Argelia se debate entre la revolución y las urnas
El país celebra hoy unas legislativas en las que se teme una alta abstención por el boicoteo del movimiento de protesta Hirak
La primera calle está cortada por trabajos de asfaltado. La segunda no es la buena; hay que salir marcha atrás, pero por el camino no está de más preguntar: ¿La sede del partido Jil Jadid, por favor? El hombre se sacude las manos dos veces, ese gesto tan árabe que te dice que ahí no se mete, que no es asunto suyo. La política en Argelia aún es un tanto delicada. Las oficinas de Jil Jadid (Nueva Generación) están situadas en una callejuela del barrio de Zeralda, en la periferia oeste de la ciudad de Argel, la capital del país. Su secretario general, Soufiane Djilali, de 62 años, boicoteó las últimas elecciones legislativas, las de 2017. Las de hoy, las primeras sin Abdelaziz Buteflika en la presidencia, no. “Si tenemos representación política, si hay crédito [en las instituciones]”, afirma Djilali durante una charla en su despacho, “la gente aceptará las reformas porque habrá un mínimo de confianza”.
Eso, la confianza en Argelia, es lo que muchos tienen en mente, los que apoyan los comicios de este sábado y los que no, pero difieren en cómo se consigue. Dos años después de la marcha de Buteflika tras tres décadas en el poder, 24 millones de argelinos están llamados a las urnas para elegir un nuevo Parlamento (407 diputados). Tienen donde escoger: cerca de 1.300 listas, más de la mitad formadas por independientes. Esto es, en total, más de 22.000 candidatos, muchos de ellos jóvenes, con formación universitaria. Y muchas de ellas, mujeres —la ley electoral exige paridad en las listas, pero de forma transitoria permite cierto margen de incumplimiento en estos comicios—.
Djilali, que empalma una entrevista con otra en la recta final de la campaña —responde a la última cuestión mientras parpadea la llamada de un medio francés en su teléfono—, no parece sospechoso de asumir a pies juntillas lo que el Gobierno dispone. Este veterinario de formación ya se opuso a un cuarto mandato de Buteflika en 2013. No tuvo éxito. Lo volvió a intentar cinco años después, con la organización Mouwatana (Ciudadanía) y ya en febrero de 2019 con el primer impulso del Hirak, el movimiento que forzó la caída de Buteflika y que aún hoy reclama un cambio profundo del poder.
El Hirak se mantiene en el boicoteo electoral; no cree en estos comicios legislativos, convocados el pasado mes de marzo por el actual presidente argelino, Abdelmajid Tebún, de 75 años. Y es aquí donde Djilali, que considera al actual movimiento “una minoría radical”, discrepa: “Si los ciudadanos no se comprometen, si no votan”, prosigue el líder de Jil Jadid, “el sistema se va a regenerar, va a volver lo mismo; si hay un boicoteo masivo, esto va a beneficiar al sistema anterior”. Existe ese riesgo, admite.
Efectivamente, el rechazo al periodo abierto tras la dimisión de Buteflika ha llevado a que las dos citas ante las urnas celebradas desde entonces, las presidenciales de 2019 y el referéndum constitucional del pasado año, registraran una abstención muy elevada, del 60% y el 76%, respectivamente.
La pandemia —los datos oficiales cifran en algo más de 3.552 los muertos por la covid-19, un número muy bajo en relación con los países vecinos y Europa— no ha jugado a favor de la campaña, muy limitada en los espacios públicos. Aunque mítines, haberlos haylos. Como hay miles de cárteles con los rostros de los aspirantes al Parlamento empapelando paredes y paradas de autobús por las calles de Argel. Si bien lo que sin duda llama la atención en la capital argelina es la enorme presencia policial. Es viernes, día de las protestas del Hirak, consentidas tan solo ya en la Cabilia. En un paseo por la calle Didouche Mourad, nombre de un veterano de la guerra de independencia, en dirección a la Grande Poste, cerca del puerto, es difícil no sortear cada 20 pasos a un grupo de uniformados. Decenas de vehículos y furgonetas de la policía, junto a varios camiones con cañones de agua, se disponen en hilera a lo largo de la vía, aunque no parece que vayan a tener mucho uso.
Según el Comité Nacional para la Liberación de los Detenidos (CNLD), una agrupación que mantiene la cuenta de los arrestados en torno a la protesta antigubernamental, más de 220 personas permanecen en prisión por participar en este movimiento, entre ellos, el periodista Khaled Drareni, de 41 años, apresado en la noche del jueves al viernes. No era la primera vez.
De nuevo hacia el interior de Argel, en el barrio de El Biar, tras un portón azul y una pared blanquiazul inmaculada está la sede del partido Rassemblement pour la Culture et la Démocratie (RCD, Agrupación para la Cultura y la Democracia). Esta formación política es una de las tres, junto al Partido Socialista de los Trabajadores y el Frente de Fuerzas Socialistas, que rechazan participar en las legislativas. Mohcine Belabbas, de 50 años, es presidente de RCD, partido con más de 30 años de vida. En un despacho junto a un patio de azulejos, acompañado por un paquete de cigarros —”el primero del día es cuando llego a la sede”, dice—, responde a las preguntas. “No podemos esperar arreglar los problemas de un país”, señala, “si no recuperamos antes la confianza”. Esto es, un camino distinto al que apuntaba Soufiane Djilali: primero reformar el sistema y luego celebrar elecciones.
La presidencia de Tebún
En diciembre de 2019, Tebún, candidato independiente, que había ocupado, no obstante, diferentes cargos durante la presidencia de Buteflika, ganó las elecciones a la presidencia. Desde entonces, se ha refrendado una reforma constitucional y aprobado una nueva ley electoral, ambas elaboradas por comités de expertos, la mayoría del sector académico, nombrados desde la presidencia.
Según Belabbas, todo este proceso no ha contado con los argelinos. “El poder se ha negado a hablar con los partidos políticos, los actores de la sociedad civil y con los ciudadanos”, dice el líder de RCD, “el presidente ha adoptado una ley electoral de forma unilateral”. No tiene pelos en la lengua; ha participado activamente en muchas manifestaciones de protesta en las calles. Quizá por eso, como explica, lleva una década sin aparecer en televisión pública argelina. “El poder está aterrorizando a la población”, continúa, “con detenciones arbitrarias, con la prohibición de partidos políticos”.
El RCD no participa en las legislativas, pero eso no quita que no tenga un programa político claro: reorganización del Estado siguiendo el modelo de descentralización española, mejora de la formación de los jóvenes para que la élite no se quede fuera del país, reforma del sector turístico, energético... “Pero la prioridad”, defiende, “es un debate libre para los argelinos”.
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