Los tártaros temen la ‘rusificación’
La reforma constitucional que se somete a votación el miércoles allana el camino a la centralización con enmiendas que encumbran la preeminencia del idioma ruso
Nostálgicos y dulces, los versos en tártaro de Taraf hablan en su última canción del amor y de Ian Curtis, el fallecido cantante del grupo de after punk Joy Division. Taraf (Dirección) son Bulat Shaymi y Salkynyaktylyk, dos jóvenes que nutren la incipiente escena de la música indie tártara. La banda se deleita en las melismas características de la música tártara, pero con sabor moderno. “Es nuestra manera de contribuir al patrimonio cultural de nuestra nación”, comenta Shaymi, de 22 años, originario de un pequeño pueblo de Tatarstán, una rica región del Volga de mayoría tártara y musulmana. Para el joven estudiante de almendrados ojos oscuros, la música y el arte son una de las mejores vías para promover y preservar su lengua entre las nuevas generaciones, expuestas constantemente a la influencia creciente del ruso. Shaymi, que habla tártaro en casa y con la mayoría de sus amigos, está inquieto por el impacto de los últimos cambios legales —coronados por la reforma de la Constitución— en la cultura tártara y en la de otras minorías del país. “Este pequeño cambio puede suponer que otros pueblos más pequeños sean discriminados”, se lamenta.
Con 22 repúblicas autónomas (contando con la anexionada península ucrania de Crimea) y 37 lenguas “estatales” (15 con estatus de “oficiales”), Rusia es uno de los Estados multinacionales más diversos y grandes del mundo. Ahora, una enmienda en la ley fundamental establece que el ruso es el “idioma del pueblo constitutivo del Estado”. Un cambio que atribuye a esa lengua y a los rusos —los que en Rusia se llama rusos étnicos, entendidos como el grupo que forma parte de la misma comunidad lingüística y cultural— un carácter vertebrador de la nación que, para muchos observadores, enfatiza su papel y podría dar prevalencia a este grupo sobre otros del país, como los tártaros, los udmurtos, los bashkires, los chuvasios. Y esto, advierten, podría generar tensiones.
Sentado en una pizzería halal del animado centro de Kazán, la capital de la próspera Tatarstán, el politólogo tártaro Ruslán Aysin sostiene que la reforma de la Constitución, que termina de votarse mañana miércoles en consulta popular en toda Rusia y que también contiene una enmienda que permitiría al presidente ruso, Vladímir Putin, perpetuarse en el poder, es solo un paso más en la política centralista y nacionalista del Kremlin. “Se le llena la boca hablando de la diversidad de Rusia, pero es una pose. Mientras maniobra para defender a los rusoparlantes de otros países, discrimina y minimiza a las comunidades no rusas de aquí”, dice. “Putin se guía por el ideario de “una nación, una lengua, una religión”; como la formulada en el siglo XIX. Una política que limita los derechos de las repúblicas nacionales y de las minorías religiosas, que restringe a través de las leyes el aprendizaje de las lenguas de los pueblos de Rusia, y con la que está creando todas las condiciones para acelerar el proceso de la rusificación”, remarca pesimista.
El cambio constitucional no ha traído gran drama a Tatarstán, donde viven dos millones de tártaros y 1,5 millones de rusos, una de las regiones con mayor calidad de vida del país. La república, cuyo líder es “presidente”, en vez de gobernador como en otras regiones, cuenta desde 1994 con algo más de autonomía que otras, como la de la promoción de esa lengua túrquica o el control de los recursos naturales. En las calles de la capital, conquistada por Iván el Terrible a su señor feudal musulmán en el siglo XVI, dan la batalla casi por perdida. “La gente ya tiene otros asuntos en la cabeza, con la pandemia de coronavirus, problemas de empleo o económicos”, señala Elza Nabiullina, doctora en Literatura tártara.
Con las elecciones regionales en tres meses, además, prácticamente nadie del entorno oficial quiere significarse y contradecir al Kremlin. Apenas el diputado tártaro Rkail Zaidulin, del partido del Gobierno, uno de los pocos que votó en contra del proyecto, y el Muftí de Tatarstán, que mostró su preocupación por la redacción de la enmienda, han hablado abiertamente en un tono algo más crítico de las consecuencias del cambio.
Nabiullina, que tiene un programa en una emisora de radio rusa en el que enseña tártaro, cree que la reforma de la Constitución solo consagra un cambio “hacia la rusificación” que se empezó a gestar hace unos años, con nuevas leyes educativas como núcleo. A finales de 2017, las autoridades centrales de Moscú legislaron para restringir la enseñanza de las lenguas de las minorías de Rusia. Putin dejó claro que el ruso tiene preferencia y que en un país multiétnico como Rusia todos los pueblos tienen derecho a aprender su propia lengua, pero no la obligación. El resultado es que ahora lenguas como el tártaro —que se impartía de forma obligatoria— o el udmurto pasaron a ser optativas; en algunos casos a impartirse menos horas lectivas que el inglés, que es obligatorio, por ejemplo.
La norma se aplicó con mano dura, y Moscú mando inspectores a las escuelas tártaras para asegurarse de que cumplían, recuerda Ruslán Aysin. La medida causó gran alarma en Tatarstán, donde se prohibieron las protestas de los activistas tártaros, y trajo a la comunidad reminiscencias de la época soviética, cuando el tártaro —que usa el alfabeto cirílico y tiene seis letras propias que no tiene el ruso— fue relegado.
Tras el derrumbe de la URSS, comenta Naibullina, de 32 años, el tártaro vivió un momento de boom. Ahora está en retroceso, dice. Con 4,3 millones es el segundo idioma más hablado de Rusia y uno de los más extendidos dada la gran diáspora fuera de Tatarstán, pero se ha reducido un 20% desde 1989 a 2010, según el último censo. “Están acelerando el proceso de asimilación”, opina. Es una tártara orgullosa y se esfuerza mucho por encontrar materiales educativos, culturales y de ocio para su hija, Galiabanu, de dos años, que corretea junto a su esposo, Iskander, por el terraplén del níveo Kremlin de Kazán. “Es mucho más fácil manejar a la gente cuando están unificados, cuando no conocen su historia y su cultura”.
Tras las críticas de algunos activistas tártaros y de otras comunidades, el Kremlin aseguró que la norma no es discriminatoria. La redacción de la enmienda, de hecho, “contiene una redacción bastante astuta”, señala el politólogo Emil Pain, de la Escuela Superior de Economía de Moscú. “Se dice que el ruso es el idioma estatal del pueblo que forma el Estado, pero el quién es ese pueblo vertebrador del Estado puede interpretarse de dos maneras, o es el pueblo ruso [los llamados rusos étnicos] o la nación rusa, que en la estrategia de política nacional estatal se define como sinónimo del pueblo multinacional de Rusia; y el idioma para el pueblo multinacional es el idioma ruso”, explica.
La redacción es tan híbrida como toda la Constitución, dice el politólogo Pain. “Tan híbrida como el régimen político de Rusia, que tiene signos de democracia, en forma de una envoltura que oculta firmemente su esencia autoritaria”, remarca. Y como es híbrida permite al Kremlin virar y contestar ante cualquier reproche sobre si crea ventajas adicionales para la mayoría rusa.
Pero, como sucedió con las nuevas leyes educativas, la reforma de la Constitución, que diseña un país más conservador y tradicional, ayuda al apetito de Putin de restaurar el control centralizado y le da puntos entre los nacionalistas. Mijaíl Scheglov, director de la Sociedad de la cultura rusa de Kazán, no entiende por qué tanta polémica, lleva tiempo afirmando que las autoridades locales tratan de imponer el tártaro sobre el ruso y considera la enmienda totalmente acertada. “Ahora quieren imponer también que los rusos sean rusos”, dice. El activista cree que la enmienda no da prevalencia o ventajas a los rusos sino que supone “una medida de la responsabilidad del pueblo ruso hacia todo el país”.
Pese a todo, dice Gulfia Gabdullajan, maestra de tártaro en una escuela privada internacional, hay “hambre” por la lengua y la cultura. “Es la lengua de nuestro pueblo, y la lengua conforma el carácter. Si no se usa, si no se enseña se pierde, se extingue”, dice mientras se ajusta un kalfak (gorro típico de las mujeres tártaras), de color beige, a juego con el vestido. Gabdullajan, de 28 años, una mujer sonriente y expresiva originaria de un pequeño pueblo de Tatarstán, trata de llevarlo en sus clases, en las que enseña además de la lengua —con una importante tradición oral— cultura tártara.
“Nos criaron con las canciones de cuna, canciones nacionales que se expresan y refleja nuestra vida, espíritu, sentimientos. Canciones que también ayudan a formar la identidad nacional”, apunta la maestra, que enseña a niños de entre 7 y 12 años. Para Gabdullajan aprender la lengua nativa significa “riqueza espiritual”. “Nuestra cultura, nuestro idioma es nuestra religión. Además, no concibo por qué para alguien no es una ventaja saber, no ya la propia lengua de su comunidad, de sus antepasados, sino una lengua”, dice.
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