El Brexit y el fin de Occidente
El proceso de salida del Reino Unido de la UE ha mostrado que no valen soluciones binarias para cuestiones complejas
En un artículo —ciertamente apocalíptico—, publicado en 2016 en The Washington Post, Anne Applebaum se preguntaba: ¿Nos encontramos ante el final de Occidente tal y como lo conocíamos? “Estamos a tres votaciones para que esto se produzca”, advertía la autora. Se refería al Brexit, a la victoria de Donald Trump y a las presidenciales francesas de 2017 en las que pudo triunfar Marine Le Pen. Hoy, la líder del antiguo Front National —el actual partido/movimiento de Rassemblement National— está más cerca del poder, y ese espacio del planeta que geográfica y emocionalmente conocemos como Occidente, ha experimentado un cambio sustancial tras esas tres votaciones.
La tragicomedia comenzó con el referéndum del Brexit, calificado como la entrada oficial del populismo en el panorama internacional. Y así es. Pero el Brexit es también el crisol en el que contemplar y analizar los principales ejes de conflicto de nuestra época; las líneas de fractura (como la territorial o generacional) que han provocado los recientes asaltos a la democracia, señalando sus flancos débiles y advirtiéndonos de que aquella no es la regla o “la consecuencia lógica del progreso”, sino una excepción histórica, según dijo Philipp Blom. Pensada para domesticar al poder y ajustarlo a los intereses ciudadanos, la democracia es hoy una diana de cuestionamiento de los votantes y el instrumento de acceso al poder de líderes autoritarios que dicen encarnar la voz pura de la furia del pueblo.
El Brexit representa el sueño rousseauniano del ideal de comunidad afectiva de unidad e identidad compartidas. Ese absurdo situado por encima de los intereses individuales de la ciudadanía y de las reglas que garantizan la salvaguarda de su libertad y bienestar. El Brexit fue el laboratorio político de las fake news y de la manipulación del debate público; la fantasía húmeda del nacionalpopulismo inoculado desde arriba para unificar a los compatriotas frente al enemigo de turno que impedía la realización de la funesta utopía. La pregunta es: ¿dónde estuvieron los líderes de las capitales europeas durante la campaña? Fue poco lo que pudimos esperar de la mente privilegiada de Cameron, especialmente después de llamar estúpidos, xenófobos y racistas a los votantes que consideraban optar por el Leave. Pero ¿por qué no se trasladaron a aquel campo de batalla los políticos más emblemáticos de la Europa continental para apoyar el Remain?
El Brexit ha mostrado que no valen soluciones binarias para cuestiones complejas, y que “el hecho mayoritario” es una ficción en un mundo social crecientemente fragmentado. Quizá acabe enseñándonos también el peligro de imponer un resultado a las generaciones a las que pertenece el futuro. En ese futuro hay que pensar hoy en términos de un divorcio que impondrá la lógica de la competencia en lo económico, aunque seguirá habiendo una convergencia de intereses en seguridad reflejados en el ámbito de la OTAN. Pero la naturaleza de nuestra relación con la isla cambiará. Y también cambiaremos un poco nosotros.
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