Ni Pushkin ni Leningrado: la invasión acelera la desrusificación de Ucrania
Las autoridades del país prohíben la música de Rusia en las radios, derriban monumentos del legado conjunto y renombran calles como Tolstói y Chaikovski
Un monumento de la época soviética honraba en Kiev a 12 “ciudades heroicas” de la URSS por su papel contra las fuerzas del Eje en la II Guerra Mundial. Ahora, donde aparecían los nombres de Moscú, Leningrado o Brest están Mariupol, Irpin o Bucha. A principios de mes, un grupo de activistas quitó los nombres de todas las localidades rusas y bielorrusas (la mayoría) para dejar solo las ucranias ―Kiev, Sebastopol, Odesa y Kerch― y añadir pancartas con las ciudades ucranias más castigadas por la actual invasión rusa. También se puede ver el rastro de símbolos comunistas arrancados y una bandera ucrania sobre el tanque T-34 que participó en la defensa de Kiev en 1943.
Aquella fue una iniciativa privada que las autoridades locales apoyaron a posteriori. Este martes, en cambio, fue directamente el Ayuntamiento quien desmanteló uno de los principales símbolos de la capital de Ucrania: el monumento que celebraba desde 1982 la amistad entre los dos países hoy en guerra. “Rusia ha conmemorado su actitud hacia Ucrania con brutales asesinatos de ucranios pacíficos, la destrucción de nuestras ciudades y pueblos y el deseo de destruir nuestro Estado”, justificó el alcalde, Vitali Klitschko.
No son dos casos aislados. La invasión ha acelerado la desrusificación de Ucrania, iniciada con la independencia en 1991 y profundizada tras la anexión de Crimea y el inicio de la guerra en Donbás en 2014. Las medidas no solo afectan a los episodios históricos que más enfrentan a los dos países (aquellos que Moscú vive como parte de un pasado común entre hermanos y Kiev como la negación rusa de su identidad diferenciada), sino también a la cultura, como el fin de la música rusa en la radio, la retirada de una estatua del poeta Alexander Pushkin o la decisión de renombrar las calles dedicadas a Tolstói y Chaikovski.
Algunas son iniciativas oficiales; otras, hechos consumados de activistas, militares o paramilitares que luego condonan o aplauden las autoridades locales. Y la diana no es siempre lo puramente ruso, sino también lo soviético, percibido como un pasado ajeno, impuesto y centralizado en Moscú.
La ciudad de Ternopil, por ejemplo, ha quitado una estatua a Pushkin. “Los crímenes de los rusos contra el pueblo ucranio [...] han borrado la cultura del pueblo ruso. No nos dejan elección”, ha dicho su alcalde, Serhiy Nadal, tras subrayar que el escritor carece de vínculo alguno con la localidad. En Lviv, también en el Oeste, las autoridades retiraron el pasado día 16 una estrella roja de cinco puntas y un símbolo de la hoz y el martillo para llevarlos a Territorio del Terror, un museo dedicado a los regímenes dictatoriales. Lviv renombrará asimismo en mayo 30 calles dedicadas a personalidades o localidades rusas. “Pero no para cinco o 10 años y luego volver a cambiarlas, sino para los próximos 100 años”, señaló su alcalde, Andriy Sadovy, citado por la prensa local. La ciudad occidental de Uzhhorod lo hará con 58 calles asociadas a personajes rusos y en la oriental Dnipró vías como la avenida de Moscú dejarán de llamarse así.
Járkov, la gran ciudad rusófona y una de las más bombardeadas, es un claro ejemplo del papel acelerador de la desrusificación que desempeña la guerra. El pasado día 17, dos vehículos con militares desmantelaron allí un busto del mariscal soviético Georgy Zhukov y lo arrojaron a un vertedero. Una imagen del pedestal vacío con un grafiti con la frase “Gloria a Ucrania” y el escudo nacional apareció por el canal de mensajería Telegram. Tanto la retirada del monumento (demolido en junio de 2019 durante una manifestación y recolocado un mes más tarde por el Ayuntamiento) como el renombramiento de la avenida Zhukov como Petro Hryhorenko (un exmilitar soviético que acabó sus días exiliado en Estados Unidos por disidente) llevaban años envueltos en un embrollo político y legal que la invasión ha resuelto de un plumazo.
El canon cultural, vehículo de rusificación
“El odio a Rusia y a su uso de la cultura como arma en la guerra propagandística tiene mucho peso, especialmente desde la masacre rusa de civiles en Bucha”, explica por correo electrónico la periodista e historiadora británica Anna Reid, una de las grandes conocedoras de Ucrania y autora de Borderland: A Journey Through the History of Ukraine. “La Unión Soviética usó el canon cultural ruso (Pushkin, Tolstói, el ballet, etc.) como un vehículo de sovietización tanto como de rusificación. Se lo hizo tragar a la fuerza a los escolares de toda la URSS mientras los escritores no rusos eran semiignorados o incluso prohibidos. Por ello, quitar estatuas de Pushkin no es una protesta contra el propio Pushkin, sino contra un esfuerzo homogeneizador de Moscú de largo aliento”, añade.
Las radios han dejado ya de emitir la música pop y rock rusa que hacía las delicias de adultos y jóvenes. Un proyecto de ley, admitido a trámite en el Parlamento el pasado día 11, propone que no suene tampoco en televisión, transporte público, instituciones educativas y culturales, hoteles, restaurantes, cines y espacios públicos “hasta la liberación de todos los territorios ucranios ocupados”.
Una encuesta del pasado día 6 del grupo de estudios sociológicos ucranio Rating muestra el enorme apoyo tanto a estas medidas desrusificadoras, como a otras con tintes antidemocráticos. Un 76% apoya renombrar las calles, un 90% quitar el escaño a los diputados prorrusos, un 81% subir los impuestos a los empresarios ucranios que sigan operando en Rusia y un 51% vetar las actividades de la Iglesia Ortodoxa Ucrania – Patriarcado de Moscú.
El alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, anunció este martes el desmantelamiento de otros 60 monumentos, bajorrelieves y símbolos asociados a la URSS y Rusia, y el renombramiento de más de 460 calles. Alguien ha colocado ya pegatinas en la estatua de Pushkin situada en el parque homónimo, con una mano con el dedo corazón levantado y la famosa frase “Buque ruso, vete a la mierda”, con la que un militar ucranio respondió al marinero ruso que le exigía la rendición al principio de la guerra. Y el responsable del metro, Viktor Brahinsky, quiere renombrar las estaciones Amistad de los Pueblos, Plaza Lev Tolstói, Brest, Minsk y Héroes del Dniéper.
Pero no todos los símbolos en la capital se han visto afectados. A mediados de mes estaba intacta la estatua de Zoya Kosmodemiánskaya, partisana soviética asesinada por los nazis, que sí fue derribada en la castigada Chernihiv, al norte de la urbe. También diversas placas sobre líderes rusos y el museo en la histórica Cuesta de San Andrés de Mijail Bulgákov, el autor de El maestro y Margarita, nacido en Kiev y censurado por Stalin, pero de familia rusa.
Recuperar la lengua, la historia propia y los mitos previos a la Unión Soviética forma parte de la agenda política ucrania desde la independencia, en 1991. El fervor patriótico y las inevitables reacciones emocionales que despierta la invasión han impulsado un proceso que el presidente ruso, Vladímir Putin, aduce ahora como prueba de que la población de origen ruso está en peligro en Ucrania. Es el motivo por el que justificó el inicio de la ofensiva el pasado febrero.
La tendencia ganó enteros en los medios de comunicación a partir de la guerra de 2014 en Donbás, cuando Rusia apoyó a los separatistas de las provincias de Donetsk y Lugansk. Es lo que se llama “la cancelación de la cultura rusa”. Artistas e intelectuales ucranios argumentan desde las tribunas de prensa que es una acción inevitable. Así lo explicaba el novelista Andréi Kurkov a este diario: “Los rusos utilizan la cultura como un instrumento, sus clásicos sobre todo. La cultura contemporánea rusa no da para mucho. Es un poder blando del Kremlin, no es cultura de hecho”. Para el escritor, la aceptación de la cultura rusa y del legado común llegará dentro de 30 o 40 años.
Tras la revolución proeuropea del Maidán, en 2014, que expulsó del poder al presidente prorruso Víktor Yanukóvich, y el estallido de la guerra en el Donbás, se aprobó la ley de descomunización de Ucrania. Así, la calle en la que trabaja Kanyctiha no está dedicada a Lenin desde 2019 y lleva el nombre de Voskresenskaya, de la Resurrección. En la batalla por el nomenclátor hay también guiños a los enemigos de Rusia. Dzhojar Dudáyev, el líder del independentismo checheno en la década de los noventa, tiene calles en su honor en muchos municipios de Ucrania.
En los momentos posteriores al Maidán se produjo lo que se conoció como Leninopad, el derrumbe de estatuas de Lenin. Ya había sucedido en el oeste del país en los noventa, pero no en el sur y el este, donde ―recuerda la historiadora Reid― se llegó a divertidas soluciones de compromiso, como arroparla con una bufanda azul y amarilla (los colores de la bandera ucrania) en Sloviansk o disfrazarla de Darth Vader, en Odesa.
El ruso continúa siendo un idioma de uso común en el país, pero quedan pocas generaciones para que esto cambie. En la escuela número 8 de Berdichev, en el centro de Ucrania, dejó de utilizarse durante la guerra de Donbás. En los accesos a las instalaciones y a las aulas, las indicaciones aparecen en ucranio, inglés y hebreo —el municipio tiene un rico legado judío—, pero no en ruso.
En la vida cotidiana hay múltiples ejemplos, como en los nombres de la gente: la estudiante Daria Shapovalova pedía en Lviv ser llamada Darina, la versión ucrania del mismo nombre, y lo mismo puntualizaba la funcionaria del Museo de Historia de Dnipró Svetlana Kanyctiha: ella es Svitlana. Algunas refugiadas ucranias rusófonas contaban, ya tras cruzar a Polonia, que habían decidido a raíz de la invasión empezar a comunicarse en ucranio con sus amigos o esforzarse en convertirlo en casa en la primera lengua de sus hijos.
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