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Libia, un polvorín a las puertas de Europa

El conflicto libio se vuelve global y la intervención de potencias extranjeras puede convertir la guerra en el país norteafricano en una reedición de la siria

Un edificio dañado en Trípoli por los bombardeos de las fuerzas de Jalifa Hafter, el pasado mayo.
Un edificio dañado en Trípoli por los bombardeos de las fuerzas de Jalifa Hafter, el pasado mayo.MAHMUD TURKIA (AFP)
Francisco Peregil

El ajedrez mortal que se está jugando en Libia entre potencias de Oriente y Occidente recuerda, salvando las distancias, al panorama que describió el historiador Christopher Clark en su libro Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914 (Galaxia Gutenberg, 2014). Aquel mundo en el que emperadores, políticos y altos mandos militares “caminaban hacia el peligro con pasos calculados y atentos” evoca también la crisis internacional que el ministro francés de Exteriores, Jean-Yves Le Drian, describió en mayo como la “sirianización de Libia.

Le Drian declaró ante la Comisión de Exteriores del Senado francés que la “sirianización” es real y no meramente simbólica. Insistió en la comparación con un país en el que varias potencias extranjeras ―entre ellas Rusia y Turquía― han combatido durante años de forma interpuesta. Y apeló a un alto el fuego. Días antes, el presidente francés, Emmanuel Macron, criticó a Turquía por jugar “un juego peligroso” en Libia. Y Turquía le contestó que el juego peligroso es el que desempeña Francia apoyando al mariscal Jalifa Hafter, de 76 años, el hombre fuerte del este del país.

La escalada verbal se produce en medio de otra física. El 10 de junio dos fragatas turcas encañonaron a la fragata francesa Coubert, que trataba de impedir en el Mediterráneo el contrabando de armas en Libia, según denunció París ante la OTAN, organización a la que pertenecen los dos países. Nunca un barco de guerra de la Alianza Atlántica había apuntado hacia otro buque aliado.

Sobre el terreno libio, Turquía sufrió un ataque aéreo el pasado día 5 en la base militar de Al Watiya, situada al este de Trípoli, a una treintena de kilómetros de Túnez. No se sabe quién lo realizó, aunque se sospecha de Rusia o de Emiratos Árabes Unidos. El sistema de defensa antiaérea turca quedó destruido y Ankara ha prometido venganza.

París ha denunciado en varias ocasiones que Turquía quiebra el embargo de armas decretado por la ONU en 2011 para ayudar a las fuerzas del Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN, por sus siglas en inglés), basado en Trípoli. Pero Francia nunca acusó a Rusia ni a sus grandes clientes en compra de armas, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, de romper el embargo para ayudar a las fuerzas de Hafter.

El secretario general de la ONU, António Guterres, advirtió el pasado día 8 de que las interferencias extranjeras en el país han alcanzado “un nivel sin precedentes”. En un país de apenas seis millones de habitantes y que posee las mayores reservas de petróleo de África, varias potencias militares de peso están acumulando en Libia cada vez más armas, más mercenarios y más muertos.

Hace solo dos años la presencia de Rusia sobre el terreno apenas existía. Ahora, el Kremlin opera camuflado tras los mercenarios de la compañía Wagner, vinculada al empresario ruso Yevgeni Prigozhin, fiel aliado de Vladímir Putin. Desde que comenzaron los enfrentamientos civiles en 2011 no se habían empleado las minas antipersonas de forma sistemática. Ahora, las tropas de Hafter que iniciaron el asedio de Trípoli en abril de 2019 han dejado las afueras de Trípoli sembradas de minas antipersonas, antes de abandonar el asedio.

Una columna de humo sobre Trípoli tras los bombardeos de las fuerzas de Hafter, el pasado enero.
Una columna de humo sobre Trípoli tras los bombardeos de las fuerzas de Hafter, el pasado enero. Anadolu Agency via Getty Images

La ONU ha contado hasta el pasado día 7 un total de 70 explosiones provocadas por estas minas, con 49 muertos y 93 heridos. El nuevo frente de batalla se ha desplazado a la ciudad mediterránea de Sirte, en manos de Hafter y de los mercenarios rusos que le apoyan. Y allí también se ha sembrado el terreno de minas antipersonas, según señaló este miércoles en un comunicado el mando de las Fuerzas de EE UU en África (Africom, por sus siglas en inglés). Los generales de la Africom aseguran que son los mercenarios de Wagner quienes introdujeron las minas en Libia.

“Esto no tiene pinta de solucionarse pronto”, reconoce un diplomático occidental que solicita el anonimato. “Las claves del conflicto son varias. Por un lado, varios países quieren beneficiarse de las riquezas petroleras. Por otro, también pretenden controlar el flujo de emigrantes subsaharianos. A eso se añade el alto valor estratégico que contiene Libia para cualquier potencia. Y además, está la cuestión de cómo quieren definirse los libios como país. Qué tipo de islamismo desean: ¿uno parecido al de Turquía o al de Emiratos?”

El mapa de Libia

El mapa de Libia se resume así: en el oeste del país, en lo que se conoce como región tripolitana, opera el Gobierno de Acuerdo Nacional, único reconocido oficialmente por la comunidad internacional. Este Ejecutivo depende en gran medida del apoyo de varias milicias (en Trípoli no gusta esta palabra), brigadas o fuerzas paramilitares, a veces enfrentadas entre sí y acusadas, no solo por Hafter, de ejercer un control mafioso sobre la economía del país.

El Gobierno de Trípoli recibe apoyo de Qatar (en el plano financiero), de Italia (diplomático) y, sobre todo, de Turquía, de forma explícita en el terreno militar. Sin Turquía, Trípoli ya habría sido tomada por Hafter. En Trípoli no solo se encuentra la sede del Gobierno, sino la sede de la National Oil Company (NOC), única autorizada a exportar el petróleo, que genera el 95% de los ingresos fiscales.

En el otro bando y extremo del país, se encuentra el autodenominado Ejército de Unidad Nacional, de Hafter. El mariscal recibe apoyo de países muy distintos: por un lado lo ampara Egipto, por otro Arabia Saudí y sobre todo, Emiratos Árabes Unidos; a ellos se ha sumado desde hace menos de un año Rusia, a través de miles de mercenarios pertenecientes a la oscura compañía Wagner. Francia le ha prestado también a Hafter apoyo diplomático y hasta militar en ocasiones puntuales.

Hafter controla, además del Este, el Sur del país. Domina también los principales campos petroleros y los puertos desde donde se exporta el petróleo. Pero no puede vender el petróleo en el exterior, porque solo NOC está autorizada por la comunidad internacional. Hafter bloqueó los principales puertos de salida, para presionar a Trípoli para que le permita administrar los ingresos del petróleo. Antes del bloqueo Libia exportaba 1,2 millones de barriles diarios. Ahora, esa cifra se ha reducido a solo 95.000. La NOC cifra las pérdidas causadas por el bloqueo en 3.800 millones de euros.

Gonzalo Escribano, director del Programa de Energía y Cambio Climático en el centro de análisis Real Instituto Elcano, indica: “Libia tiene las mayores reservas de petróleo de África. Además, está más cerca de Europa que cualquier otro país petrolero africano, con lo cual se reducen los costes. Y encima es un petróleo dulce y ligero, de una calidad excelente. El sueño de cualquier empresa de refinería es tener un petróleo como el de Libia o el de Argelia. Y son las empresas europeas las que están ahí”.

La impotencia de la UE

El papel de la Unión Europea, como tal, parece irrelevante en el tablero libio. Pero al menos tres países tienen grandes intereses en el país. Repsol está presente desde los años setenta, participa en la explotación del mayor campo petrolero de Libia, el Sarara, y produjo 11 millones de barriles el año pasado. La francesa Total produjo el doble. Y muy por encima de ambas se encuentra la italiana Eni, que desembarcó en Libia en 1959. Su negocio en este país supone alrededor del 9% del volumen de la compañía, según cifras de la propia empresa. Eni produce 1,88 millones de barriles de petróleo diarios, de los cuales 170.000 proceden de Libia. La mayoría de sus explotaciones no están en las zonas de conflicto y solo uno de sus yacimientos se ha cerrado en varias ocasiones.

En primera fila y de izquierda a derecha, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan; el presidente francés, Emmanuel Macron; la canciller alemana, Angela Merkel; el secretario general de la ONU, António Guterres; y el presidente ruso, Vladímir Putin, en el encuentro del pasado enero en Berlín para abordar el conflicto en Libia.
En primera fila y de izquierda a derecha, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan; el presidente francés, Emmanuel Macron; la canciller alemana, Angela Merkel; el secretario general de la ONU, António Guterres; y el presidente ruso, Vladímir Putin, en el encuentro del pasado enero en Berlín para abordar el conflicto en Libia.Emmanuele Contini (Getty Images)

Italia siempre ha tenido puesto un ojo puesto en Libia. Desde que en 1911 sus tropas desembarcaron en el país del norte de África para expulsar a los turcos y ampliar sus colonias en esa zona del mundo, la relación ha estado condicionada por dos factores: el petróleo y la inmigración.

La inmigración sí ha supuesto un dolor de cabeza para Italia en los últimos tiempos. Todos sus esfuerzos se han centrado en ayudar a la Guardia Costera del país africano a controlar las salidas de embarcaciones con rumbo al continente europeo.

La crisis migratoria de 2015 marcó profundamente la política de Italia. En 2016 se alcanzó el récord de llegadas de migrantes irregulares, con 181.436 desembarcos, según datos del Ministerio del Interior. Para el año siguiente se esperaba batir otro récord y eso provocó un viraje populista y xenófobo en el discurso de la mayoría de los partidos políticos. El Ejecutivo del entonces primer ministro, Matteo Renzi, alcanzó acuerdos económicos con Libia y logró cerrar el año con 119.369 llegadas.

Las cifras han ido disminuyendo desde entonces. Pero Libia ha tenido un impacto directo en la evolución de la política italiana. En marzo de 2018, el Movimiento 5 Estrellas ganó las elecciones y se alió con Matteo Salvini, el líder de la Liga, para formar una coalición que endurecería salvajemente las medidas contra la migración irregular.

Las líneas rojas de Egipto

Desde el otro lado del Mediterráneo, en Egipto, las preocupaciones son distintas. En El Cairo se suele decir que el principal objetivo es mantener la seguridad y el control sobre la porosa frontera que comparte con Libia a lo largo de 1.200 kilómetros.

Los nervios se han tensado en Egipto tras la derrota de Hafter en Trípoli. A finales de junio, el presidente, Abdelfatá Al Sisi, amenazó por primera vez con una intervención militar directa en el país vecino si la alianza del Gobierno de Unidad y Turquía sigue progresando hacia el Este. Al Sisi marcó sus líneas rojas en Sirte y Jufra, y advirtió de que la alianza no debía entrar en esas ciudades. Por su parte, el ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavusoglu, señaló hace dos semanas al diario británico Financial Times que ni su país ni el Gobierno de Unidad aceptarán una oferta de alto el fuego hecha por Rusia, si las fuerzas de Hafter no se retiran de Sirte y Jufra y vuelven a las posiciones que mantenían en 2015, limitadas al Este del país.

La mayoría de analistas coinciden en que, pese a la escalada, los intereses de Egipto y Turquía en Libia son hasta cierto punto acomodables. De hecho, la delimitación de Al Sisi de una línea roja en Sirte y Jufra implica un consentimiento tácito de la presencia de Turquía en el oeste de Libia.

La atención de El Cairo se centra alrededor de su propia frontera, un territorio en el que Ankara no muestra interés. En la parte occidental del este de Libia, que incluye Sirte y Jufra, Egipto ha dejado que sean Rusia y los Emiratos los que custodien sus líneas rojas. Así, en el caso de finalmente intervenir, el Ejército egipcio podría optar por una entrada en dicha región fronteriza.

Por su parte, la Unión Europea asiste impotente al deterioro de la situación. Kristina Kausch, investigadora senior del German Marshall Fund en Bruselas, señaló el pasado día 8 durante un debate virtual: “Los analistas evalúan entre contraproducente y desastroso el papel de Europa en Libia”.

Libia computa ya más de 400.000 desplazados internos como consecuencia de la violencia armada. Bruselas teme que una escalada provoque un éxodo masivo. En la anterior crisis, entre 2014 y 2017, llegaron a Europa, sobre todo a Italia, más de 620.000 personas procedentes de Libia buscando refugio y se calcula que más de 13.000 murieron ahogadas en el Mediterráneo, según datos de ACNUR.

La UE ha respondido a la creciente inestabilidad con programas de ayuda económica (más de 360 millones de euros hasta ahora) y de apoyo para la gestión, por ejemplo, de los flujos migratorios. Pero la situación es tan delicada que la Comisión Europea gestiona el plan desde Túnez. Desde allí trabajan también la inmensa mayoría de los embajadores occidentales destinados a Libia, como es el caso de España. El embajador de Italia, sin embargo, así como el de Turquía, trabajan en Trípoli.

Avión de pasajeros derribado por bombardeos en el aeropuerto de Mitiga, en Trípoli, el pasado mayo.
Avión de pasajeros derribado por bombardeos en el aeropuerto de Mitiga, en Trípoli, el pasado mayo. Ismail Zetouni (REUTERS)

El Alto Representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell, ha planteado la necesidad de reforzar la implicación europea sobre el terreno. Sin embargo, en la práctica, solo ha logrado poner en marcha la misión naval Irini, para vigilar en el Mediterráneo el cumplimiento del embargo de armas. Pero esa operación dispone en estos momentos de un barco italiano, una fragata griega y cinco aviones, aportados por Grecia, Francia, Alemania, Polonia y Luxemburgo.

Algunos analistas temen que, además de escasos, esos recursos sean ineficientes, porque la mayor parte del tráfico de armas llega por tierra. También que la misión Irini encone los ánimos de Turquía, cuyos suministros por mar parecen ser el único objetivo.

Turquía se implanta en el norte de África

Ankara ha solicitado al Gobierno de Trípoli establecer una base naval turca en Misrata y una aérea en el recién capturado aeródromo de Al Watiya, bombardeado el pasado día 5. “Turquía ya ha aumentado su influencia en Túnez y Argelia y, una presencia militar permanente en Libia, la consolidará como una potencia en el norte de África”, opina Michaël Tanchum, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Navarra.

La actitud de Ankara en Libia forma parte también de una respuesta al eje conformado por Grecia, Chipre, Egipto e Israel para extraer y comercializar el gas submarino del Mediterráneo Oriental; un eje que ha excluido a Turquía del reparto. “Ankara ha interpretado que EE UU y Francia apoyasen este frente común como una política de contención contra Turquía”, explica Tanchum: “Eso le llevó a firmar un acuerdo de fronteras marítimas con el GAN que le ha servido para romper su aislamiento y desafiar la delimitación pactada entre Grecia, Chipre y Egipto”. Por tanto, los intereses de Ankara en la región están ligados a la continuidad del GAN como Gobierno de Libia.

La intervención en Libia forma parte de la doctrina Mavi Vatan (Patria Azul), elaborada por altos oficiales ultranacionalistas de la Marina turca encuadrados en la ideología estratégica del eurasianismo: contraria a la OTAN y la Unión Europa y favorable a mirar hacia Rusia y China. Se trata de una facción antaño perseguida por Erdogan pero que ha ganado enorme influencia en las Fuerzas Armadas durante el último lustro.

Para Rusia, la implicación en la guerra libia es también una cuestión estratégica, como sucede con Turquía. No solo para cimentar su papel de mediador en Oriente Próximo o de jugador global; también para garantizarse una voz en el futuro de Libia. Incluso se plantea conseguir una base militar libia que complemente a la que ya tiene en Siria.

Sobre el papel, Moscú aboga por una solución diplomática. Pero mientras llama al diálogo y organiza conversaciones, Rusia apoya a Hafter, aunque lo hace sin descuidar sus relaciones con el Gobierno de Acuerdo Nacional de Fayez al Serraj. El Kremlin juega bien sus cartas y quiere tener todas las apuestas cubiertas.

Rusia no solo ha proporcionado mercenarios al bando de Hafter. También envió aviones de combate Mig-29 y cazabombarderos Su-24, según documentó el mando de las Fuerzas de EE UU en África. El otro comodín de apoyo ruso a Hafter llega por la vía de inyecciones de efectivo. Billetes de banco libios impresos en Rusia, en la empresa estatal Goznak –que imprime sellos, pasaportes así como dinero, regularmente, para otros países–, que llegan al este del país casi siempre en aviones de carga de fabricación rusa y suponen un gran apoyo para las fuerzas de Hafter.

Hoy en día no se sabe si hay un pacto de no agresión entre Turquía y Rusia; se ignora cuáles son las maniobras de Francia. Y se desconoce hasta dónde quiere implicarse Estados Unidos, quien ha denunciado la presencia de los mercenarios rusos, pero calla en cuanto a las implicaciones de Emiratos Árabes Unidos, gran aliado de Washington desde hace décadas.

El panorama sigue recordando a la vieja y opaca diplomacia de 1914, con acuerdos bilaterales secretos y reuniones confidenciales. Lo único que parece claro es que a Rusia el coste político y humano le sale muy barato con su estrategia de enviar mercenarios. No engaña a nadie, pero todo el mundo consiente el engaño.

Mientras tanto, los líderes libios y extranjeros parecen actuar a la manera de aquellos que evocaba el historiador Christopher Clark, “inconscientes ante la realidad del horror que estaban a punto de traer al mundo”.

Desde la izquierda, el primer ministro libio, Fayez al-Sarraj; el presidente francés, Emmanuel Macron, y el mariscal Jalifa Hafter, tras su reunión en París en 2018.
Desde la izquierda, el primer ministro libio, Fayez al-Sarraj; el presidente francés, Emmanuel Macron, y el mariscal Jalifa Hafter, tras su reunión en París en 2018. EFE

La apuesta fallida de Francia

Pocos expertos dudan, aunque París siga negándolo oficialmente, del apoyo constante que Francia ha proporcionado desde 2014 al mariscal Jalifa Hafter, cuya figura ensalzó políticamente el presidente Emmanuel Macron al invitarlo a participar en dos reuniones en París, en 2017 y en 2018, para tratar de encontrar un acuerdo con el presidente del Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN), Fayez Al Serraj.

El geopolitólogo francés Dominique Moïsi indica que una de las causas del apoyo de Francia a Hafter es que al mariscal también lo apoyan Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto. Y respaldar al mariscal libio le permitía a París “consolidar su proximidad” con esos países que “compran armas a Francia”. Hafter parecía además en esos momentos un “caballo ganador” y el expediente libio parecía poder permitirle a Macron dar un golpe de efecto político, recuperar esa papel de potencia diplomática cada vez más debilitado. “Es como un jugador de póquer que, tras haber perdido mucho, quiere dar un golpe jugándose la carta libia. Los franceses pensábamos que podíamos marcar la diferencia solos, y ese fue el error estratégico”, señala Moïsi.

El problema es que, a pesar de que el mismo Le Drian ha reconocido que todo cambió en 2019 con la ofensiva contra Trípoli que a la postre trajo al tablero libio a Turquía, París no cambió de bando. Puede que oficialmente ahora haya abandonado su vía unilateral a favor de una posición europea conjunta. Y que, como proclamó Le Drian, ahora trabaje “por una solución política, pero sin la injerencia de potencias exteriores, como es el caso hoy en día”. Pero en realidad, afirma Jalel Harchaoui, investigador en el Clingendael Institute de La Haya y considerado uno de los mayores expertos en Libia, “Francia no ha cambiado su manera de pensar sobre Libia desde hace años; sobre todo desde la llegada de Macron. Esa manera consiste sobre todo en estar absolutamente de acuerdo con lo que dicen los Emiratos Árabes Unidos (EAU), tanto en 2017 como hoy”. Y si Abu Dabi apoya a Hafter, París seguirá haciéndolo.

Más allá del comprometedor hallazgo en julio de 2019 de cuatro misiles franceses en un campamento de las tropas de Hafter, Harchaoui basa su afirmación del continuado apoyo francés al mariscal en el hecho de que, al comienzo del asedio de Hafter sobre Trípoli, Francia y EAU tuvieron la posibilidad de manifestar su desacuerdo e incluso ahogar el ataque, pero “hicieron todo lo contrario, lo protegieron y Francia hizo todo lo diplomáticamente posible para que Hafter no fuera jamás criticado”.

¿Por qué esa alineación con Abu Dabi? “Lo que es sagrado para París es jamás, jamás contradecir a EAU sobre Libia, porque hay por un lado un interés en vender armas, que fue el origen de esa mentalidad”, explica. Pero la verdadera clave, sostiene el experto, es “el hecho de que los tomadores de decisiones franceses piensan que el islam político moderado es un peligro (…) y esa es una ideología idéntica a la de Emiratos”. A pesar de que según Harchaoui han sido precisamente las acciones de Hafter las que han propiciado el “arraigo” por largo tiempo de Turquía en Libia, el experto considera que la situación puede incluso ser ventajosa para un Macron que, con su enfrentamiento con Erdogan, puede “robarles algunas ideas al Frente Nacional de Marine Le Pen —su principal rival en la reelección en 2022— que juega sobre ese miedo al islam, haciendo de Turquía el gran malo”.

Artículo elaborado con informaciones de Silvia Ayuso (París), Marc Español (Egipto), Bernardo de Miguel (Bruselas), Andrés Mourenza (Estambul), María R. Sahuquillo (Moscú) y Daniel Verdú (Roma)

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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