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El golpe de Estado en Malí fuerza la salida del presidente después de meses de inestabilidad

“No deseo que se derrame más sangre por mantenerme en el poder”, afirma Ibrahim Boubacar Keita

Soldados y ciudadanos en los alrededores de la casa del presidente de Malí, Ibrahim Boubacar Keita, en Bamako, durante la sublevación militar de este martes. En vídeo, el portavoz del Comité Nacional para la Salvación del Pueblo anuncia la toma de poder del país.Vídeo: AP / REUTERS
José Naranjo

El presidente de Malí, Ibrahim Boubacar Keita, se ha visto forzado a dimitir y a disolver el Gobierno y el Parlamento tras haber sido detenido ilegalmente por los militares junto a su primer ministro, Boubou Cissé, tras el golpe de Estado protagonizado este martes por un grupo de soldados en el país africano. Los dos dirigentes, que se encontraban en el domicilio particular del primero, habían sido trasladados a la base militar de Kati, a unos 15 kilómetros de Bamako, y permanecían bajo el control de los amotinados. “No deseo que se derrame más sangre por mantenerme en el poder”, dijo durante una alocución transmitida en ORTM, la televisión oficial de Malí. Los militares han prometido una transición civil.

El alzamiento fue acogido con vítores por una multitud que se había concentrado en la plaza de la Independencia, epicentro de las protestas que desde hace meses sacuden a Malí para pedir la dimisión del presidente, a quien acusaban de incapacidad a la hora de sacar al país de la crisis que atraviesa.

Todo comenzó cuando un número indeterminado de militares se dirigió por la mañana a toda velocidad a la base Sundiata Keita de Kati. Una vez allí varios testigos relatan que se pudieron escuchar disparos. Tras abrir los almacenes, los soldados se hicieron con numeroso armamento y se dirigieron a Bamako, tomando posiciones en los alrededores de lugares estratégicos de la capital como el Ministerio de Defensa, la Jefatura de las Fuerzas Armadas o la televisión pública ORTM.

Ibrahim Boubacar Keita, presidente de Malí. En vídeo, Boubacar presenta su dimisión del cargo. Vídeo: AFP / REUTERS

Las reacciones no se han hecho esperar. El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, reclamó la liberación “inmediata y sin condiciones” de Keita y Cissé y exigió la vuelta al orden constitucional en Malí. Este miércoles está prevista una reunión de urgencia del Consejo de Seguridad a petición de Francia y Níger. La Unión Africana también ha reaccionado en la misma línea. El presidente de la comisión de este organismo panafricano, Moussa Faki Mahamat, pidió a los golpistas que renunciaran al uso de la fuerza.

La Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) condenó la intentona golpista, pidió a los alzados que regresaran a sus cuarteles y aseguró su firme defensa del orden constitucional. De igual modo, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, condenó la asonada con firmeza. “Un golpe de Estado nunca es la solución a una crisis, por muy profunda que sea”, dijo.

La sublevación militar ha generado también una fuerte “inquietud” en Francia, país que lidera con 5.100 militares la Operación Barkhane en el Sahel, incluido Malí, contra el extremismo islamista regional. El presidente, Emmanuel Macron, “sigue atentamente la evolución de la situación y condena la sublevación” militar, dijo el Elíseo, según el cual el jefe del Estado ha hablado este martes con Keita, así como con el presidente nigeriano, Mahmadou Issoufou; el marfileño Alassane Ouattara y el senegalés Macky Sall. El ministro de Exteriores, Jean-Yves Le Drian, ha subrayado por su parte que Francia apoya el llamamiento al mantenimiento del orden constitucional realizado por la Cedeao, informa Silvia Ayuso desde París.

Esta sublevación guarda enormes similitudes con el golpe de Estado de 2012 liderado por el capitán Amadou Haya Sanogo, que acabó con el mandato del entonces presidente Amadou Toumani Touré. Malí atraviesa un profundo periodo de inestabilidad que se ha visto agravado en las últimas semanas. Por un lado, la amenaza yihadista y los conflictos intercomunitarios sacuden ya a dos terceras partes del país que se han convertido en zona roja. En Bamako, un movimiento popular y la oposición exigen en las calles la dimisión del presidente Ibrahim Boubacar Keita desde hace meses con manifestaciones que costaron la vida a 14 personas, según Naciones Unidas. Y, por último, un reciente informe de la ONU señalaba a altos cargos de la Administración y del Ejército como responsables de haber obstaculizado la aplicación del acuerdo de paz de Argel, apuntando hacia posibles sanciones contra ellos.

Desde la ocupación yihadista del norte del país en 2012 Malí ha estado envuelto en la tormenta. La operación militar francesa puesta en marcha al año siguiente logró recuperar las principales ciudades del norte, como Gao y Tombuctú, pero fracasó en su empeño de liquidar a los grupos armados. Los radicales exhibieron una enorme resiliencia, se reorganizaron y hoy golpean con más fuerza nunca, ya no solo en Malí sino que han extendido su radio de acción a dos países vecinos como Burkina Faso y Níger. Por eso para la Unión Europea, Malí es clave a la hora de frenar la expansión del terrorismo islamista. Una misión comunitaria integrada por unos 200 militares españoles en la actualidad forma desde hace siete años al Ejército maliense en técnicas antiterroristas en la base de Koulikoro.

Celebración en las calles

Cuando los vehículos con los soldados sublevados en Malí atravesaban este martes las calles de Bamako, a su paso se escuchaban aplausos y vítores. Para entender tanta alegría ante un golpe de Estado es necesario asomarse a la historia reciente de este país, uno de los más pobres del mundo. Keita llegó al poder en 2013 y lo hacía con la vitola de ser el hombre fuerte a quien no iba a temblar el pulso para enderezar y reunificar un Malí que empezaba a resquebrajarse. Sin embargo, la decepción no tardaría en llegar.

Numerosos escándalos de corrupción han rodeado a sus Gobiernos al mismo tiempo que a Keita se le iba escapando el control del territorio. Las masacres intercomunitarias, en las que miembros de distintas etnias se mataban entre sí en la región de Mopti, empezaron a mostrar la clamorosa ausencia de un Estado en retirada, incapaz de embridar una crisis que superaba ya el aspecto de la seguridad. En los últimos años la sanidad tocaba fondo y la educación rozaba el colapso. La desesperanza se había instalado en los habitantes de Malí, golpeados por el paro y la pobreza.

El pasado mes de abril, entre el coronavirus y el hastío, los malienses acudieron de nuevo a las urnas sin ver clara la salida. Pero el poder volvió a hacer trampas. Esta vez los pillaron in fraganti. La cólera giró hacia el Tribunal Constitucional, hacia los diputados, hacia el sistema y, en la punta más visible de todo, hacia un presidente incapaz de cumplir con su parte del contrato social: atender las necesidades básicas de la población. Y todo ese hartazgo fue canalizado por un movimiento ciudadano liderado por el imam Mahmud Dicko que puso aún más contra las cuerdas a un Keita cada vez más acorralado, cada vez más solo y cansado. Por eso, frente a la unanimidad de las condenas en el exterior, muchos menos se entristecieron en Malí con su caída.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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