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Netanyahu deja de ser profeta del poder en Israel

El primer ministro que más tiempo ha ocupado el cargo afronta su declive ante la presión de la oposición tras un mes de graves crisis en Jerusalén y Gaza, y entre judíos y árabes

Juan Carlos Sanz
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en una ceremonia celebrada el miércoles en Tel Aviv.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en una ceremonia celebrada el miércoles en Tel Aviv.JACK GUEZ (AFP)

Un vídeo difundido viralmente en las redes sociales el viernes, poco antes del inicio del sabbat, mostraba a Benjamín Netanyahu, quien suele hacer gala de aplomo, lanzando un mensaje desesperado. “Si [Naftali] Bennett se une a un Gobierno de izquierdas pondrá en peligro a Israel cuando nos encontramos acorralados ante el mar”, clamaba desde su residencia privada de verano de Cesarea, con un plácido Mediterráneo a su espalda. El primer ministro que durante más tiempo ha gobernado en el Estado judío —15 años en dos fases, ininterrumpidamente desde 2009— teme que un giro de Bennett, antiguo aliado de la derecha nacionalista, acabe por descabalgarle del poder.

Netanyahu, que llevó a su país hasta el pleno empleo con una economía de tecnología puntera y lo consolidó como potencia militar regional, afronta ahora el previsible final de más de dos años de tribulaciones, en los que ha tenido que someterse a cuatro elecciones sin resultados concluyentes. Ni su exitosa gestión de la pandemia —que Israel superó en un año tras una acelerada campaña de vacunación— le ha salvado de la pérdida de popularidad.

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Procesado por tres causas de soborno, fraude y abuso de confianza, Netanyahu ha sido también el primer jefe de Gobierno en sentarse en el banquillo por corrupción en el ejercicio del cargo en la historia israelí. Como primer ministro (incluso en funciones), la ley le blinda y no exige su dimisión hasta que se dicte sentencia firme. De ahí que siga aferrado al poder y maniobre políticamente para impedir el nacimiento de un Ejecutivo alternativo sostenido por casi toda la oposición antes del jueves, cuando expira el plazo concedido al centrista Yair Lapid para formar Gabinete tras los comicios de marzo. Forzar la convocatoria de unas quintas legislativas consecutivas es la única opción que le resta para seguir siendo un profeta con poder en tierra de profetas.

“Netanyahu ya solo es el profeta incondicional de un 25% del electorado”, sostiene el analista político Daniel Kupervaser, “ya que ha sabido convencer a un amplio sector de que su imagen es mucho más importante que la ideología”. “La paradoja es que, si Netanyahu se aparta, la derecha suma el 60% de los votos”, destaca Kupervaser. “Es difícil de comprender”, añade, “hasta qué punto sus ambiciones personales han arrastrado al país al bloqueo”.

En plena pugna por la supervivencia política, Netanyahu ha tenido que enfrentarse en el último mes a algunos de los episodios más violentos en sus tres lustros de mandatos. La conjunción durante el pasado Ramadán de las mayores protestas palestinas en Jerusalén en años —mezquita de Al Aqsa, Ciudad Vieja, distrito de Seij Yarrah, de donde se iba a expulsar a varias familias— con un estallido de enfrentamientos sin precedentes entre judíos y árabes (21% de la población israelí) condicionaron su estrategia política.

“Ha pagado cualquier precio con tal de mantener a su lado a los partidos ultraortodoxos, que le aportan otro 12% del electorado, y a la extrema derecha, que obtiene en torno al 10% de los sufragios”, argumenta el analista Kupervaser. “En conclusión, la oposición [de centroizquierda] no puede formar Gobierno sin el apoyo de partidos árabes”, resalta la dificultad de que fragüe una alternativa en medio de la violencia sectaria entre judíos y árabes israelíes en ciudades con población mixta, como Lod (suburbio de Tel Aviv) o Acre (costa del norte).

Cuando sus exministros Lapid y Bennet se disponían hace tres semanas a cerrar un inédito pacto de Gobierno —con formaciones conservadoras escindidas de la órbita del Likud (el partido de Netanyahu), laboristas, pacifistas y árabes—, una escalada bélica con Hamás en Gaza sin precedentes en siete años dejó en suspenso la negociación política. El primer ministro confiaba en que una respuesta militar contundente en la Franja, frente al lanzamiento de cohetes sobre Jerusalén, iba a reforzar sus opciones de restablecer las alianzas con fuerzas de la derecha que le habían dado la espalda.

Paso marcado por Estados Unidos

En su larga carrera ha tenido que lidiar con cuatro presidentes de EE UU. Bill Clinton le forzó en su primer mandato a mantener los Acuerdos de Oslo en contra de su voluntad política. El también demócrata Barack Obama le llevó de nuevo a la mesa de negociaciones con los palestinos, hasta el fracaso del diálogo en 2014.

La llegada al poder del republicano Donald Trump dio un vuelco a los paradigmas sobre Oriente Próximo en favor de Israel, comenzando por el reconocimiento de Jerusalén como su capital y terminando con la salida del acuerdo nuclear con Irán suscrito por Obama.

Con el demócrata Joe Biden se produce un retorno a la solución de los dos estados. En la reciente escalada de Gaza, Biden ha marcado el paso a Netanyahu con una presión creciente hasta imponer el alto el fuego.

Como recuerda su biógrafo Anshel Pfeffer, Netanyahu ya apostó en su libro Un lugar entre las naciones (1993), por un Israel fuerte ante el resto del mundo para “retirar de la agenda la cuestión palestina”. Tras un largo mes de tensión en Tierra Santa ha ocurrido exactamente lo contrario.

Pugna por el control político

Benjamín Netanyahu, de 71 años, fue en 1996 el jefe de Gobierno más joven de Israel y el primero nacido tras la creación del Estado. Como subrayaba el maestro de periodistas Miguel Ángel Bastenier hace más de dos décadas en EL PAÍS, a Netanyahu “lo único que le interesa es el poder”. Lo alcanzó tras el asesinato del primer ministro Isaac Rabin, pero tres años después otro laborista, Ehud Barak, le derrotó en las urnas. Desde entonces suele achacar a la prensa, y a un “Estado profundo” que considera infestado de izquierdistas, el fracaso de su primer proyecto político conservador. Tuvo que esperar una década antes de regresar a la residencia oficial del primer ministro en Jerusalén, la misma que ahora se resiste a abandonar.

Heredero del sionismo revisionista (de derechas) que quedó relegado en la era fundacional de Israel (de ideología socialista), en su última larga década como mandatario ha contribuido a afianzar el vuelco conservador del país, iniciado tras la guerra de Yom Kipur (1973), que despertó al Estado judío de su letargo de la arrolladora victoria sobre los países árabes en la guerra de los Seis Días (1967). En ambas participó Netanyahu como joven soldado.

Como oficial de comandos fue herido durante el rescate de los pasajeros de un avión secuestrado en el aeropuerto de Tel Aviv en 1972. Hace seis años recordaba los hechos en un acto en Jerusalén junto con dos figuras de la política israelí —el expresidente Simón Peres, fallecido en 2016, y el ex primer ministro Ehud Barak, retirado ya de la escena política—, que participaron en la operación.

Desde el poder ha ordenado tres campañas bélicas en la franja de Gaza —2012, 2014 y la que acaba de concluir la semana pasada—, pero prefiere librar contiendas más discretas, como la que le enfrenta a Irán, con acciones encubiertas y ciberataques, y a sus milicias satélites en Siria.

Nieto de un rabino e hijo de un historiador conservador, Netanyahu se desenvuelve igual en hebreo coloquial, con la chutzpah (osadía) de la calle israelí, que en inglés de la costa este de EE UU, donde se educó, en los salones diplomáticos.

En los años ochenta se convirtió en figura clave de las embajadas de su país en Washington y Naciones Unidas. Como maestro de la hasbará (diplomacia pública) emergió ante el mundo en la Conferencia de Madrid, en 1991. Diputado a partir de 1988, ministro en sucesivas carteras —de Exteriores a Defensa pasando por Finanzas—, el jefe del Gobierno hebreo ha recorrido casi todo el escalafón del poder en Israel.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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