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La crisis de Afganistán reabre las heridas migratorias de la UE

Europa se conjura para evitar que se repita la crisis provocada por la guerra en Siria en 2015: el miedo a una improbable llegada masiva de refugiados eleva la presión política

Decenas de personas esperan en el paso fronterizo de Spin Boldak para pasar de Afganistán a Pakistán el pasado 2 de septiembre.
Decenas de personas esperan en el paso fronterizo de Spin Boldak para pasar de Afganistán a Pakistán el pasado 2 de septiembre.STRINGER (EFE)
Claudi Pérez

Cruzar la frontera de la UE es hoy más atractivo que cualquier utopía: la renta per cápita multiplica por 17 la de Siria y por 70 la de Afganistán, dos de los grandes avisperos del mundo; la esperanza de vida de un recién nacido en Viena supera en 15 años la de un sirio y en 25 la de un afgano. Cruzar esa frontera, eso sí, no es nada fácil. Ni siquiera para los desplazados de esos dos países, que con el derecho internacional en la mano deberían poder atravesar de un salto los 1.200 kilómetros de muros erigidos desde la caída del más famoso de todos ellos, el de Berlín. En 2015, el estallido de la guerra en Siria dejó seis millones de desplazados y una especie de pánico migratorio en Europa, con partidos archiconservadores al alza en todos lados y una extraña sensación de ansiedad en el proyecto europeo. La UE pasó de presumir de valores y discutir sobre derechos y economía a hablar obsesivamente de seguridad. Tras la debacle en Afganistán, el mantra que se repite machaconamente en Bruselas estos días es que la crisis migratoria de 2015 “no puede volver a repetirse”. Inmediatamente después, los líderes añaden que hay que mejorar la “autonomía estratégica” del continente para no depender de EE UU. Y fin de los mantras: nadie, entre la media docena de fuentes consultadas en la Comisión, en el Consejo Europeo y la Eurocámara, sabe exactamente cómo ponerle cascabeles a esos dos gatos.

Lo extraño es que, en efecto, no parece que la crisis migratoria —que era y vuelve a ser en realidad una crisis de refugiados— vaya a repetirse esta vez, y que aun así la tensión sea tan alta. Bruselas estima que unos 17.000 afganos han salido del país en los vuelos organizados por los Gobiernos europeos; la ONU calcula que medio millón de personas pueden intentar huir. Pero las fuentes consultadas apuntan que esta vez la previsión es que lleguen a Europa muchos menos afganos que los sirios de 2015. Afganistán, al cabo, está a 5.000 kilómetros de Europa. Tres cuartas partes del presupuesto del país dependen de la ayuda internacional y, ante la extrema debilidad económica del nuevo Gobierno, Bruselas confía en que no se repitan los desmanes del pasado y la situación se estabilice. Además, el vecindario ha empezado a blindar sus fronteras, y la UE ha anunciado inversiones millonarias para ayudar a taponar todas las salidas.

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Aun así, “ola de refugiados” e “inmigración masiva” son dos sintagmas que para algunos partidos (y para la mayoría de los Gobiernos del Este, e incluso alguno del Oeste, en especial el austriaco) son más atractivos que los debates sobre la política fiscal, la gestión de las vacunas o el cambio climático. A pesar de los datos, en fin, el fantasma está saliendo del armario: Afganistán ha reabierto todas las cicatrices, todas las heridas mal curadas, todas las líneas de falla de una UE que sigue siendo una idea en busca de la realidad. “La presión política ha vuelto. Las condiciones son distintas de las de Siria, y el sistema es más resistente, pero en Alemania y sobre todo en Francia ese debate va a ser durísimo por la cercanía electoral. Europa lleva danzando con sucesivas crisis desde Lehman Brothers, y la migratoria muestra su cara más fea: es un desafío para el modelo social, político y económico, y confronta a un proyecto liberal como el europeo y a una sociedad abierta como la de la UE con una contradicción central en su filosofía, es una crisis de identidad para los famosos valores europeos”, apunta Iván Krastev, uno de los pensadores europeos más influyentes. El historiador holandés Luuk Van Middelaar es moderadamente optimista: “El Este es ahora también lugar de llegada como hemos visto en Lituania y Polonia por el juego sucio de Bielorrusia. El acuerdo con Turquía es una guía. Y en el Oeste ya nadie habla de cuotas obligatorias de acogida: Europa aprendió de los errores de 2015, y la gestión de la pandemia proporciona al proyecto una renovada visión geopolítica. Puede que las líneas de falla sean las mismas que hace seis años, pero el edificio está más preparado para aguantar una sacudida”.

Dificultad para el consenso

La última reunión de los ministros del Interior dejó claro qué quiere Europa: encapsular el problema en el vecindario de Afganistán y evitar todo lo que se parezca al efecto llamada que en 2015 se activó con unas declaraciones de la canciller Angela Merkel, que después dio un giro de 180 grados y patrocinó el citado acuerdo con Turquía para mantener alejados a los sirios. Ese es el plan: los halcones ganan, de momento, la partida. “El lenguaje utilizado dice muchísimo: Emmanuel Macron habla de “flujos de inmigrantes no regulados”, cuando se trata de personas con derecho al asilo que huyen de un régimen sanguinario. Hay mucha hipocresía en Europa. No son solo los socios del Este con declaraciones populistas: es una cicatriz más profunda, que afecta a los socialdemócratas daneses o al Gobierno conservador de Austria, con los verdes en coalición”, reflexiona Camino Mortera, del laboratorio de ideas Centre for European Reform.

El jefe de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, reclama una fuerza de acción rápida, con 5.000 soldados para asegurar la autonomía estratégica de Europa en casos como el afgano, pero la Comisión es consciente de que eso no va a ser fácil políticamente. El vicepresidente Margaritis Schinas presiona a las capitales para acordar la política migratoria común, pero a renglón seguido admite que hay tres bloques —el Este, el Sur y los países a los que quieren ir los migrantes (Alemania, Francia, los nórdicos, Holanda, Austria)— a los que es complicado poner de acuerdo. “Hay que romper esa nuez”, asegura en un despacho acristalado del Berlaymont, la sede de la Comisión. Al fondo, en una plaza, un puñado de afganos agitan coloridas banderas. Uno de ellos carga contra media docena de Gobiernos (Alemania, Bélgica, Dinamarca, Austria, Holanda y Grecia: de todas las latitudes y de todas las ideologías) que firmaron en agosto una carta reclamando que no se suspendieran los vuelos de repatriación de afganos desde Europa argumentando que Afganistán seguía siendo un destino seguro; dos semanas más tarde, los talibanes tomaban Kabul. “Nada ha cambiado demasiado desde 2015: estamos como estábamos”, se lamenta Marta Foresti, del centro de pensamiento ODI.

Fortaleza Europa, versión 2021

La crisis de Afganistán “tendrá un profundo impacto en intereses estratégicos de la UE como la estabilidad en esa región, el terrorismo, el tráfico de drogas y la migración”, asegura un documento del servicio exterior de la Comisión Europea al que ha tenido acceso este diario. En Bruselas gana peso un enfoque duro, que pasa por “mitigar los flujos migratorios”, impidiendo que atraviesen Asia hasta llegar a las fronteras de Europa. Estas son las principales medidas.

1. Cuotas. La Comisión apunta con claridad a aumentar las cuotas de reasentamiento. Las cuotas levantaron una gran polvareda entre los socios hace un lustro, tras una propuesta que pretendía hacerlas obligatorias. Esa obligatoriedad ha desaparecido por la falta de apetito político. Pero de momento solo Alemania ha puesto números sobre la mesa: Berlín ha avanzado que podría asilar hasta 40.000 afganos. Nadie más ha dicho esta boca es mía, salvo algún país del Este, como la Hungría de Viktor Orbán, que no está dispuesta a acoger a un solo afgano.

2. Encapsulamiento y el modelo turco. La obsesión europea es que los afganos desistan de cruzar Pakistán, Tayikistán, Irán y Turquía para llegar a Europa. La UE se marca como objetivo “crear las condiciones para que la población desplazada se quede en la región”; encapsularlos en el vecindario de Afganistán. Para ello destinará 1.100 millones a la crisis afgana: 600 millones irán a programas destinados a construir centros para migrantes. El modelo es el pacto con Turquía, por el que la UE proporcionó 6.000 millones a ese país —y está negociando fondos adicionales— para impedir que los desplazados de Siria llegaran a la Unión.

3. Internacionalización. Europa no está dispuesta a digerir en solitario el flujo de refugiados que va saliendo de Afganistán. El brazo ejecutivo de la UE pretende activar ese debate en Naciones Unidas, en el G-7, en el G-20 y mediante “negociaciones bilaterales con EE UU, Canadá y Australia”, según el texto, además de activar un foro con la presencia de las principales organizaciones internacionales.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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