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El enigma de los caballos mutilados en la Francia rural

¿Una secta? ¿Una apuesta perversa? La gendarmería investiga el misterio que azota la campiña desde hace meses

Veronique de la Brélie alimenta a su yegua Cimona, ya recuperada tras el ataque que sufrió el 9 de julio en su propiedad de Criquetot-sur-Longueville.
Veronique de la Brélie alimenta a su yegua Cimona, ya recuperada tras el ataque que sufrió el 9 de julio en su propiedad de Criquetot-sur-Longueville.LOU BENOIST (AFP)
Marc Bassets

Los caballos aparecen con las orejas o los genitales desgarrados, con heridas por cuchillo en el cuerpo o con fracturas por golpes con objetos contundentes. A otros, los encuentran muertos. Los propietarios o los cuidadores los suelen descubrir por la mañana. Y se asustan. Y cavilan: quién y por qué. Algunos incluso se arman. Y circulan todo tipo de hipótesis, algunas descabelladas, sobre lo que esconde la ola de mutilaciones a caballos que desde hace meses azota la Francia rural.

Un sádico. Una secta satánica. Un desafío surgido de las catacumbas de Internet: alguna competición perversa por dañar el máximo número de animales. O, simplemente, un fenómeno de psicosis colectiva, abonada por la inseguridad propia de una época de pandemia, inflamada por las redes sociales que facilitan la denuncia de incidentes que antes no se notificaban, y sin nada que permita acreditar algo excepcional.

“Ni nosotros lo entendemos”, decía el pasado viernes Véronique de la Brélie, una criadora de caballos jubilada en Criquetot-sur-Longueville, una aldea de 200 habitantes en Normandía. “Puede ocurrir en cualquier momento y en cualquier parte”.

El 9 de julio, a las tres de la madrugada, De la Brélie recibió una llamada telefónica. Era el vecino, que había visto a su yegua tumbada junto a la carretera. Ella sospecha que la golpearon con un bate de béisbol o algo similar con el fin de aturdirla y después mutilarla, pero que Cimona, de 12 años, se revolvió, rompió la valla y cayó en la cuneta.

“No podía moverse. Se encontraba en estado de shock total”, recuerda la propietaria. Tenía la mandíbula hinchada y la boca ensangrentada. Vinieron semanas de hospitalizaciones y operaciones. Como tenía dificultades para comer, perdió más de cien kilos, que ha empezado a recuperar. “Pesaba 680. Ahora, 600”, explica.

Cuando, al final de primavera, los franceses se desconfinaron después de dos meses encerrados para frenar el coronavirus, por todo el país se multiplicaron las denuncias por las supuestas mutilaciones. Ocurría por todo el territorio, a veces varias veces en un mismo día.

En agosto, el misterio saltó a las portadas y a los telediarios. La gendarmería se activó. El ministro del Interior, Gérald Darmanin, llamó a la “movilización general de los franceses, en particular a los que viven en el mundo rural, para denunciar los hechos, los indicios” que permitan detener a los responsables de “estos actos innobles”. Casi un asunto de Estado.

Prados verdes, carreteras solitarias, pueblos de postal: en esta parte de Normandía, el triángulo formado por la ciudad de Rouen y las poblaciones costeras de Dieppe y Fécamp, todos los aficionados a los caballos conocen a alguien cuyo animal ha sufrido una mutilación o temen ser la siguiente víctima.

“Le cortaron con un cúter o con un cuchillo”, dice en su oficina en un complejo industrial de Varneville-Bretteville, cerca de Rouen, el empresario Alain Comalada después de enseñar las fotografías de la herida que una noche a mediados de junio alguien le hizo a su potro de un año, Jador your Life. “Es gente que conoce bien a los caballos”.

A 60 kilómetros de ahí, Steven Sanson y Thomas Belotte dirigen un centro ecuestre situado sobre uno de los vertiginosos acantilados calcáreos de la costa normanda. Los animales viven y duermen al aire libre.

El 8 de septiembre, una yegua amaneció con un corte en la vulva. Sanson y Belotte organizaron rondas de vigilancia nocturnas con otros propietarios de caballos. No sirvieron para evitar que, 20 días después, se repitiese el episodio con otra yegua. “El corte es limpio y derecho”, afirma Sanson, “como lo haría un veterinario con un bisturí”.

Lo primero que llama la atención es el conocimiento del agresor o los agresores del terreno en el que operan: “Es lo perturbador, que podemos tenerlos al lado, y no los vemos”. Lo segundo es que actos similares se hayan reproducido por todo el país: “Yo creo que comenzó un grupo de personas, pero se mediatizó, y después otros se dijeron: 'Vamos a copiarlo”.

Además del perfil de los agresores, el motivo es el otro enigma. “Lo de las sectas me parece una hipótesis bastante extravagante”, dice por teléfono Christophe Gérard, abogado que es propietario de caballos y ha recopilado decenas de casos que podrían acabar ante la justicia si se encontrase a los culpables. “No se puede excluir la idea de una apuesta estúpida para que el mayor número posible de caballos sea víctima de estas atrocidades”, razona. “Y otro motivo, que puede ser más real, es que quizás los propietarios de caballos no sean tan bien vistos ni bienvenidos en algunos lugares”.

Antecedente suizo

¿Y si no hubiese motivo? ¿Y si ni siquiera hubiese culpables? El antecedente de Suiza, en 2005, da que pensar. Los paralelismos son significativos. Era verano, época de tradicional sequía informativa. Se hablaba de un asesino en serie, se trazaban perfiles psicológicos y se especulaba que el mutilador pudiese dar el salto a los humanos.

Hasta que, después de la muerte y mutilación de un asno, entró en escena Olivier Guéniat, jefe de la policía judicial de Neuchâtel. Lo recuerda Olivier Ribaux, hoy director de la Escuela de Ciencias Criminales de la Universidad de Lausana. Entonces, como analista de la policía, trabajó mano a mano con Guéniat, ya fallecido.

Por medio de autopsias, de exámenes de ADN, de pruebas en mataderos para comparar los cortes con cuchillos con los mordiscos de animales, Guéniat dedujo que el temido asesino de animales era una ficción. Otros investigadores suizos alcanzaron la misma conclusión. De 63 casos en todo el país, solo 18 quedaron sin explicación. La fiebre se desvaneció.

“No voy a emitir un juicio sobre los casos individuales en Francia: no tengo acceso a los datos básicos. Pero lo que choca, respecto a lo que sucedió en Suiza, es el desarrollo de las redes sociales, que amplifica la construcción del fenómeno”, apunta el profesor Ribaux. “Se analiza el fenómeno con una confianza total en su existencia. Y se desarrollan hipótesis que, sin duda, serían muy válidas si su fundamento fuese sólido, pero quizá aquí no lo sea tanto como se dice”. Según un recuento publicado por el diario Libération a finales de septiembre, la gendarmería había recibido 344 denuncias; de estas, solo 55 corresponden a agresiones perpetradas por humanos.

¿Hay un misterio de los caballos? ¿Y si no lo hay? ¿Y si el misterio es por qué aparecen estos misterios?

Lo seguro, en todo esto, es el miedo. Karine, propietaria de un centro ecuestre en Normandía, pide que no se cite su apellido ni la ubicación de su establecimiento. No quiere dar ideas. Por ahora no ha sufrido ningún ataque. Pero está atenta.

Hace tres semanas, un hombre buscaba setas al atardecer. Ella se le acercó con un bate de béisbol y un palo de golf. “¿Qué hace usted aquí?”, le dijo. “¿No se da cuenta de que alguien le puede pegar un tiro o le romperá la cara porque todo el mundo está asustado con los caballos?”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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