Macron resucita la escopeta nacional
El mandatario francés quiere recuperar la vieja tradición de las cacerías presidenciales, que suprimió Chirac
Las cacerías presidenciales fueron una institución en Francia, un auténtico centro de poder, una ceremonia que propiciaba el encuentro de personalidades francesas y extranjeras, en las que se podían agilizar negocios y acuerdos políticos. El mundo de la caza estaba en el centro de la República. Si España tuvo su Escopeta nacional, la película de Berlanga sobre las cacerías de los prebostes del franquismo, Francia tuvo su escopeta republicana. Y después de dos décadas de abandono, el presidente Emmanuel Macron quiere recuperarla.
“Dije que soy favorable a su apertura, regulada y transparente y parecía que estaba cometiendo una falta”, recuerda Macron sobre lo que ocurrió en 2017, cuando aludió a las cacerías presidenciales en un congreso de cazadores franceses. Aquel comentario abrió la polémica. “La gente me decía que era horrible. Pero no hay que avergonzarse”, declaró.
El futuro presidente consiguió meterse en el bolsillo a buena parte del millón de franceses que practican la caza y que se sienten despreciados por las élites urbanitas de París. Y abrió la puerta a la recuperación de una práctica que se remonta al Antiguo Régimen y que se preservó hasta que Jacques Chirac, supuestamente bajo la influencia de Brigitte Bardot, decidió suprimirla en 1995.
Jean-Paul Widmer, hoy jubilado, evoca en un café de Issy-les-Moulineaux, en las afueras de París, aquellas jornadas en Rambouillet y Marly-le-Roi, castillos y cotos presidenciales cerca de París. Allí, en los años ochenta y principios de noventa, durante la presidencia de François Mitterrand, Widmer ejerció de director de las cacerías presidenciales. Lo ha contado en el libro Dernières chasse presidentielles (Últimas cacerías presidenciales, Éditions du Markhor, 2017).
“Mi papel”, resume Widmer, “era lograr que los cazadores, que eran invitados del presidente de la República, se sintiesen satisfechos, y también presentar aves excepcionales para disparar, con una ética irreprochable, logrando que los animales tuvieran las máximas oportunidades para escapar, es decir, con animales que volasen rápido y bien, y que supiesen defenderse”.
Mitterrand, que no cazaba, nunca asistió, pero era él quien invitaba y estaba informado de las vicisitudes de cada jornada. Por Rambouillet y Marly-le-Roi desfilaron desde políticos y empresarios franceses hasta la familia principesca de Mónaco o Rifaat el Asad, tío del dictador sirio Bachar el Asad.
“Me encantó organizar cacerías para la familia de Mónaco. Eran extremadamente simpáticos y relajados. Tanto el príncipe Rainiero como sus hijos eran muy agradables, venían a divertirse, y disparaban extraordinariamente bien”, dice. También recuerda invitados difíciles. “Un invitado difícil era aquel que cuando tenía un fusil entre las manos se excitaba, aunque fuese una persona totalmente calmada en la vida civil. La caza es una actividad que permite conocer verdaderamente a las personas”.
Las cacerías podían propiciar negociaciones, aunque, si existieron, no ocurrieron a la vista de todos. Widmer solo recuerda una, y tuvo como protagonistas a las autoridades del Principado de Andorra, que aprovecharon la invitación de Mitterrand para avanzar en un acuerdo con la Unión Europea. “Sé que después de la cacería hubo conversaciones en el castillo de Rambouillet”, dice Widmer.
Tras la decisión de Chirac, el Elíseo siguió organizando cacerías pero sin la pompa de antaño ni de manera oficial, y ya no en los dominios de Rambouillet y Marly-le Roi, sino en Chambord, cuyo uso no está reservado al presidente. Fue allí donde, un fin de semana del pasado diciembre, Macron, que celebraba su 40º cumpleaños, aprovechó para visitar a unos cazadores que habían abatido a 30 jabalíes. Era de noche y los jabalíes estaban expuestos sobre un lecho de ramas, iluminado por las antorchas. “Yo seré el presidente que desarrolle la caza”, les prometió. “Podéis contar conmigo”.
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