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Cómo Putin tomó el pelo a los europeos

El presidente francés, que hasta el último momento intentó con los socios de la UE evitar la nueva agresión de Rusia a Ucrania, denuncia la “doblez” del ruso

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El presidente ruso, Vladímir Putin (izquierda), y su homólogo francés, Emmanuel Macron, reunidos en el Kremlin el 7 de febrero.SPUTNIK (via REUTERS)

El presidente francés, Emmanuel Macron, lo admite sin eufemismos: su homólogo ruso, Vladímir Putin, le ha engañado. Se burló de él y no solo de él, sino de los otros dirigentes europeos que, como el canciller alemán, Olaf Scholz, hasta el último momento pensaron que la vía diplomática o las amenazas de sanciones podían evitar la invasión de Ucrania por parte de Rusia.

”Sí, hubo doblez [en Putin]”, acusó Macron en la madrugada del viernes al terminar en Bruselas la cumbre europea extraordinaria sobre Ucrania. “Sí, hubo una decisión deliberada y consciente, por parte del presidente Putin, de lanzar la guerra cuando todavía podíamos negociar la paz”.

Casi un mes de actividad diplomática del francés y sus socios quedaron en nada cuando el lunes Putin decidió enviar tropas a las regiones separatistas del este de Ucrania y en la noche del miércoles al jueves ordenó la invasión de un país soberano europeo, la primera en ocho décadas. Macron y sus socios han quedado con la sensación de que Putin les ha tomado el pelo, pero también la convicción de que hicieron bien en intentar salvar la paz hasta el último minuto.

Macron y Scholz partían de posiciones distintas. El presidente francés lleva cinco años al frente de una potencia nuclear con sillón permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, un país que nunca ha renunciado a hacerse oír en el club de las grandes potencias.

El canciller alemán lidera una potencia económica mundial, pero sin el peso geopolítico de Francia. Las tensiones con Rusia pillaron al nuevo Gobierno alemán todavía estableciéndose. El socialdemócrata Scholz mantuvo un perfil bajo las primeras semanas –lo que le costó críticas internas y externas–, pero en la recta final se sumó a los esfuerzos diplomáticos con múltiples llamadas y encuentros.

”[Macron] cumplió con su deber, que era hacerlo todo para evitar la guerra”, defendió el martes el ministro francés de Exteriores, Jean-Yves Le Drian. “Todo esfuerzo diplomático se justifica, yo pasé días y noches con Vladímir Putin”, coincidió el viernes el expresidente François Hollande tras reunirse en el palacio del Elíseo con Macron, quien le había convocado a él y a otro antecesor, Nicolas Sarkozy.

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El presidente ruso, Vladímir Putin (izquierda), recibió al canciller alemán, Olaf Scholz, en la misma mesa a la que se sentó con Macron. Mikhail Klimentyev (AP)

Por más que se sucedieran los avisos de los aliados, sobre todo de Estados Unidos, el inicio de la invasión supuso una sorpresa en Berlín, cuya política exterior con respecto a Rusia ha sido siempre la del apaciguamiento. Un enfoque que le ha permitido hacer negocios con el vecino del Este y asegurarse el suministro de energía sin pararse a pensar en la auténtica naturaleza del actual inquilino del Kremlin.

En Alemania empieza a aflorar la autocrítica respecto a la complacencia con la que Berlín ha tratado al presidente ruso en los últimos años. “Los políticos alemanes nunca han entendido que Putin tiene creencias diferentes a las de Occidente” escribe en Der Spiegel Christian Neef, antiguo corresponsal en Moscú y autor de varios libros sobre Rusia.

Solo ahora, con la invasión en marcha después de los esfuerzos para intentar dialogar con Putin, Berlín parece darse cuenta de su error de cálculo. “Occidente, Europa y Alemania han sido demasiado ingenuos”, admitió el jueves el vicecanciller y ministro de Economía alemán, el verde Robert Habeck. No solo por poner esperanzas en una salida dialogada; también por haber dejado crecer su dependencia energética de un régimen que ha dado suficientes pistas a lo largo de los años de que no comparte los valores democráticos europeos.

La UE, no solo Macron, abrió en las últimas semanas varias vías de diálogo con Putin: desde las visitas al Kremlin del presidente francés y el canciller alemán –el 7 y el 15 de febrero, respectivamente– hasta las reuniones en el llamado formato de Normandía –integrado por Francia, Alemania, Rusia y Ucrania– para reactivar el proceso de paz en el este del país, ahora enterrado.

La prioridad era mantener vivo el diálogo. Ni Macron ni Scholz tenían la convicción de que Putin probablemente lo tenía todo planeado desde tiempo atrás. Los europeos actuaban en concierto con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y con el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, y en sus reuniones mantuvieron la línea común ante las exigencias de Putin. Pero EE UU y los europeos discrepaban en la evaluación del riesgo.

“No, no creo que haya nada nuevo que indique un aumento del temor a un ataque”, decía a finales de enero el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, después de que el secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken, hablase de un ofensiva “inminente” de Ucrania a Rusia. “No hay que negar las sensibilidades diferentes ni incluso los análisis que no son exactamente los mismos a partir de realidades comunes”, dijo a principios de febrero el ministro francés de Europa, Clément Beaune.

El hiperactivismo diplomático de Macron –sobre todo la visita al Kremlin– despertó la sospecha de que el francés iba por libre. En 2018 algunos se habían sentido ignorados cuando Macron intentó iniciar un proceso de deshielo con Putin. Su diagnóstico, ese año, sobre la supuesta “muerte cerebral” de la OTAN tampoco ayudaba a disipar la desconfianza.

En las últimas semanas, sin embargo, Macron evitó dar ningún paso sin haberlo hablado con todos. “Cuando fue a Moscú, la sensación era que todos formaban parte del mismo equipo”, dice Georgina Wright, directora del programa Europa en el laboratorio de ideas Institut Montaigne. “Esta vez ha habido un nivel de consultas inédito”.

En la reunión con Putin el 7 de febrero, Macron sufrió el primer desaire. Después de más de seis horas cara a cara, el equipo del presidente francés explicó que el ruso se había comprometido a evitar nuevas iniciativas militares. El Kremlin lo desmintió unas horas después y dio a entender que el interlocutor válido no era Macron, sino Biden.

El segundo desaire lo sufrió al inicio de esta semana. El viernes anterior, en una llamada telefónica, Macron sugirió a Biden que se reuniese con Putin y se ofreció a trasladarle la idea al presidente ruso, cosa que hizo el mismo domingo. El lunes, el mundo se despertó con la noticia de que los líderes de EE UU y Rusia celebrarían una cumbre.

“Hemos logrado abrir una verdadera vía diplomática”, celebró ese día, por la mañana, una fuente del Elíseo, que requirió anonimato. La misma fuente señaló que Macron “[había] construido con el presidente Putin una relación a la vez de exigencia y claridad” y que también gozaba con él de la “credibilidad” que le permitía facilitar la reunión con Biden.

La guerra parecía alejarse. Error. Unas horas después, Putin reconoció en un discurso televisado la independencia de las regiones separatistas del este de Ucrania y ordenó la primera intervención militar. La decisión cayó como un mazazo en el Elíseo.

“El presidente Putin no respetó la palabra dada al presidente de la República, y también en público en numerosas intervenciones”, lamentó la citada fuente francesa, que calificó el discurso del ruso de “rígido y paranoico”. Y remachó: “Hemos llegado al final del camino que podíamos recorrer”.

Era el fin. Poco más de dos días después, Rusia lanzaba la ofensiva militar en toda Ucrania y la guerra volvía a Europa.

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