los compradores. “Da igual que me llamen racista […], cuando enviemos a su país a los refugiados en el plazo de dos años, los precios se estabilizarán”, dijo en un vídeo publicado en redes sociales la semana pasada.

El Gobierno de Erdogan también ha dicho en campaña que tratará de buscar un acuerdo con Siria para retornar a los refugiados y ha incrementado las deportaciones a las zonas bajo su control en el norte del país vecino.

Al convertir a los refugiados en el chivo expiatorio y acusarles de ser la causa de los altos precios, de la falta de empleos, de los elevados alquileres o de la inseguridad, parte de la sociedad turca ha dado rienda suelta a los instintos más xenófobos. “El problema es que no se penaliza este discurso de odio, y eso hace que cada vez se utilice más”, se lamenta el opositor sirio.

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Selami y Yusuf, dos jubilados turcos, beben sus tés con parsimonia en un local del centro de Gaziantep. Se quejan de los precios, de que su pensión no les alcanza y de que dependen de las remesas que sus hijos, emigrados a países de la UE, les envían para llegar a fin de mes. Ambos votarán por partidos de la oposición. “Desde que llegaron los refugiados, este país se ha ido a la mierda. ¡Que vuelvan a su país y luchen por él!”, dice Yusuf. A medida que la conversación se adentra en el tema de los sirios, las acusaciones se hacen más y más rocambolescas. “Erdogan está entrenando a estos refugiados sirios y afganos para desatar una guerra civil si pierde las elecciones”, sostiene Selami. No es extraño escuchar esta teoría de la conspiración entre quienes apoyan a la oposición turca.

Vivir con miedo a la deportación

En Gaziantep, donde residen algo más de 450.000 sirios (casi un 20% de la población de la provincia), no se han registrado grandes episodios de violencia, como sí se han dado en otras provincias. Con todo, la comunidad siria vive cada día con aprensión. “Tienen miedo de cometer cualquier error, aunque sea una mínima infracción de tráfico, porque ello puede suponer que te deporten al norte de Siria [bajo control turco y de organizaciones islamistas]”, dice el directivo de la ONG. “Una queja o una denuncia de un vecino turco también puede suponer la deportación, sin pasar por un tribunal ni poder defenderte”, afirma otra activista siria. Esa condición de habitantes de segunda clase convierte a los trabajadores sirios en mano de obra cautiva para la potente industria del textil y el calzado de Gaziantep: “Trabajan por salarios muy por debajo del que cobran los turcos, durante muchas más horas y sin seguridad social. Por eso los empresarios turcos los prefieren, y por eso los trabajadores turcos los odian”, asegura el político opositor sirio, que define la situación como “explosiva”.

Hay otro problema: aunque en algunos sectores como los de la ayuda humanitaria, la educación y algunas profesiones liberales hay colaboración entre turcos y sirios, en general son dos sociedades que viven una de espaldas a la otra. El directivo de la ONG reparte las culpas: “Muchos no hemos aprendido la lengua turca porque pensábamos que El Asad caería y podríamos volver a nuestro país”, pero también lamenta que el Gobierno turco no haya invertido lo suficiente en integración.

El plan presentado por la oposición en caso de victoria electoral consiste en llegar a un acuerdo con El Asad para garantizar un regreso “seguro” de los refugiados. Y también, de acuerdo a una fuente de uno de los partidos de la plataforma opositora, en ir reduciendo las prestaciones y ayudas que reciben los acogidos —parte de las cuales están financiadas por la UE— para que se marchen. El Ejecutivo de Erdogan también ha copiado el plan opositor y desde hace meses busca una reconciliación con el régimen sirio con el mismo objetivo de devolver a los refugiados.

El abogado turco Cumali Simsek, que forma parte de la comisión sobre migración del Colegio de Abogados de Gaziantep, cree que, además de las consideraciones morales y jurídicas —la legislación turca e internacional prohíbe las expulsiones colectivas—, el plan opositor será un desastre para Gaziantep desde el punto de vista socioeconómico: “¿Qué ocurrirá si, de repente, expulsas a una quinta parte de la población? ¿Qué ocurrirá en las fábricas y talleres donde trabajan? ¿Qué ocurrirá con los negocios donde hacen la compra? Eso nos terminaría afectando a todos”.

La perspectiva de una normalización entre el régimen de Damasco y Turquía —el último país de la región que sigue apoyando a los rebeldes sirios— aterra a los refugiados, pues ninguno quiere regresar a una tierra donde sigue mandando el culpable principal de su huida. “Es algo muy peligroso. ¿Nos deportarán a territorio del régimen si El Asad lo pide? La mayoría no podemos volver a esa dictadura. En mi caso, iría directa a prisión”, denuncia la activista. Por eso cree que “no hay futuro” para los suyos en Turquía: “Si gana la oposición, mal. Pero si gana Erdogan, mal también, porque las deportaciones han aumentado con él. Por eso, muchos sirios están pensando en emigrar a la Unión Europea, aunque sea de manera irregular, pese a los peligros de la ruta”.

Taha Elgazi, de la Plataforma por los Derechos de los Refugiados y residente en Estambul, explica que, junto a otras asociaciones, ha planteado a Naciones Unidas que empiece a negociar vías de emigración ordenada a terceros países, porque la situación “pinta muy mal”. Y el problema, añade, es también para Turquía: “Los sirios nos iremos algún día, a nuestro país o a otro. Pero esta mentalidad racista que están promoviendo no se disipará. Hoy van a por los sirios, mañana irán a por las minorías de este país”.

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