Bukele consuma su asalto al poder en El Salvador
El anuncio del presidente de que se presentará nuevamente a las elecciones pese a estar prohibido profundiza su deriva autoritaria
La democracia salvadoreña quedó herida de muerte desde que el jueves por la noche el presidente, Nayib Bukele, anunció que se presentará nuevamente a las elecciones de 2024, lo que le permitirá seguir en el poder hasta 2029. Aunque la Constitución prohíbe claramente la reelección, Bukele, de 41 años, solo necesitó “conversar el tema con su esposa”, para tomar una decisión que hace saltar por los aires la actual estructura legal del país, anunciada en la cadena nacional durante las celebraciones por el día de la Independencia.
La noticia fue celebrada por los invitados a la casa presidencial como si se tratara del gol en el último minuto de un partido de fútbol: con sus ministros puestos en pie agitando el brazo, levantando los pulgares y sonriendo a las cámaras con gritos de “reelección, reelección”.
Acompañado de su esposa y frente a un cuadro de monseñor Arnulfo Romero, el santo mártir asesinado por los militares en 1980, el anuncio del presidente milenial que hizo del bitcoin moneda oficial fue el punto final a una larga lista de maniobras destinadas a atornillarlo al poder. Por un lado, derribar el armazón legal y por otro elevar su popularidad entre los salvadoreños, que hoy supera el 80%, el más alto del continente según distintas encuestas.
Inicialmente no lo tenía fácil: la Constitución salvadoreña aprobada en 1983 y modificada en 1992 tras la guerra civil está diseñada para impedir las dictaduras y el surgimiento de caciques. Por ello prohíbe la reelección inmediata en tres artículos distintos. El artículo 154 señala que “el período presidencial será de cinco años sin que la persona que ejerza la Presidencia pueda continuar en sus funciones un día más”. El 248 prohíbe las modificaciones a la “alternancia en el ejercicio de la presidencia de la República” y el 88 aclara que “el principio de la alternancia es indispensable para el mantenimiento de la forma de gobierno (…) y la violación de esta norma obliga a la insurrección”.
Nada de esto ha frenado a Bukele que, desde su llegada al poder en 2019, ha ido dinamitando todos los contrapesos que lo alejaban de su objetivo. Crecido tras la apabullante victoria de febrero de 2021 que le dio el control total de la Asamblea, en mayo de ese mismo año reemplazó al Fiscal General, aunque su periodo de gobierno seguía vigente, y obligó a los jueces de la Sala Constitucional de la Corte Suprema a aceptar su propia dimisión, que firmaron coaccionados por policías enviados a la puerta de sus domicilios. Cuando llenó la justicia de títeres afines, estos avalaron en septiembre su reelección con el argumento de que impedirlo sería quitarle derechos a la población. “Atar la voluntad del pueblo a un texto que respondía a necesidades, contextos o circunstancias de hace 20, 30 o 40 años ya no es una interpretación de derechos, sino una restricción excesiva disfrazada de legalidad”, dijo la nueva Corte.
Para lograr el respaldo popular, Nayib Bukele, que se ha definido como “el presidente más cool del mundo”, anunció una guerra sin cuartel contra las pandillas violentas, después de que se rompiera el pacto que hasta entonces mantenía su Gobierno con las maras. En marzo declaró un estado de excepción que le permite gobernar desde entonces con poderes especiales por el tiempo que considere, ya que los diputados de su partido aprueban una y otra vez sin debate alguno cada prórroga que solicita.
En su anuncio del jueves, Bukele insistió en la idea de que solo con él ha llegado la verdadera libertad al país al terminar con las maras, gracias a una estrategia de mano dura que ha enviado a la cárcel a más de 80.000 personas en pocos meses, muchos de ellos por el mero hecho de llevar tatuajes o mirar mal a un policía en la calle, según datos de la Fundación de Estudios para la Aplicación del Derecho (Fespad). La consecuencia es que hoy El Salvador, que tiene casi 6,5 millones de habitantes, es el país del mundo con mayor cantidad de encarcelados por cada 100.000 habitantes. “Trazamos nuestro propio destino y no obedecimos los dictados internacionales”, dijo el presidente en el discurso del jueves. “El Salvador ahora está tomando sus propias decisiones. Eso ha quedado claro para todos”.
“¿Por qué no podemos copiar países donde las cosas van bien?”, dijo, después de leer los 39 países desarrollados que cuentan con reelección en su Constitución. “Las reelecciones están prohibidas en países del tercer mundo. Qué casualidad”, dijo Bukele, “la gente debería tener derecho a rechazar o aprobar el rumbo que sigue. ¿Por qué descartar el camino si está funcionando?”, enfatizó. Una corte de diputados, ministros y autoridades aplaudían cada frase.
La prohibición de la reelección forma parte de la Constitución de la mayoría de los países latinoamericanos, y cobra especial importancia en una región que ha sufrido décadas de dictaduras militares. En El Salvador, se trata de un mandato que apareció por primera vez en 1841 y fue incluido en la actual de 1983. Frente al tsunami Bukele no queda casi nadie. La prensa es vapuleada un día sí y otro también; muchos jueces, fiscales y organismos de derechos humanos están en el exilio y la oposición política no tiene ni nombres ni candidatos para hacerle frente. La comunidad internacional ―principalmente Estados Unidos, único país capaz de hacer recapacitar al mandatario― fue duramente vapuleada durante su anuncio como parte de un supuesto complot para aniquilar la soberanía salvadoreña. El año pasado, Estados Unidos condenó las maniobras de Bukele y el embajador estadounidense interino lo comparó con Hugo Chávez.
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