El G-7 busca contrarrestar la influencia de China en los países en desarrollo
El grupo perfila planes de inversión en infraestructuras por un valor de 570.000 millones de euros hasta 2027 en el marco de la gran competencia global con el gigante asiático
La guerra en Ucrania es el epicentro de un terremoto global y es protagonista absoluta de la agenda del G-7 que se celebra en Alemania. Pero los líderes de las grandes potencias industriales democráticas reunidos en su cita anual no pierden de vista el desafío del auténtico competidor estratégico del siglo XXI: China. Con esa perspectiva, el grupo ha manifestado este domingo su voluntad de impulsar de forma coordinada grandes planes de inversiones en países en desarrollo que buscan contrarrestar la proyección de influencia que Pekín va acumulando desde hace años con ese tipo de esquemas. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha anunciado en ese marco un programa para movilizar unos 190.000 millones de dólares de capital público y privado hasta 2027.
El impulso estadounidense da nuevo brío a la contraofensiva inversora frente a Pekín. La UE ya lanzó a finales del año pasado su plan en este sector, con la intención de movilizar 300.000 millones de euros, también con 2027 como horizonte para completar el desembolso. En conjunto, el grupo confía en lograr inyectar alrededor de 570.000 millones de euros en proyectos especialmente centrados en las áreas de sanidad, energía, digitalización e igualdad de género.
La idea de fondo, subrayada por el canciller alemán, Olaf Scholz, anfitrión de la cumbre, es plantear a los posibles receptores de fondos unos esquemas de inversión más atractivos que los chinos precisamente por su apego a los valores democráticos, con todas las derivadas que estos tienen en términos de transparencia, responsabilidad y otros conceptos. Los distintos líderes se han sucedido en intervenciones que recalcaban los rasgos de la iniciativa, denominada Partenariado para Inversión e Infraestructura Global, como una acción conjunta de países democráticos. Es otro fleco de competición en un mundo que vive una creciente polarización y corre el riesgo de precipitarse a la confrontación.
Biden anunció la puesta en marcha de algunos proyectos concretos, como un centro de producción de vacunas en Senegal, una gran planta de energía solar en Angola o el tendido de cables de conexión submarina entre el sureste asiático, Oriente próximo y Europa occidental. El presidente subrayó que, en conjunto, esto no debe verse como “un plan de ayuda humanitaria sino como una oportunidad de compartir una visión positiva de futuro”. “Cuando las democracias demuestran de qué son capaces, pueden vencer cualquier competición”, remachó, en una alusión a la competencia geopolítica con China y a la rentabilidad de la profundización de lazos con países en desarrollo.
La lógica del proyecto es en abstracto contundente, pero los obstáculos que encara resultan grandes. De entrada, China ha logrado amplia ventaja implementando inversiones en muchos países en desarrollo desde hace años. Después, si los rasgos democráticos pueden parecer una virtud, cabe sospechar que en muchos casos resulten casi un lastre, con la perspectiva de tantos regímenes autoritarios que prefieren créditos chinos que no tienen vinculados requerimientos o críticas de ningún tipo frente a relaciones con países con atención a derechos humanos.
Aunque en términos geopolíticos el plan es eminentemente pensado como respuesta a China, no obstante, tiene derivadas de interés inmediato en el contexto del conflicto en Ucrania. Como señaló el presidente del Gobierno de Italia, Mario Draghi, parte de las inversiones pueden dirigirse a facilitar en el corto plazo mejoras en las infraestructuras del mercado del gas. Draghi exhortó en esa dirección, pero animando a contemplar para esas inversiones capacidad de conversión para que puedan en el futuro vehicular hidrógeno, el gas limpio que está llamado a ser pieza clave en la transición energética.
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