1.425 días. De Sarajevo a Kiev
El regreso brutal de la historia al que asistimos en Europa nos exige sangre fría y templanza para ayudar a Ucrania a defenderse, armar una estrategia negociadora y ser resilientes ante el impacto económico glogal
Aída Schekelz explicaba cómo vivió, hace 30 años, durante 1.425 días en los sótanos de Sarajevo: “Tuve hambre, sed, frío, miedo… Pero lo peor, fueron las mentiras”. Esta valiente mujer, que ahora pasea con sus nietos por su ciudad, sobrevivió al sitio más largo de una ciudad que se recuerda en Europa, 1.425 días. Casi ocho veces más que el sitio de Stalingrado y alrededor de un año más que el de Leningrado.
Con voz emocionada pero firme, esta semana envió una carta a los ciudadanos de Kiev, a través de la BBC. Con las tropas rusas a menos de 20 kilómetros del centro de la capital ucrania, con corredores humanitarios que se quiebran antes de abrirse y con tácticas militares de 1941, como las usadas en Grozni y Alepo, Aída quería mandar un mensaje de aliento a los cientos de miles de civiles atrapados allí, en Mariupol, en Járkov… Y cambiaba el eslogan de la camiseta que la acompañó todo ese tiempo de “Sarajevo prevalecerá. Todo lo demás pasará”, por “Ucrania prevalecerá. Todo lo demás pasará”.
“Estaba previsto que no estuviera aquí. Pero ya veis…”, les leía por las ondas.
Putin preparó una invasión implacable, pero se ha topado con una respuesta vigorosa en todos los frentes: La organización del Gobierno y las Fuerzas Armadas ucranias, la movilización de la población civil, la solidaridad de los europeos con los refugiados, la firmeza de la UE con sanciones, pese a que muchas de ellas son un bumerán… Todo ello debe continuar y con la misma determinación y energía. Cada una de estas líneas de acción tendrá un precio alto o muy alto. Lo notamos en las facturas, el abastecimiento, en las cifras macroeconómicas y en la vida cotidiana.
Pero esta ejemplar y valiente rapidez de la que nos sentimos orgullosos debemos acompañarla de algo que nos será imprescindible para contribuir a poner fin a lo impensable hasta hace unas semanas: sangre fría y templanza. Las necesitamos más que nunca. Porque la historia ha regresado brutalmente.
Nos damos de bruces con varias realidades. Primera, cuando en 2014, tras la invasión del este de Ucrania, Merkel calificó a Putin de líder del siglo XIX, pensábamos que, con la globalización, las instituciones internacionales y las normas, podríamos doblegar su ardor guerrero y su nacionalismo. Falso. Segunda, que el fin de la Unión Soviética daba paso a la era de los valores democráticos, la dignidad de las personas y al imperio de la ley. Falso. Con sus tanques, Putin ha puesto en grave riesgo el orden liberal que nos protege y nos permite desarrollar nuestras sociedades libremente, luchando por la igualdad y la inclusión. Tercera, que era imposible que Putin pretendiera restaurar “la casa Rusia”, aniquilando la identidad ucrania y consolidando la absorción de Bielorrusia. Desde la agencia estatal Ria Novosti, en el infame artículo escrito al dictado del Kremlin dos días después de lanzar la invasión, y que luego borró, el propagandista Pyotr Akopov se vanagloriaba de la “restauración de la plenitud histórica” de Rusia y anticipaba que Ucrania se había devuelto a su adecuada dimensión.
El desafío es de tal calado que exige las citadas sangre fría y templanza para hacer, como mínimo, tres cosas a la vez. Primero, mantener toda la ayuda posible a Ucrania para defenderse. Así se aprovecharán los errores estratégicos que Rusia está cometiendo, como alinear tanques en las carreteras poniéndolos a tiro de los drones, algo incomprensible para los militares aliados, o despreciar la potencia del Ejército ucranio y la moral de los voluntarios.
En segundo lugar, armar con astucia una estrategia negociadora a corto y medio plazo, con distintos escenarios, todos dolorosos con respecto a Ucrania y su futuro. Los términos de la negociación dependerán del teatro de la guerra y la situación interna en Moscú. Mientras ese momento no llega, se debe seguir hablando con sus representantes a todos los niveles. Cortar los contactos no conduce a nada.
Y finalmente, tres veces resiliencia, para afrontar el impacto económico global, las dificultades energéticas y la necesidad de rearmar Europa. Aída, precisamente, nos dio una lección de resiliencia. Ganó. Su mensaje para los ciudadanos de Kiev va dirigido a todo el mundo.
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