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El discreto desencanto de la izquierda burguesa en la Toscana

Livorno y Pisa, separadas por solo 20 kilómetros y consideradas feudos socialdemócratas, ilustran el desconcierto de la región ante las opciones progresistas clásicas en las elecciones del próximo domingo

Imagen de los canales de Livorno, la semana pasada en la localidad de la Toscana.
Imagen de los canales de Livorno, la semana pasada en la localidad de la Toscana.Daniel Verdú
Daniel Verdú

Algunas rivalidades tienen raíces profundas. Especialmente en la Toscana, donde es difícil encontrar un pueblo que no se lleve mal con el del al lado. Esta comenzó hace cinco siglos, justo cuando el Gran Duque, Fernando I de Medici, se empeñó en tener un puerto ahí para evitar la hegemonía de Pisa y decidió impulsar Livorno en 1593, pocos años después de su fundación. Ese año se sacó de la manga unas leyes en las que instaba a ciudadanos de toda Europa a trasladarse a la ciudad y obtener la ciudadanía si participaban en la vida comercial y económica. Un chollo: un puerto franco sin tasas donde los condenados serían libres, los deudores quedarían exonerados y habría libertad de culto. Ingleses, judíos huidos de España, presos fugados en busca de una nueva vida… Livorno, lugar donde se fundó el Partido Comunista Italiano (PCI) en 1921, fue para siempre una ciudad multicultural, típicamente portuaria, donde su vertiente de izquierdas tendió al anarquismo y la libertad fue un principio insobornable.

Pisa, a solo 25 kilómetros, gestionó sus inclinaciones progresistas desde una pulsión más intelectual y refinada, apoyada en pilares como la Escuela Normal Superior, quizá la institución académica con mayor prestigio de Italia. Hoy, víctimas de la crisis de la izquierda tradicional, representan las dos respuestas a ese malestar que el próximo domingo se disputarán el control de la Toscana en un mano a mano histórico entre la joven y agresiva candidata de la Liga, Susanna Ceccardi, y el viejo aspirante del Partido Democrático (PD), Eugenio Giani. Los sondeos dan ahora mismo un empate técnico en un lugar donde Matteo Salvini se juega su supervivencia y la socialdemocracia, seguir siendo un feudo inexpugnable desde que se empezó a votar en las regiones.

El centro de Pisa está lleno de bares, copisterías y garitos estudiantiles que hablan de una ciudad progresista y nocturna. La universidad aporta aquí 40.000 residentes que se suman a la población estable de unos 90.000. Genera sus problemas, faltan a veces recursos para alimentar los servicios. Pero como señala en una entrevista con este periódico el director de la Escuela Superior Normal, Luigi Ambrosio, también ha edificado una identidad nítidamente abierta y europeísta -aunque a veces sea más bien un efecto óptico- sobre los adoquines de una ciudad que hace dos años pasó a manos de la derecha por primera vez desde los años noventa. Este no era un lugar excesivamente castigado por el paro, ni por los conflictos sociales de la inmigración o el adulterado discurso de la seguridad. No es comparable a zonas desindustrializadas como Terni o Sesto San Giovanni, donde la ultraderecha construyó su nuevo relato. Pero el candidato de la Liga, Michele Conti, se hizo con la alcaldía. “Pisa no siempre fue de izquierdas”, matiza el regidor en su despacho del Ayuntamiento. En los últimos 10 años el centroizquierda se alejó de las exigencias de los ciudadanos. Las clases populares, las medias, los habitantes de la periferia fueron abandonados a su suerte. Nosotros en estos dos años hemos intentado colmar esas lagunas que nos dejaron como herencia".

Turistas se fotografían ante la torre de Pisa el pasado viernes.
Turistas se fotografían ante la torre de Pisa el pasado viernes.Daniel Verdú

La transformación comenzó de manera silenciosa. Y llegó desde la periferia, apunta el periodista y autor de Cómo convertirse en liguista David Allegranti. Su libro es un fantástico retrato de la mutación del voto de izquierdas hacia opciones de ultraderecha nacionalista tomando como ejemplo la ciudad toscana. “El centroizquierda dejó de arremangarse mientras la Liga iba cada día a zonas populares en dificultad. La gente creyó en esa alternativa. Sucedió por el empobrecimiento de la clase media. Pisa no era tan de izquierda como Sesto San Giovannni (Lombardía), pero sí era una ciudad progresista, con un sustrato cultural muy fuerte. En los barrios populares había gente que votaba Lotta Continua (un partido de izquierda radical de orientación comunista y obrera), pero ahora apoya a Matteo Salvini por cuestiones como la inmigración. Hay sindicalistas de la CGL (Confederación General del Trabajo) que votan a la Liga y que incluso han sido candidatos suyos”, señala.

La ultraderecha caló en los barrios populares

La paradoja pisana indica que el centro de la ciudad, donde vivían las clases medias altas, siguió votando socialdemócrata. Pero en la periferia, en los barrios populares, la Liga obtuvo consenso de hasta el 40%. El CEP (siglas de Coordinamento d’Edilizia Popolare), el barrio de protección oficial que comenzó a construirse después de la Segunda Guerra Mundial cuando el centro de la ciudad fue arrasado por los bombardeos aliados, tiene la respuesta a una ecuación política que recorre estos días toda la región. “Aquí la gente se acostó siendo comunista un día, y al siguiente se levantó votando a la Liga”, bromea el exalcalde de la ciudad Sergio Cortopassi sentado en el bar Tirreno, en pleno corazón de este barrio obrero. Durante un paseo en su coche es posible ver la transformación de un barrio que hasta no hace tanto tuvo un mercado proletario donde hoy se alza un enorme supermercado de una gran cadena.

El malestar por una izquierda que abandonó a sus votantes y se entregó a los asuntos de los bancos y los empresarios recorre toda la región. Siena, el lugar donde nació el Monte Dei Paschi (el banco más antiguo de Europa) cambió de manos hace dos años por primera vez en décadas. Los escándalos del banco y la promiscuidad del PD con los tejemanejes que lo destruyeron fueron castigados y la ciudad pasó a manos de la Liga. En otros lugares, como Livorno (150.000 habitantes), a solo 25 kilómetros de Pisa, también cundió el hartazgo. Pero la ciudadanía miró hacia el lado opuesto para encontrar soluciones y apostó por recuperar las esencias de la izquierda. Primero entregó su alcaldía al Movimiento 5 Estrellas, que logró recoger el descontento del voto obrero y de las clases populares. Tras el fracaso en la gestión, decidió abrir las puertas a una lista cívica comandada por el periodista deportivo Luca Salvetti, que encontró la tecla justa para volver a ilusionar a los votantes de izquierdas. Antes de llegar a su despacho, una pegatina advierte ya de por qué es también muy apoyado por el mundo de la izquierda radical de la ciudad: “Aquí hay un alcalde antifascista”, reza el adhesivo.

Alcalde de Livorno, Luca Salvetti, muestra la portada del periódico 'La Repubblica' dedicada a su ciudad, la semana pasada.
Alcalde de Livorno, Luca Salvetti, muestra la portada del periódico 'La Repubblica' dedicada a su ciudad, la semana pasada.Daniel Verdú

El ‘modelo Livorno’

La victoria de Salvetti, la capacidad para volver a tejer alianzas y ganarse el respeto de viejos votantes socialistas —cada día, entre otras cosas, se acerca andando la plaza Garibaldi a hablar con los pequeños narcotraficantes para convencerles de la inconveniencia de su oficio—, fue enseguida bautizada como el modelo Livorno. “Volvimos a las plazas, entre la gente a los barrios populares. Muchos tuvieron que hacer cuentas con la crisis de 2008, que aquí golpeó muy duro, y habían sido abandonados por la izquierda”, señala. El clima de empobrecimiento, problemas sociales y un índice de inmigración mucho mayor al de Pisa eran a priori un terreno propicio para el discurso de rechazo social de la Liga. Ha sucedido antes en tantos sitios parecidos. Pero Salvetti lo descarta rotundamente. “Aquí se fundó el PCI y los valores antifascistas tienen raíces muy profundas. Era más difícil arrancarlos que en otros lugares. ¿El proyecto? Nosotros no tenemos grandes monumentos. Pero propusimos devolverle la identidad y el orgullo a través del relato y de los hitos conseguidos”.

La tradición comunista de la ciudad sigue viva. En el barrio de San Marco, junto a los canales que dan a este lugar un aire veneciano, quedan los restos del antiguo teatro San Marco, hoy convertido en una guardería para niños. Aquí se fundó el PCI hace 99 años. “Apoyado por la ideología de Marx y Engels, de Lenin y Stalin, del ejemplo de Gramsci y bajo la guía de Togliatti”, reza todavía la lápida que lo recuerda. Unos principios que representaban a la “vanguardia obrera” que hoy en la ciudad ha retomado un nuevo partido comunista que lidera el expúgil Lenny Bottai, conocido en sus tiempos de campeón como el Mangosta. Exjefe de la curva del Livorno Calcio —ultras del equipo de fútbol de la ciudad—, entusiasta de la política y entregado al gimnasio popular que dirige, donde los socios no pagan más de 20 euros mensuales y los inmigrantes y menores no acompañados pueden disfrutarlo gratuitamente, se presenta por primera vez a las elecciones regionales.

El líder del partido comunista en Livorno, Lenny Bottai, la semana pasada.
El líder del partido comunista en Livorno, Lenny Bottai, la semana pasada.Daniel Verdú

Bottai, de 43 años, retirado hace dos años del ring después de llegar a ser subcampeón internacional en Las Vegas, encabeza el ala más radical de la izquierda parlamentaria toscana. Critica fuertemente la deriva del PD y asegura que “son lo mismo que la derecha”·. Aun así, da crédito al actual alcalde, a quien reconoce el mérito de haberse mantenido independiente a las exigencias y compromisos del PD. La fórmula Livorno funciona hasta el momento y ha logrado unir a todo un espectro necesario para hacer frente a la coalición de centroderecha que siempre se presenta unida y favorecida por la ley electoral. Pero la apuesta del PD en la región no parece tan decidida y el candidato, a quien Bottai considera un escalador profesional de partido, no convence. La Toscana podría pasar por primera vez en cinco décadas a manos de la derecha.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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