_
_
_
_
Reportaje:

Afeitado de barbas en Taloqán

Una ciudad afgana tomada por la Alianza del Norte recupera sus costumbres

Shirin Aghan llevaba más de un año en paro, a pesar de que tenía su propio negocio en la calle principal de Taloqán, una ciudad de cerca de 30.000 habitantes que el domingo por la noche fue conquistada por la Alianza del Norte. Pero trabajaba en uno de los asuntos que menos gustaban a los antiguos dueños y señores de esta pequeña ciudad del norte de Afganistán: Aghan es barbero y los talibanes obligaban a que los hombres nunca se recortasen las barbas. Ayer recuperó gran parte del trabajo perdido.

'He cortado 50 barbas sólo por la mañana y espero que durante toda la semana venga más gente', asegura desde su pequeño negocio, en el que ha vuelto a colgar mugrientas fotografías, que tuvo que retirar durante los 14 meses en los que las milicias talibanes ocuparon la ciudad.

Cuando los tenderos vieron que todo funcionaba bien, la ciudad volvió a su bulliciosa normalidad
Más información
Las mujeres y las niñas afganas volverán al trabajo y a las escuelas
Cine en Kabul sólo para hombres
Kabul, sin luz
Mutilados por afeitarse

Así son las cosas en Afganistán: en este país están tan acostumbrados a ser conquistados, reconquistados y vueltos a conquistar que los cambios se producen a una velocidad vertiginosa. 'No me gustaba que me dijesen cómo tengo que llevar mi barba', dice Idris, uno de los habitantes de Taloqán que no han esperado ni un día para recuperar su cara afeitada. En el mercado, los productos prohibidos vuelven a aparecer: ya hay radios a la venta e incluso una marca de henna -el colorante que los musulmanes se ponen en las manos para asistir a las bodas- llamada Titanic, en cuya caja se pueden ver los rostros de Leonardo DiCaprio y Kate Winslet. 'Nos obligaban a quitar la foto cuando estaban aquí', señala el comerciante.

Taloqán fue una ciudad fantasma durante sólo unas horas porque es imposible frenar la actividad de una localidad afgana. En la noche del domingo, a las tres horas de la llegada de los muyahidin, no se veía a nadie por las calles y se escuchaban muchos disparos al aire a modo de celebración. Pero incluso en ese momento, cuando los talibanes acababan de marcharse y las tropas de la Alianza del Norte patrullaban por las calles armadas hasta los dientes en un ambiente no demasiado reconfortante, un avezado comerciante se atrevió a abrir su tienda y se puso a vender pinchitos de cordero y dulces. Los guerrilleros pagaban religiosamente su comida.

Cuando se pregunta a la gente sobre si pasaron miedo en las horas previas a la conquista, miran extrañados al interlocutor y se limitan a destacar que no hubo combates callejeros y que se quedaron en sus casas. A pesar de que miles de muyahidin llegaban a la ciudad, en cuyos alrededores se produjeron intensos tiroteos e intercambios de artillería durante varias horas, nadie parecía demasiado preocupado.

Es increíble cómo la gente puede acostumbrarse al horror, a la violencia. No se puede olvidar que -aunque en teoría ahora sean los buenos- cuando los diferentes grupos de la Alianza del Norte gobernaron (por llamarlo de alguna manera) Afganistán, el país se vio sumido en el caos absoluto. También es cierto que eso, ahora mismo, no está ocurriendo. Al menos, en Taloqán.

Los más desconfiados ayer eran los comerciantes. Por la mañana, las tiendas empezaron a abrir rápidamente, pero como no acababan de fiarse del todo, algunas permanecían cerradas ante el temor a saqueos. Avanzada la mañana de ayer, cuando los tenderos vieron que todo funcionaba bien y que los muyahidin se comportaban como es debido (tiros al aire aparte), la ciudad volvió a su bulliciosa normalidad.

Tras tomar Taloqán el domingo por la noche, lo primero que hizo el general Daud, que dirigió la ofensiva, fue recibir ayer por la mañana a los ancianos de la localidad para asegurarles que todo iba a funcionar bien. 'Nosotros sólo queremos traer la democracia y la libertad a la gente'.

'Queremos prepararlo todo para que la gente pueda vivir en paz', manifestó el comandante Daud, de barba negra y aspecto feroz, en una pausa entre sus numerosas reuniones. Daud ha hablado con los notables, con sus comandantes y con los periodistas, al tiempo que está preparando una próxima ofensiva sobre Konduz, la última provincia del noreste de Afganistán que sigue en manos de los talibanes.

'Queremos poner en marcha un grupo eléctrico para que la ciudad tenga luz, mejorar el hospital', asegura Daud, que, sin embargo, no puede decir quién va a tener el control de la ciudad. Algunas personas en el mercado opinan que serán los notables los que se ocupen de la administración civil y las tropas de la Alianza del Norte, de la seguridad. Si la seguridad está en relación con el número de armas que llevan, debe ser elevadísima. Eso sí, su manera de imponer el orden no deja de ser curiosa: varios soldados tenían la misión de despejar la calle principal a golpe de varazo porque la multitud dificultaba el tráfico. Tras unos cuantos golpes y gritos, el terreno se despejaba, pero todo volvía a animarse poco después.

En Taloqán también se ha cumplido otra costumbre afgana: si las cosas van militarmente muy mal, lo mejor es pasarse al enemigo. En unos antiguos cuarteles, los muyahidin tenían encerrados a varios talibanes y no permitían a los periodistas hablar con ellos. Eran cinco y estaban en una habitación leyendo el Corán. Pero otros dos comandantes talibanes esperaban fuera y esos sí que daban miedo, con sus largas barbas, sus pañuelos negros y su mirada desafiante. Habían hablado con Daud por la mañana y serían respetados. La noche anterior se habían pasado con sus soldados al enemigo sin mayores remordimientos de conciencia.

Talibanes invasores

Es un edificio destartalado en lo alto de una colina. Su estado es lamentable. Sólo una parabólica enorme tirada en su patio demuestra lo que fue antes de la llegada de los talibanes en septiembre de 2000: la estación de televisión de Taloqán. La televisión estaba prohibida, la radio, la música... 'En el mercado venían y nos robaban todo, sin pagar', asegura un comerciante tayiko. Aquí los talibanes eran vistos como invasores, según relata un cambista Shagha Hagi, cuyo negocio también se vio extremadamente perjudicado por la presencia de las milicias.

Mayoritariamente pastunes, una etnia que representa casi el 40% de la población pero que está concentrada en el sur, y con apoyo constante de combatientes árabes, chechenos o paquistaníes, los talibanes son vistos en estas regiones tayikas y uzbekas como extranjeros. Y si algo no les gusta a los afganos es que les digan lo que tienen que hacer.

Un grupo de combatientes de la Alianza del Norte muestra su júbilo, ayer, camino de Kabul.
Un grupo de combatientes de la Alianza del Norte muestra su júbilo, ayer, camino de Kabul.ASSOCIATED PRESS

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_