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Afganistán entra en un torbellino de violencia

El Ejército afgano afronta los avances de los talibanes con duros combates que provocan crecientes desplazamientos de civiles

Un niño espera a ser atendido en Herat el domingo, tras resultar herido en los enfrentamientos entre el ejército afgano y los talibanes
Un niño espera a ser atendido en Herat el domingo, tras resultar herido en los enfrentamientos entre el ejército afgano y los talibanesHOSHANG HASHIMI (AFP)
Guillermo Altares

Los avances de los talibanes, que han lanzado una ofensiva en numerosos frentes tras la salida de las tropas estadounidenses, han chocado en los últimos días con la resistencia del Ejército afgano, que los ha frenado en parte; aunque son los civiles los que están pagando el precio de unos combates que han provocado una oleada creciente de víctimas, desplazados y refugiados. Afganistán ha entrado en una fase de inseguridad crónica: la milicia islamista no ha tomado ninguna ciudad importante, aunque algunas como Kandahar, en el sur, se encuentran prácticamente sitiadas y otras como Taloqán, en el norte, o Herat, en el oeste, han sufrido ataques en los últimos días que se han intensificado este domingo.

Aunque mantiene por ahora los núcleos urbanos, el Gobierno no controla en su totalidad ninguna carretera importante –prácticamente las únicas vías por las que circulan mercancías en un país sin infraestructuras– y gran parte de las zonas rurales están dominadas por los talibanes o viven bajo la amenaza de que puedan aparecer en cualquier momento imponiendo su ley. “Cientos de miles de personas se han desplazado por los combates en las últimas semanas, muchos civiles se han instalado en las ciudades”, explica Andrew Watkins, experto en Afganistán del International Crisis Group.

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“La mitad de la población necesita asistencia humanitaria de emergencia”, señala Patricia Gossman, directora asociada para Asia de Human Rights Watch. “Un tercio del país, más de 10 millones de personas, sufre desnutrición, y la mitad de los niños menores de cinco años están gravemente desnutridos”. “La violencia se ha intensificado debido a que los talibanes han lanzado una ofensiva que les ha llevado a controlar cerca de la mitad de los distritos de Afganistán”, prosigue esta experta en el país centroasiático. Según la ONU, las víctimas civiles en los últimos dos meses han alcanzado un nivel récord, y si las cosas siguen así, este año será el más mortífero para los civiles desde que Naciones Unidas comenzó a llevar registros en 2009.

La agencia de emergencias de la ONU sostiene, citando fuentes médicas, que solo en la ciudad de Kandahar se han producido más de 700 víctimas civiles (muertos o heridos) por la violencia en las últimas dos semanas. Entre el 18 y el 24 de julio, cerca de 2.000 personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares en la zona. Kandahar, la capital del sur de Afganistán, situada en pleno territorio pastún, la etnia afgana donde los talibanes cuentan con más apoyo, se encuentra sometida a constantes ataques —el aeropuerto tuvo que ser cerrado este domingo por el impacto de varios cohetes—, pero su región está ya prácticamente bajo control de la milicia. Y lo que está ocurriendo ahí pinta un futuro muy negro para la población civil.

Cómico asesinado

Human Rights Watch publicó este viernes un informe, basado en testimonios recogidos en la zona, en el que señala que los talibanes han detenido en los distritos de Kandahar que controlan a cientos de residentes a los que acusan de estar asociados con el Gobierno. Han asesinado a alguno de los detenidos, entre ellos familiares de funcionarios del Gobierno provincial y miembros de la policía y el Ejército. Según el mismo informe, los talibanes han ejecutado a un popular cómico, Nazar Mohammad, conocido como Khasha Zwan, que publicaba canciones y chistes en TikTok en los que se burlaba de algunos comandantes de la milicia islamista. Zwan fue secuestrado el 22 de julio por combatientes talibanes en su casa, lo golpearon y luego le dispararon varias veces. Parte de la paliza fue difundida a través de las redes sociales, como un claro aviso a la población.

“Con sus ataques relámpago dejan al Gobierno en una posición muy comprometida. Les puede servir, además, para dividir a los diferentes grupos que forman el Ejecutivo”
Andrew Watkins, experto en Afganistán del International Crisis Group

En las ciudades situadas en las zonas que no controlan o donde tienen menos apoyo entre la población, la estrategia es diferente, según explica Andrew Watkins. No se trata tanto de intentar controlar la ciudad, sino de golpear como una demostración de fuerza y luego esfumarse. “No se van a exponer a largas batallas urbanas, que suelen tener un coste importante en combatientes y no está además garantizado que lo consigan”, señala Watkins, “pero con sus ataques relámpago dejan al Gobierno en una posición muy comprometida. Les puede servir, además, para dividir a los diferentes grupos que forman el Ejecutivo”.

Eso fue lo que ocurrió el viernes y el sábado en Herat, la tercera ciudad del país con 300.000 habitantes y capital del distrito en el que estuvieron destacadas las tropas españolas. Periodistas locales y fuentes humanitarias han narrado que el viernes se produjo un ataque talibán a gran escala contra el centro urbano, durante el que fue alcanzada la base de Naciones Unidas, con la muerte de un guardia de seguridad.

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Imágenes difundidas por las redes sociales por los propios talibanes mostraban a guerrilleros celebrando la toma del distrito de Karoakh, que ha cambiado de manos varias veces en las últimas semanas. Por la noche, diferentes testimonios señalaron que se habían producido bombardeos contra las posiciones talibanes y que los combates con las fuerzas especiales afganas eran intensos. Durante la mañana del sábado la situación parecía controlada, pero por la noche volvieron a estallar los combates. El objetivo talibán no era tanto tomar una ciudad que difícilmente iban a poder controlar, sino demostrar que pueden lanzar un ataque prácticamente en cualquier lugar del país. Todo ello ha provocado un sentimiento de inseguridad creciente en el país, al que ha regresado el toque de queda.

El presidente de EE UU, Joe Biden, anunció que la retirada estadounidense –salvo un retén para proteger la Embajada y el aeropuerto– se completará el 31 de agosto, poco antes del 20 aniversario del 11 de septiembre, los atentados de Washington y Nueva York, con los que comenzó esta nueva fase de la guerra. Pero desde la salida de las tropas de la base de Bagram a principios de junio la presencia militar estadounidense es testimonial y su único apoyo al Ejército afgano es aéreo. La mayoría de los observadores son pesimistas y creen que, no solo a través de las armas, sino también de los pactos con señores de la guerra locales, los talibanes seguirán avanzando. El hecho de que China haya entablado conversaciones directas con la milicia demuestra que Pekín ya ha apostado por quién va a ganar la guerra. Lo que está claro también es quién la va a perder: los civiles afganos, sobre todo las mujeres.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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