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Una nueva etapa a bordo del ‘Geo Barents’: “Libia es el infierno en la Tierra”

Comienza el día a bordo del Geo Barents con nuevas rutinas tras el rescate de 26 jóvenes africanos

Philippe Juliany (izda) y Thomas Olufson explican a los migrantes a bordo del 'Geo Barents' cómo calentar el contenido de las bolsas de comida.
Philippe Juliany (izda) y Thomas Olufson explican a los migrantes a bordo del 'Geo Barents' cómo calentar el contenido de las bolsas de comida.
Elvira Palomo
A bordo del 'Geo Barents' -

En cuanto suena la música los migrantes, quienes apenas 24 horas antes partieron de la costa Libia en una endeble embarcación de madera, bailan de buen humor los éxitos del momento de África que la matrona, Marina Kojima, ha preparado en una lista de música. La noche ha sido tranquila, todavía algunos se están acostumbrando al movimiento del barco, pero están de buen humor, algo que se confirma en cuanto suena la música. Cada uno se toma su tiempo. Mientras unos recogen la manta y la meten en la bolsa que recibieron el día anterior, otros se encaminan a la fila para pasar el control médico, la temperatura se mide todos los días. A continuación, reciben una bolsa con los alimentos del día, contiene dos comidas empaquetadas -que pueden consumir frías o calientes-, galletas, chocolate, bizcocho y cubiertos. El equipo de MSF ha explicado en distintos idiomas cómo preparar los alimentos y se han formado grupos que han dado pie a las primeras conversaciones, todavía con algunos monosílabos y miradas precavidas. Casi todos los migrantes hablan francés además de su lengua materna, excepto un joven sudanés que solo habla árabe, pero encuentra cómo comunicarse con los demás. Hay alguno que se aparta del grupo y prefiere estar solo. Han pasado por experiencias difíciles y acaban de llegar a un lugar nuevo, todavía no saben qué les depara esta nueva etapa de un viaje que algunos empezaron hace más de seis años.

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Con las indicaciones de Philippe Juliany, encargado de logística en el barco, poco a poco van abriendo sus paquetes y con su simpatía les arranca alguna sonrisa. Todos llevan desde ayer mascarilla que solo se retiran para comer. De fondo sigue sonando la música y algunos se arrancan a bailar. “¡Shakira!”, reconoce uno de ellos, que algo más tímido sigue comiendo. Todavía es pronto para que se abran a contar su experiencia, pero la música, el ambiente distendido ayuda. “La música ayuda a olvidar todas las dificultades que hemos pasado. Estar aquí es un momento de alegría”, asegura Mamadou, procedente de Costa de Marfil. Está sentado en un banco con otros cinco compañeros de travesía. ¿Se conocían de antes? ¿Son familia? “Son mis hermanos”, dice otro joven que prefiere no decir su nombre. “Después de esto son mis hermanos”.

Mamadou habla en su lengua con los otros compañeros antes de responder. ¿Tenían miedo del mar? “Ninguno de nosotros sabemos nadar, pero solo teníamos una opción”. Yousef, de Malí, cuenta que estuvieron dos meses en un centro de detención en la localidad libia de Sabratha, de donde partieron, y asegura que para él la música y poder bailar es una forma de expresar alegría y liberación. Mussa, de Costa de Marfil, interviene en la conversación. “Libia es el infierno en la tierra. No respetan la vida”, pero no dice más.

Otro joven de Malí, que no da su nombre, asegura que es su cuarto intento de llegar a Europa. Tiene un hermano en Italia. Dice que en el lugar donde estaba había unas 200 personas esperando para subir a una embarcación para poder llegar a Europa. Explica que los traficantes con los que ha estado en contacto ofrecen viajar en un pequeño bote, como en el que fueron rescatados, con un máximo de 30 personas a bordo por una tarifa de 800 euros o en un bote más grande con hasta 200 personas por 200 euros. Las mafias lo tienen todo previsto. Si la Guardia Costera te pilla y te mandan a un centro de detención solo tienes que pagar por salir de la cárcel -no dice cuánto- pero no por el viaje otra vez. Partió de Malí, estuvo cuatro años en Argelia para ahorrar algo de dinero. Su hermano le envió algo de dinero también desde Italia. Después fue a Libia, donde ha pasado dos años. Cuando vio el barco de MSF creyó que iba a volver a la cárcel.

Acaba la comida, la música y el baile. Se van deshaciendo los grupos y haciéndose otros más pequeños. Algunos cogen su manta y se tumban a descansar, otros se apoyan en la barandilla de la popa y miran al mar. Hace apenas unas horas estaban ahí, a la deriva en un pequeño bote de madera.

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Sobre la firma

Elvira Palomo
Es redactora en la sección de Internacional. Licenciada en Periodismo y máster en Comunicación Política. Comenzó su carrera en la agencia Efe para la que fue corresponsal en Washington. Comenzó a colaborar con EL PAÍS en Montevideo. Ha trabajado como periodista multimedia en la BBC, en la mesa de edición de AFP para América y en Univision Noticias.

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