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ENTREVISTA | MICROBIÓLOGA Y DIVULGADORA CIENTÍFICA BRASILEÑA

Natália Pasternak: “El movimiento antivacunas creció con Bolsonaro”

La microbióloga brasileña advierte de posibles brotes de enfermedades ya desaparecidas

Jon Martín Cullell
La microbiologista brasileña Natália Pasternak.
La microbiologista brasileña Natália Pasternak.Cortesía

Natália Pasternak (46 años, São Paulo) fue la voz de la razón en un Brasil tomado por las noticias falsas sobre la pandemia. Día sí, día no, esta microbióloga y divulgadora científica, directora del Instituto Cuestión de Ciencia, escribía columnas o aparecía en televisión para desmentir el río continuo de falsedades, desde el uso de medicamentos no probados a las dudas sobre las vacunas. Participó como experta en la comisión parlamentaria que terminó por acusar al presidente Jair Bolsonaro de crímenes contra la humanidad por la gestión de la crisis.

Pese al fin de la pandemia, que dejó 660.000 muertes en el país, la divulgadora teme que el discurso del presidente haya calado y tenga consecuencias duraderas si no se vuelve a invertir en campañas de vacunación. “Corremos el riesgo de ver enfermedades como la poliomielitis o el sarampión que no hemos tenido en mucho, mucho tiempo”, dice en entrevista por videoconferencia desde Nueva York, donde es investigadora de la Universidad de Columbia.

Pregunta. Usted y otros divulgadores fueron blanco de ataques por desmentir falsedades sobre la covid-19. ¿Cómo vivió eso?

Respuesta. A nadie le gusta ser difamado o maldecido cotidianamente. Fui atacada por senadores. Uno hizo una presentación de PowerPoint sobre mí con un montón de mentiras sobre mi currículum. Dijo que no era doctora, lo que nunca dije que fuera. Soy microbióloga y él repetía: “Esta mujer no es doctora y nunca ha publicado un artículo científico”. Basta con mirar mi currículum. Ahí está mi trabajo. Luego hubo videos difamatorios sobre mí diciendo que ni siquiera era graduada en biología, que mi carrera era toda una mentira, que fui construida por Globo [el grupo de medios de comunicación]. Fue tan surrealista que era hasta divertido.

P. ¿Cómo evalúa la respuesta del Gobierno a la pandemia?

R. Fue mala, muy mala incluso en comparación con países como Estados Unidos, que tampoco tuvo una respuesta ejemplar. Un país que ni siquiera tiene un sistema de salud pública. Brasil podría haberlo hecho mucho mejor. Tenía la capacidad porque es un país con tradición, tanto de desarrollo de vacunas como de campañas. En materia de medicamentos, fue un desastre. El propio Ministerio de Salud promovió medicamentos no probados, como la cloroquina y la ivermectina. E incluso cuando otros países abandonaron esa idea, Brasil continuó. Fue desinformación oficial y eso es muy peligroso, porque por muy malo que sea el Gobierno, la gente confía en lo que viene del Ministerio de Salud. En el tema del distanciamiento social y el uso de mascarillas, nunca hubo políticas públicas claras. Afortunadamente, somos una Federación y los Estados tenían la autonomía para hacerlo.

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P. ¿Qué pensó cuando el presidente dijo que la covid era una “gripecita”?

R. Cuando lo dijo justo al comienzo de la pandemia creo que todavía tenía la excusa de la ignorancia. Ahora, cuando se confirmó que era una enfermedad grave y que provocaba la muerte, esta declaración se volvió cruel e irrespetuosa. Y siguió diciéndolo. El presidente grabó videos imitando a la gente que moría de asfixia. Ver a un jefe de Estado haciendo eso es increíble.

P. ¿Se pudieron haber evitado parte de esas 660.000 muertes?

R. Sí. Un artículo de la revista The Lancet muestra que tres cuartas partes de las muertes en Brasil podrían haberse evitado con políticas públicas para fomentar el uso de mascarillas, la vacunación. Con políticas públicas basadas en la ciencia.

P. ¿El discurso de Bolsonaro puede tener consecuencias a largo plazo? Usted ha hablado de un crecimiento del sentimiento antivacunas.

R. Bolsonaro tendrá consecuencias en la percepción de la ciencia, la salud. Eso es seguro. El daño que ha causado perdurará. El movimiento antivacunas no es causado por Bolsonaro. Ya existía antes, pero era un movimiento de nicho, centrado en una élite más rica y muy ligado al rechazo de los productos químicos. Brasil era un país que anteriormente no tenía dudas sobre las vacunas. Siempre ha tenido tasas de inmunización muy altas y un programa de vacunación para poner celosos a muchos países del primer mundo. Con Bolsonaro y el crecimiento de la extrema derecha, este movimiento comenzó a vincular el tema a la libertad de vacunar, creció y ganó un aspecto político e ideológico.

P. ¿Necesitará tiempo el país para recuperar esa confianza perdida?

R. Necesitará tiempo e inversión, porque perdimos muchos años de campañas de vacunación. Con Bolsonaro, la inversión ha disminuido de una manera drástica. Entonces tendremos que reconstruir el Programa Nacional de Inmunización e invertir fuertemente en aclarar la importancia, necesidad, y seguridad de las vacunas. En 2021, teníamos una tasa de cobertura de vacunación contra la poliomielitis del 67%, antes era del 90%. Esta caída es extremadamente preocupante. Si no podemos restaurar los programas de vacunación, corremos el riesgo de ver enfermedades como la poliomielitis o el sarampión que no hemos visto en mucho, mucho tiempo.

P. ¿Qué espera del próximo Gobierno?

R. Espero que acerque a los científicos al Parlamento, al Ejecutivo, a la construcción real de políticas públicas. Hay países que tienen consejos científicos y de asesoramiento al Gobierno. Los ministros no tienen que ser científicos, pero necesitas tener una conversación. Creo que esto es lo más importante para el próximo presidente, que tenga a la ciencia como aliada. En este Gobierno, ciertamente se ha perdido el respeto a la ciencia. Es un Gobierno negacionista que niega la realidad que no le conviene.

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Sobre la firma

Jon Martín Cullell
Es redactor de la delegación de EL PAÍS en México desde 2018. Escribe principalmente sobre economía, energía y medio ambiente. Es licenciado en Ciencias Políticas por Sciences-Po París y máster de Periodismo en la Escuela UAM- El PAÍS.

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