El voto cazador, un ansiado trofeo en las presidenciales de Francia
Con cuatro millones de aficionados registrados y una sólida red nacional, los cazadores son cortejados por los aspirantes al Elíseo, conscientes de que su voto puede ser decisivo, sobre todo en la ajustada primera vuelta
El día amanece frío y brumoso en el bosque de Wailly, en el norteño departamento francés de Somme. Eso no estropea el buen humor de los casi 70 cazadores que se han dado cita, como cada jueves en temporada de caza, para disfrutar de una afición que reúne a personas de diversas edades y orígenes sociales: hay desde cirujanos retirados a barrenderos jóvenes y hasta una mujer —aunque cada vez son más, las cazadoras son aún una abrumadora minoría—. Les alegra la perspectiva de acabar la jornada con un par de presas, un jabalí o un ciervo. Si hay suerte, quizás caiga también alguna chocha. Pero lo principal es pasar unas horas de camaradería y naturaleza, lejos de las preocupaciones del día a día. “La caza es, ante todo, amigos que se juntan”, asegura Emmanuel Lavosier, de la asociación de cazadores de Somme. “Y cuando cazamos, no hablamos de política”, acota Yvon, un kinesiólogo responsable de uno de los grupos de batida con perros. Con el paso de las horas, sin embargo, el debate político acabará infiltrándose en la conversación. Saben que los cazadores son, en temporada electoral, una de las presas más codiciadas por una parte nada desdeñable de los candidatos a presidir Francia.
Willy Schraen no se cansa de repetirlo. El presidente de la Federación Nacional de Cazadores de Francia (FNC) se jacta de tener línea directa desde su oficina en las afueras de París, abarrotada de trofeos de caza, con los aspirantes al Elíseo. “Veo a todos los candidatos, he hablado con todos… con los candidatos normales”, precisa excluyendo de esa lista al izquierdista Jean-Luc Mélenchon y al ecologista Yannick Jadot, ambos críticos con la caza y favorables a prohibirla en fin de semana y durante las vacaciones escolares. Tampoco los invitó al tradicional encuentro preelectoral de la FNC, celebrado el 22 de marzo. Todos los demás aspirantes presidenciales estaban llamados a presentar su visión —y promesas— sobre la caza. Cuatro de ellos —la conservadora Valérie Pécresse, el ultra Éric Zemmour, el comunista Fabien Roussel y el rural Jean Lasalle— fueron en persona a cortejar el voto cazador. Otros dos, la ultraderechista Marine Le Pen y el presidente Emmanuel Macron, que arguyó la crisis ucrania para perderse un encuentro al que sí asistió en 2017, mandaron a representantes.
Se trata de una atención desmesurada si se tiene en cuenta que solo uno de cada cinco franceses es favorable a la caza y que la gran mayoría apoya prohibirla en festivos. Esta propuesta entró de lleno en la campaña tras un nuevo accidente de caza en febrero, cuando una joven de 25 años que paseaba por un bosque murió por una bala perdida de una cazadora en la región de Cantal.
Concesiones tanto a izquierda como a derecha
¿Por qué entonces tantos miramientos con los cazadores, a quienes los presidentes, tanto de izquierdas como de derechas, han hecho en las últimas décadas múltiples concesiones? Como Macron, que ha abaratado el precio del permiso de caza (lo que le costó la dimisión de su primer ministro de Transición Ecológica, Nicolas Hulot) y ha restablecido las cazas presidenciales con las que, hasta que Jacques Chirac acabó con ellas en 1995, los mandatarios franceses agasajaban a invitados especiales.
“Con la Revolución Francesa se produce la abolición de privilegios y, entre estos, figura el monopolio de la nobleza sobre la caza”, explica el antropólogo Charles Stéphanoff, autor de L’Animal et la Mort: Chasses, modernité et crise du sauvage, una investigación sobre los cazadores en Francia. Desde entonces, indica, en Francia “prevalece la visión popular de que la caza es algo para todo el mundo”.
Las cosas nunca fueron exactamente así y lo prueba el hecho de que tres cuartas partes de los bosques franceses son privados. No obstante, la idea de la caza como un “entretenimiento popular” recibió un nuevo impulso entre las clases obreras tras la II Guerra Mundial y prevalece hasta hoy. “La caza es un logro de nuestra historia, de la revolución (…) queremos seguir defendiendo una caza popular asequible a todos, no solo reservada a una élite popular”, declaró el comunista Roussel ante la FNC.
Motivaciones históricas aparte, hay un cálculo frío que no olvidan los candidatos ni de derechas ni de izquierdas.
“Somos un millón de votos”, resume en referencia a los franceses con una licencia de caza activa Lily, una cazadora de Amiens de 51 años que considera que los que se oponen a ella es “porque no han cazado nunca”. Y son más de cuatro millones si se cuenta a todos los cazadores con permiso, aunque no lo activen cada temporada.
La caza, además, une en una Francia rural cada vez más desposeída de servicios. “Si en el mundo rural no hubiera caza, no nos quedaría vida social, porque en el campo ya no quedan negocios abiertos y hay muy pocas asociaciones”, señala Emmanuel Lavoisier. Además, los cazadores están muy bien organizados: existen 70.000 asociaciones repartidas en las 35.000 comunas de Francia. “En cada pueblo tenemos una estructura de caza, somos la última red estalinista que queda en el mundo rural”, bromea —o no— Willy Schraen.
Sobre todo, los cazadores votan. Especialmente, asevera su presidente, si sienten su “pasión” amenazada, como sucede ahora con la propuesta de prohibir cazar en festivos. En 2002 llegaron a tener un candidato propio al Elíseo, Jean Saint-Josse, del partido Caza, pesca, naturaleza y tradiciones. Obtuvo el 4,2% de votos. Insuficiente para clasificarse a la final electoral, pero un porcentaje nada desdeñable (dobla las previsiones actuales para candidatos como la socialista Anne Hidalgo o Roussel), sobre todo en este 2022, cuando los márgenes entre los aspirantes a clasificarse junto al favorito Macron para la segunda vuelta son tan ajustados que cada voto cuenta más que nunca.
“Hoy en Francia, entre una primera y segunda vuelta, la diferencia puede estar en 400.000 votos. Y nosotros tenemos cuatro millones de personas con su permiso de caza en el bolsillo”, recuerda Schraen.
No es, necesariamente, una cuestión de izquierdas o derechas: según el instituto demoscópico Ifop, en 2012, el 28% de los cazadores votó por Nicolas Sarkozy y el 25% por Marine Le Pen, pero otro 23% apoyó al socialista François Hollande y hasta un 11% a Mélenchon. Cinco años más tarde, el 26% apostó por Le Pen, el 25% por Macron, el 24,7% por el conservador François Fillon y, nuevamente, el 16,7% por Mélenchon. “En el discurso político y mediático se habla de los cazadores como si fueran un ente unificado, todos en la misma cesta. Es como si habláramos de los músicos como un solo grupo sociológico, cuando hay desde raperos a cantantes de ópera”, advierte el antropólogo Stéphanoff.
Pero la caza los une, insiste Schraen. Una semana después de escuchar a los candidatos, dio su veredicto: “Votaré a Macron desde la primera vuelta”, anunció en Le Parisien. No obstante, aconseja a los demás aspirantes que no desestimen a los cazadores. “Señoras y señores candidatos —les recordó durante la convención— la caza no es una pasión como otras, es ante todo un modo de vida. Se puede cambiar de pasión, pero cambiar de modo de vida es inimaginable para muchos. No lo olviden”.
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