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Claves | Bulgaria, el eslabón más débil tras el corte del gas ruso

El final del suministro a Sofía y Varsovia pone en alerta a la UE y a los mercados gasistas, que temen que se trate solo de un primer movimiento

Logo de la gasista rusa Gazprom, en Sofía (Bulgaria).
Logo de la gasista rusa Gazprom, en Sofía (Bulgaria).SPASIYANA SERGIEVA (REUTERS)
Ignacio Fariza

Rusia cambia de pantalla en su relación con la Unión Europea, por mucha diferencia su mayor socio comercial. El Gobierno de Vladímir Putin cerró a primera hora de la mañana de este miércoles el grifo del gas natural hacia Polonia y Bulgaria, dos de los países más dependientes del combustible ruso, en el que es el primer corte de suministro a un país del bloque desde que empezó la guerra. Esa decisión ha disparado la tensión en la UE y en los mercados gasistas, que temen que sea solo un primer movimiento de muchos más.

¿Por qué Moscú corta el gas ahora?

El Kremlin alega que el problema reside en la negativa de ambos países a pagar el gas en rublos, como Rusia exige desde hace un mes para así estabilizar su moneda, que ya ha recuperado los niveles precrisis. Sin embargo, hay razones de peso para pensar que la medida es, más bien, una forma de desafío a la unidad de acción de la UE, que hasta ahora ha ido a una en este terreno.

La región más susceptible de sufrir nuevos cortes es, de largo, Europa del Este, donde la dependencia es mayor. En los países más occidentales del continente, y muy especialmente en España, el gas ruso representa una fracción mínima de lo consumido: entre enero y marzo no llegó ni al 7% del total, según los últimos datos del gestor del sistema gasista, Enagás. La península Ibérica cuenta, además, con la mayor red de regasificadoras del continente, lo que le confiere una dosis adicional de seguridad.

La UE, que ha tachado la acción de Moscú de “chantaje inaceptable”, se mantiene en sus trece: los Estados miembros no deben caer en la tentación de pagar el gas en rublos para quitarse el problema de encima. A pesar de que Gazprom ha aireado, a través de Bloomberg, que cuatro países de la Unión —sin identificar— habían dado su brazo a torcer, no hay ninguna confirmación oficial de que esa información sea certera.

¿Quién tiene las de perder?

A corto plazo, los países receptores. Para Rusia, que lleva ingresados 63.000 millones de euros por el gas, el petróleo y el carbón vendidos al exterior desde el inicio de la guerra, las exportaciones de combustibles fósiles a Polonia y Bulgaria son residuales sobre el total. Desde el punto de vista de Varsovia y Sofía, en cambio, el gas ruso es fundamental para atender las necesidades de sus hogares y empresas.

Ningún momento es bueno para dejar de recibir gas ruso, pero ahora —con la temporada de frío ya concluida— es la fase menos peliaguda del año. La primavera, sin embargo, es clave para el llenado de los depósitos de cara a un invierno, el próximo, que se antoja especialmente tenso incluso si la guerra termina pronto.

¿Cuánto dependen Polonia y Bulgaria del gas ruso?

El 55% del gas natural consumido por Polonia procede del país euroasiático, según los últimos datos de la Comisión Europea. Su segunda fuente primaria de gas es Qatar, con una cuota total que no llega al 14% del total. El caso búlgaro es aún más grave: Rusia cubre más de las tres cuartas partes de su demanda.

¿Qué alternativas tienen?

La primera y más inmediata pasa por redoblar la solidaridad entre países europeos: que Alemania, República Checa o Eslovaquia —en el caso polaco— y Rumania y Grecia —en el búlgaro— les suministren gas de urgencia para pasar este primer trago. Ese redireccionamiento urgente de flujos ya está ocurriendo: “Tanto Polonia como Bulgaria están recibiendo ahora gas de sus vecinos de la UE”, ha confirmado este miércoles la presidenta del Ejecutivo comunitario, Ursula von der Leyen. Paradójicamente, el origen primario de la mayor parte de ese combustible es, también, Rusia. Se da, además, la circunstancia de que una fracción no menor llega a través del ducto Yamal-Europa, que atraviesa Polonia rumbo a Alemania.

La segunda opción consiste en aumentar las importaciones de gas natural licuado (GNL, el que se transporta por barco) de otros suministradores, como Noruega, Argelia, Qatar, Australia o EE UU. Pero los altos precios, la tensión del mercado global —hay más demanda que oferta— y, sobre todo, la fragilidad de las infraestructuras de regasificación —el trasiego se hace con el combustible en estado congelado y después se tiene que devolver a estado gaseoso en plantas especialmente preparadas para ello— emergen como los principales escollos para llevarla a la realidad.

De acuerdo con el último conteo de Gas Infrastructure Europe (GIE), Polonia solo cuenta con una planta de este tipo, que ampliará a lo largo de este año. La segunda, ya planeada, no entrará en funcionamiento hasta 2025. Bulgaria, por su parte, no cuenta con ninguna instalación de este tipo: tendrá que esperar al año que viene para que pueda utilizar la planta flotante que compartirá con Grecia y que aún está en fase de construcción.

¿Cuánto tiempo pueden aguantar?

Todo depende de dos factores: cuánto gas puedan remitirles sus vecinos comunitarios y la velocidad a la que gasten el combustible que tienen almacenado. Y en ambos casos, Polonia está en una posición notablemente más cómoda: sus interconexiones con el resto del continente son mucho más robustas y sus reservas de gas están al 76%, el segundo nivel más alto de la UE, solo por detrás de Portugal. En Bulgaria, en cambio, los puntos de almacenamiento están solo al 17% de su capacidad, el segundo nivel más bajo del bloque tras Bélgica, según los datos de GIE.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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