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“Tienen miedo, los zurdos tienen miedo”: el grito de guerra de los “libertarios” argentinos

Las elecciones legislativas ponen a prueba la capacidad del peronismo y la oposición liberal para neutralizar candidatos como Javier Milei, inspirados en Trump o Bolsonaro

El economista Javier Gerardo Milei el 3 de agosto de 2021.
El economista Javier Gerardo Milei el 3 de agosto de 2021.Twitter @JMilei

Javier Milei (Buenos Aires, 50 años) lleva el pelo negro ensortijado. Dice que para secarlo después de la ducha diaria solo abre la ventanilla de su coche y deja que lo peine “la mano invisible”. La misma mano invisible es la que defiende con fervor cuando habla del mercado y el liberalismo. Milei considera al Estado “un enemigo” y al socialismo el responsable de “haber matado a 150 millones de personas”. Es economista, pero también un provocador que calienta los programas políticos de televisión. Dice que Donald Trump “iba por el buen camino”, asegura que participó del plan económico de Jair Bolsonaro en Brasil y se proclama “libertario”. Grita, insulta y clava sus ojos sin pestañear en aquel que le haga una pregunta incómoda. Considerado un personaje divertido, es ahora fuente de preocupación de los políticos. Milei quiere ser diputado nacional en las elecciones de noviembre, y todo indica que lo logrará.

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“Tienen miedo, los zurdos tienen miedo”, gritan sus seguidores durante una caminata del candidato por Belgrano, un barrio de clase media y media alta en el norte de la ciudad de Buenos Aires. La mayoría no pasa de los 20 años. Sucede que Milei arrasa entre los más jóvenes, a los que convoca por las redes sociales. “Hoy la revolución es liberal”, dice en cada entrevista, que son muchas, para explicar el perfil de sus votantes. “Antes, ser rebelde era ser de izquierda y ahora el statu quo es de izquierda. Por eso los más jóvenes, que son rebeldes, abrazan lo contrario de las ideas de izquierda. Además, llevan menos tiempo siendo adoctrinados en el sistema educativo, que en Argentina forma esclavos de la religión del Estado”. Su candidata a concejal en la capital argentina tiene solo 18 años y aún no ha terminado la escuela secundaria.

Los sondeos dan a Milei entre 5% y 12% de intención de voto, suficiente para que su candidatura supere el piso de 1,5% exigido para sobrevivir en las elecciones primarias, abiertas y obligatorias (PASO) que se celebrarán el 12 de septiembre. Luego vendrá la carrera final el 14 de noviembre, cuando seguramente obtenga una banca. “El voto de Milei es un voto de protesta, de gente descontenta con la economía”, dice Victoria Murillo, directora del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Columbia, EE UU. “Si bien siempre existió [una alternativa de extrema derecha en Argentina ], la característica de Milei es la estridencia y que se presenta como antisistema. Resulta que hoy la rebeldía es el liberalismo”, dice.

Milei dispara sus ideas como dardos, en frases cortas. Dice que “los tres derechos básicos son la vida, la libertad y la propiedad” y que “los impuestos son una rémora de la esclavitud”. Se declara contrario al aborto, a favor de las uniones entre parejas del mismo sexo “porque el matrimonio es un contrato”, defensor de la portación de armas “porque quita al Estado el monopolio de la violencia” y dispuesto a liberar el consumo de drogas: “Si vos te querés suicidar, no tengo ningún problema”. En sus mítines de campaña promete “terminar con la casta política”, de la que se siente ajeno. El peronismo, y mucho más en su corriente kirchnerista (de izquierda), es todo lo que Milei detesta. Y cuando habla de la oposición de derecha, reunida alrededor de la figura de Mauricio Macri, la llama “kirchnerismo de buenos modales”, “populismo cool” o “socialismo amarillo”, en referencia a los colores de la coalición.

Mientras tanto, Milei llama a una guerra moral. “No podemos seguir abrazando los valores morales del socialismo, que son la envida y el resentimiento, el trato desigual ante la ley y el robo y hasta el asesinato. Cuando Argentina abrazó la idea de la libertad, con la Constitución de 1853, en 35 años nos convertimos en el país más rico del mundo”, dijo en el canal de televisión del diario La Nación.

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El sistema político argentino está hoy estructurado en dos grandes coaliciones, a contramano de la mayor parte de la región. Mientras los candidatos independientes han acaparado la Asamblea Constitucional en Chile o un ignoto maestro de escuela rural llamado Pedro Castillo es presidente de Perú, el Frente de Todos (peronista) y Juntos por el Cambio (centro-derecha liberal), dominan la política del país sudamericano.

Sendas coaliciones han servido de cortafuegos a las irrupciones antisistema y han logrado mantener la paz social, pero “podemos estar ahora ante el principio de algo complicado, porque es posible que su eficacia no siga indefinidamente”, advierte el politólogo Eduardo Fidanza, director de Poliarquía. “Que Argentina, con la pobreza y la inflación que tiene, no haya generado protestas tiene que ver con el peronismo, los sindicatos, la Iglesia y los movimientos sociales. Pero estos anticuerpos pueden no ser absolutos”, agrega.

Argentina no cedió a figuras como Milei ni siquiera en la crisis del corralito de 2001 y 2002. Y cuando en 2015 el modelo kirchnerista se agotó, el sistema alternó con el macrismo. El fracaso económico eyectó a Macri del poder tras solo un mandato y los argentinos se abrazaron otra vez al peronismo kirchnerista. Victoria Murillo dice que “estas nuevas coaliciones [surgidas con el nuevo siglo] se han organizado más ideológicamente de lo que era tradición en el sistema argentino”, que históricamente albergó en un mismo partido, el peronismo, todos los extremos posibles. Como “el kirchnerismo ha movido el centro gravitacional del peronismo a la izquierda” han quedado resquicios para que figuras como las de Milei “tengan una oportunidad”.

Sucede que décadas de crisis económica han minado el poder convocante del peronismo tradicional, basado en los sindicatos. El desempleo y la informalidad le han quitado poder a esas organizaciones verticalistas. “Argentina, Uruguay y Bolivia están organizados en dos polos”, dice Murillo, “pero no quiere decir que con cambios en la estructura social el sistema no estalle”. Entonces, ¿hay espacio en Argentina para un candidato antisistema, al estilo Bolsonaro? “Por ahora”, dice Eduardo Fidanza, “hay impugnaciones sistémicas y discusiones sobre la naturaleza de la democracia, pero reglas básicas como la transparencia de los comicios o la alternancia se mantienen”. Murillo coincide en que estas elecciones legislativas y las presidenciales de 2023 no encumbrarán a un antisistema, pero advierte: “No sé si podré decir lo mismo en 2027”.

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Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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