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Jair Bolsonaro se entrega al culto a la cloroquina

El presidente de Brasil, que combina discursos autoritarios y negacionistas, recomienda medicamentos sin eficacia comprobada mientras el país supera las 100.000 muertes por la covid-19

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, durante un acto público en Brasilia.
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, durante un acto público en Brasilia.ADRIANO MACHADO (Reuters)

El presidente Jair Bolsonaro mantuvo su estilo seco al hablar sobre la inminencia de las 100.000 vidas perdidas por la pandemia del coronavirus en Brasil. En la presentación que cada semana hace en vivo por redes sociales, intentó distanciarse de cualquier responsabilidad. “La gente lamenta todas las muertes. Ya estamos llegando al número de 100.000, tal vez hoy”, dijo el jueves, cuando oficialmente los fallecimientos sumaban 98.493. “Vamos adelante con la vida, con buscar una manera de escapar de este problema”.

Después de un año y siete meses de Gobierno, Bolsonaro conserva el estilo de quien ignora a sus adversarios, y se mantiene enfocado en su personaje de campaña electoral permanente. Desde que se registró el primer caso en Brasil, en febrero, el mandatario ha combinado discursos autoritarios y negacionistas con contados momentos de serenidad. Su principal objetivo ha sido sacarse de encima la responsabilidad de la crisis y trasladarla a los gobernadores, alcaldes y otras instituciones, como el Supremo Tribunal Federal. Además, tensa constantemente la cuerda con los otros poderes, recomienda medicamentos que no tienen eficacia comprobada para combatir la enfermedad —la cloroquina—, se burla del distanciamiento social y se aprovecha de la aprobación que goza entre los más pobres gracias a la ayuda de emergencia de 600 reales (112 dólares) que aprobó el Congreso.

El presidente ha presenciado incluso cómo enfermaba su propio entorno. El Palacio de Planalto ha pasado a apodarse covidario. De los 3.400 funcionarios que trabajan en la sede presidencial, 178 tenían la covid-19 hasta el 31 de julio pasado. De los 23 ministros de Bolsonaro, ocho han informado que se habían contagiado. Los más recientes han sido Jorge Oliveira (Secretaría General) y Walter Braga Netto (Casa Civil). Todos enfermaron después de Bolsonaro, quien dio positivo en la prueba del virus el pasado 7 de julio. La primera dama, Michelle Bolsonaro, también enfermó. Si fuera un país, la sede presidencial tendría una tasa de 5.235 contaminados por cada 100.000 habitantes. La tasa de Brasil es de 129.

“Durante este proceso, el presidente no ha tenido el interés o la capacidad de asumir que se equivocó con este negacionismo constante, y ha tenido que construir la narrativa política de que las instituciones le han impedido actuar”, dice el politólogo y abogado Valdir Pucci, director de la Facultad Republicana. Bolsonaro enfrenta denuncias ante la Corte Penal Internacional de La Haya y en el Tribunal Supremo de Brasil. También tiene al menos 40 solicitudes de impeachment por su estrategia frente a la covid-19. Ni siquiera haberse contagiado de coronavirus hizo que el presidente moderara el tono de sus discursos radicales.

En solo una ocasión desde que anunció que se había curado, el 25 de julio, Bolsonaro les dijo a sus simpatizantes que debían mantener la distancia de seguridad y llevar mascarilla. Sin embargo, días después participó en aglomeraciones. En la ciudad de Bagé, en el Estado de Río Grande del Sur, disparó otra de sus polémicas frases. Cuando se le preguntó si había contraído la enfermedad porque se había descuidado, dijo: “Nunca me he descuidado. Sabía que algún día la pillaría. Desafortunadamente, creo que casi todos la pillarán algún día. ¿De qué tienen miedo? Enfréntenlo”.

Las frases de Bolsonaro para minimizar la enfermedad han sido noticia en todo el mundo: “No soy sepulturero”, apuntó en abril, cuando el país contabilizaba más de 2.000 muertos; “¿Y qué?”, dijo cuando el país superó los 5.000 muertos a finales de ese mismo mes; y la famosa “es solo una gripecita”, un mes antes. El presidente ha quedado atrapado en la narrativa del enfrentamiento y probablemente permanecerá así hasta el final de su mandato, no solo por la pandemia.

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“La estrategia política de Bolsonaro incluye la idea de estar en campaña electoral permanentemente. Forma parte del ADN del bolsonarismo. Principalmente, para tener cada vez más cerca a sus fervientes seguidores”, dice el politólogo Leandro Consentino, profesor del Insper, una institución de enseñanza universitaria e investigación. “Bolsonaro pone a prueba los límites de las instituciones y de la sociedad civil”, señala el historiador Odilon Caldeira, profesor de la Universidad Federal de Juiz de Fora. “Cuando empezó a radicalizarse, intentó buscar un proceso de naturalización de su discurso”, completa. En esa cruzada, puso al general Henrique Pazuello temporalmente al mando del ministerio de Salud, tras mantener un pulso con los dos ministros anteriores, ambos médicos, que dejaron el cargo por no estar de acuerdo con los protocolos que recomendaban la hidroxicloroquina para tratar la covid-19, como quería Bolsonaro.

Un militar en Sanidad

El mandato de Pazuello, que debía ser provisional, está cerca de cumplir tres meses. Tiempo suficiente para acomodar las demandas del presidente, como respaldar la cloroquina, incluso sin evidencias científicas. En sus apariciones públicas, Bolsonaro no pierde oportunidad de mostrar una caja del medicamento a sus seguidores o, incluso, a los ñandúes que viven en el Palacio de la Alvorada, su residencia. También incentiva el uso del desparasitante Ivermectina, otro medicamento del que no hay pruebas de que sea eficaz contra la covid-19. Mientras invierte tiempo en esta propaganda sui generis, Bolsonaro ha bajado la guardia en un campo sensible para los bolsonaristas radicales.

Para conseguir aliados en el Congreso Nacional durante la pandemia, el presidente ha flirteado con el Centrão, un conjunto de partidos políticos sin una ideología específica que tienen como objetivo estar cerca del Ejecutivo para conseguir favores. Comenzó a llenar el segundo y tercer nivel del Gobierno con políticos recomendados por ese grupo con dos objetivos: primero, impedir que prospere cualquiera de las más de 40 solicitudes de impeachment que se han presentado en el Legislativo; segundo, intentar preparar el terreno para la elección de la Mesa de la Cámara baja, que definirá cómo será la segunda mitad del mandato de Bolsonaro.

A pesar de estar distribuyendo cargos, Bolsonaro no lo ha tenido fácil en el Legislativo. Su base de apoyo aún no está organizada. La prueba es que se están analizando 43 vetos presidenciales —que se producen cuando un gobernante no está de acuerdo con lo que aprueban los congresistas—, 19 de los cuales corresponden a leyes o extractos de leyes destinadas a combatir la crisis sanitaria causada por el coronavirus.

Bolsonaro vetó, por ejemplo, que las madres que crían solas a sus hijos pudieran recibir el doble del valor de la ayuda de emergencia. También vetó que se suspendiera, mientras durara el estado de emergencia pública, la inclusión de empresas deudoras en las bases de datos que se utilizan como parámetro para conceder créditos. Los que siguen la rutina diaria del Congreso tienen la sensación de que al presidente le preocupa más reforzarse ante la distante campaña electoral de 2022 que mitigar los efectos de pandemia.

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