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El año más amargo para los bielorrusos

Miles de ciudadanos han buscado refugio en los países vecinos huyendo del presidente Lukashenko tras la represión del último año

Miembros de la diáspora bielorrusa marchan en Varsovia, Polonia, en conmemoración al primer aniversario de las protestas contra Aleksandr Lukashenko, este domingo 8 de agosto.
Miembros de la diáspora bielorrusa marchan en Varsovia, Polonia, en conmemoración al primer aniversario de las protestas contra Aleksandr Lukashenko, este domingo 8 de agosto.WOJTEK RADWANSKI (AFP)

Hoy hace un año, el 9 de agosto de 2020, comenzó una represión sin precedentes en el cuarto de siglo que Aleksandr Lukashenko lleva aferrado al poder en Bielorrusia. Y ahí sigue mientras miles de bielorrusos han tenido que huir al extranjero y buscar refugio en los países vecinos. La última, la atleta Kristsina Tsimanuskaia, recién llegada a Varsovia tras escaparse de los Juegos Olímpicos de Tokio.

En las elecciones presidenciales de hace un año, la oposición compareció unida bajo una única candidata circunstancial, Svetlana Tijanóvskaya. Su marido y antes aspirante, Serguéi Tijanovski, había sido detenido en mayo, y tampoco permitieron acudir a las urnas ni a Valery Tsepkalo ni a Viktor Babariko.

Sin embargo, a las manifestaciones masivas que tendrían lugar en las oscuras semanas siguientes (internet fue cortado), el recuento oficial concedió a la oposición un pírrico 10% de los votos frente al 80% del dictador.

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Un año después, Lukashenko sigue en el poder pese a las presiones en su contra de Estados Unidos y de la Unión Europea. La clave, el apoyo de Moscú, aunque esa dependencia le sitúa en una posición de debilidad. “Lukashenko es como un chacal arrinconado, muestra los dientes, pero no ve lo que hay detrás suyo ni a los lados. No tiene dinero, no controla sus propias fuerzas, tiene un miedo terrible ante lo que no ve. Si Occidente quisiera, volvería la democracia”, afirma Pavel Latushka, de 48 años, que fue ministro suyo hace una década, y que actualmente vive en Polonia, refugio este último año para miles de bielorrusos, además de Ucrania y los países bálticos, donde han surgido redes de organizaciones más o menos informales que les ayudan en todo tipo de problemas, como alojarse en sus primeros días, escolarizar a los hijos o incluso cómo usar el transporte público. Latushka encabeza ahora una de estas organizaciones, la llamada Dirección Popular Anticrisis, un organismo que lucha por la transición a la democracia y vela por la diáspora bielorrusa.

Latushka señala los tres pilares que sostienen al régimen de Lukashenko: el apoyo financiero, político y militar del Kremlin; unas fuerzas de seguridad propias, aunque en la práctica coordinadas desde Moscú y una justicia arbitraria. “Negocian desde hace un año la unión de ambos países, pero nadie ha visto un solo documento. Putin le está imponiendo su hoja de ruta”, asegura.

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Sobre el imperio de la ley, el propio Latushka muestra en la puerta de su despacho las condenas dictadas en su contra. “Fui ministro de Cultura, también diplomático en Francia y España, y he sido declarado terrorista. Me hace gracia, pero es estremecedor. Por esta sentencia puedo recibir la pena máxima: fusilamiento”.

Cada cierto tiempo ocurre algún incidente que provoca la indignación de la comunidad internacional, como ocurrió con el secuestro del avión de Roman Protasevich; el asesinato del periodista Pavel Sheremet en Kiev o el reciente intento de llevarse por la fuerza a Tsimanuskaia.

Sin embargo, los bielorrusos advierten de que Occidente no es consciente de la dimensión real de la violación de los derechos humanos por parte del régimen. “Más de 35.000 personas han sido detenidas en el último año. Hay unos 600 presos políticos y al menos 16 opositores han muerto en la cárcel de forma extraña”, asegura Latushka.

Muchos bielorrusos dijeron basta en agosto de 2020. Uno de ellos es Andrei Ostapowicz, de 28 años, un ex policía también exiliado en Varsovia. “Nos ordenaron dejar de investigar los abusos de las fuerzas de seguridad. Cada día llegaban un montón de denuncias de torturas y vi cómo las manipulaban”, afirma en una cafetería de la capital polaca, donde vive tras una larga odisea.

Miembro del departamento de investigación de una comisaría de Minsk, un día se hartó, publicó en la red lo que pensaba y se marchó a Moscú. “Si la gente tenía valor para protestar, ¿por qué no yo?”, subraya Ostapowicz. Pero tuvo que volver a huir. Rusia se puso del lado de Lukashenko y expulsó a los fugitivos. Con la excusa de haber violado las restricciones por coronavirus le llevaron a tierra de nadie entre ambas fronteras, donde le dijeron que no podría regresar en cinco años. Sin nada más que sus contactos, cruzó Bielorrusia sabiendo que estaba en la lista negra del régimen. “Perdí ocho kilos. Fue una pesadilla”, recuerda.

“Parecía un país tranquilo”, responde Ostapowicz al ser preguntado por qué sirvió en las fuerzas de seguridad de Lukashenko. “Veías guerras civiles en otros países como Ucrania. En Bielorrusia no podías hablar mucho, pero al menos parecía que todo funcionaba”, agrega con la tranquilidad de saberse lejos. “He tenido que cortar todo contacto con mi familia y mis amigos allí, no quiero ponerles en peligro”.

Pavel Latushka cree que Putin cometió un error geopolítico enorme al proteger al régimen de Minsk. “Si hubiese apoyado a los bielorrusos en vez de a Lukashenko hubiera ganado muchas simpatías en la sociedad bielorrusa”, subraya. Sin embargo, también cree que Europa falló al imponer solo sanciones selectivas a su Gobierno.

Hoy, quienes protestaron hace un año y siguen viviendo en Bielorrusia han vuelto a sus trabajos y han dejado de expresar su descontento públicamente en las redes. La alternativa menos peligrosa es perder el empleo o una multa. Por ello, el ánimo general es que poco más pueden lograr dentro del país. “Solo falta que cometa un error”, coinciden todos.

Por eso, el ánimo general es que poco más puede hacerse dentro del país. “Solo falta que cometa un error”, coinciden todos.

Exilio juvenil

Nadezhda es coordinadora del Centro de Solidaridad Bielorrusa en Varsovia, uno de los muchos surgidos del exilio bielorruso. “El perfil medio son jóvenes de 20 a 30 años, pero también vienen algunos pensionistas o familias que han tenido que dejar todo a la carrera”, explica.

 

Al caer la tarde, un coro de mujeres de todas las edades practica canto. En estas oficinas prestadas por el Gobierno polaco celebran todo tipo de actividades para reforzar sus lazos. Entre las más importantes está enseñar polaco e inglés a los niños. “Se adaptan rápido”, asegura Nadezhda.

 

El centro fue fundado poco después de comenzar la represión y cuenta con unos 160 voluntarios. “Pensábamos que el fin del Gobierno era inminente, pero ahí sigue. Sin embargo, confiamos en que Lukashenko cometa un error pronto, como ya ha hecho con el avión o con los inmigrantes”, agrega Antón, responsable de comunicación del centro, refiriéndose a la utilización de inmigrantes procedentes de Oriente Próximo como herramienta de presión que Minsk utiliza sobre Polonia, Letonia y Lituania, dejándoles pasar a través de su territorio.

 

“El KGB bielorruso los trae de países donde hay terrorismo, como Afganistán, Siria o Irak, para soltarlos en las fronteras y provocar el caos. ¿Quiénes son?”, coincide el opositor Pavel Latushka.

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