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El pope rebelde, adorador del zar y negacionista del coronavirus ocupa un monasterio

Un polémico sacerdote ruso se hace con un edificio de la Iglesia con la ayuda de cosacos tras ser sancionado por minimizar la pandemia

María R. Sahuquillo
El sacerdote Serguéi Romanov, que se ha hecho con el control del monasterio de Sredneuralsk (en los Urales), habla junto a varias religiosas a las afueras del convento, el pasado jueves.
El sacerdote Serguéi Romanov, que se ha hecho con el control del monasterio de Sredneuralsk (en los Urales), habla junto a varias religiosas a las afueras del convento, el pasado jueves.Vladimir Podoksyonov (AP)

Cuando la jerarquía de la Iglesia ortodoxa suspendió a Serguéi Romanov por negacionista del coronavirus, el sacerdote no se conformó. El religioso, uno de los líderes más conocidos del culto de los “adoradores del zar”, que atribuyen propiedades divinas al ejecutado Nicolás II, decidió esta semana tomar el monasterio de Sredneuralsk, en los montes Urales, muy cerca del lugar donde los bolcheviques enterraron a la familia real rusa en 1918. El sacerdote rebelde, que está acusado de difundir información falsa sobre la pandemia, cuenta con fieles destacados en la élite política y cultural rusa. Con el apoyo de un grupo de cosacos ha expulsado del convento a las monjas y a la abadesa que lo regentaba. Desde allí lanza proclamas apocalípticas que cuelga en YouTube.

“No me iré. Tendrán que echarme del monasterio con la policía y la guardia nacional. Tengo un ataúd, tengo una cruz y clavos”, clama en uno de sus últimos vídeos desde el convento, a las afueras de Yekaterimburgo. Detrás del sacerdote ultraconservador, de 65 años, que luce una frondosa barba blanca y cabello cano largo, cuelga un retrato del dictador soviético Iosif Stalin.

El religioso cambió hace años su apellido legalmente por Romanov, como el de la última dinastía imperial de Rusia. El religioso es un antiguo oficial de policía que estuvo 13 años en prisión por asesinato antes de unirse al clero. Pese a su pasado, escaló hasta convertirse en sacerdote y en una voz relevante de la enigmática secta, explican fuentes del entorno religioso de Yekaterimburgo. Romanov, a quien siempre se le ha dado bien recaudar jugosas donaciones, colaboró en la fundación del convento de Sredneuralsk, un complejo de estética Kitch con granja, escuela y su propio cementerio.

El sacerdote es uno de los líderes de los “adoradores del zar”, un culto que atribuye propiedades divinas a Nicolás II, a quien consideran co-redentor. “Su idea es que Cristo no expió todos los pecados en la cruz, sino que dejó al último zar una parte y completó la obra de Cristo con su muerte”, apunta el teólogo Alexánder Dvórkin, especialista en sectas.

El grupo fundamentalista y el clérigo tienen seguidores poderosos, como la diputada Natalia Poklónskaya, según distintas fuentes. Y la jerarquía ortodoxa se había mantenido al margen de sus proclamas, pese a las denuncias de abusos y sus diatribas cada vez más inflamadas. Hasta que el padre Serguéi empezó a sermonear sobre el coronavirus, a maldecir públicamente a los clérigos que decidieran cerrar sus templos por la pandemia y a acusar a las autoridades de querer implantar a la ciudadanía “chips electrónicos mortales” con el “pretexto” de la vacunación o la medicación.

Fue entonces y tras presiones llegadas de Moscú, explican las fuentes, cuando la diócesis de Yekaterimburgo le prohibió predicar y le pidió que se retirase a un monasterio cercano para “reflexionar”. El religioso podría enfrentarse a una multa de unos 400 euros por poner en riesgo la salud pública.

La pandemia ha abierto una grieta en la iglesia ortodoxa rusa y está poniendo en aprietos su unidad, que siempre se ha destacado por el apoyo y la confianza hacia el presidente ruso, Vladímir Putin, que pidió en marzo a los rusos que se autoaislaran. Pero pese a las indicaciones presidenciales y a la expansión de la covid-19 en Rusia, uno de los países del mundo con más infectados, el patriarca Kirill se limitó a pedir a los fieles que no acudieran a misa y dejó a las diócesis regionales y locales la decisión de cerrar sus templos. Como resultado, se han detectado brotes graves en al menos cinco monasterios o academias religiosas. Más de una veintena de clérigos ha fallecido por el coronavirus.

Los Romanov, en 1913. En el centro, Nicolás II y su esposa, Alejandra.
Los Romanov, en 1913. En el centro, Nicolás II y su esposa, Alejandra.Getty

Exorcismos

Considerado uno de los clérigos más escandalosos de Rusia, la voz del padre Serguéi se ha hecho más sonora para el público general en los últimos dos años, cuando empezaron a despuntar en YouTube sus sermones y teorías conspiranoicas sobre la llegada de un anticristo para oponerse al presidente Putin, sobre el peligro de las nuevas tecnologías y otro tipo de mitos, como que el dictador soviético Iosif Stalin, que reprimió duramente la religión, era ortodoxo en secreto y llegó a hacerse obispo. “Organizaba espectáculos con el exorcismo en el monasterio y se hizo conocido en algunos los círculos ortodoxos por su fama de taumaturgo”, explica el teólogo Dvorkin.

El religioso fue sancionado en abril, pero no atendió los reclamos de sus superiores. Esta semana, lejos de aislarse en el pequeño monasterio en el que debía recluirse, decidió ocupar el convento de Sredneuralsk. Desde allí y ante las informaciones de que la policía quería desalojarle, pidió a sus fieles que acudieran a tomar la comunión. Llegaron en masa al monasterio, cuyo perímetro vigilaba un grupo de cosacos, según informó la prensa local, que reportó que junto al sacerdote se hallaban figuras conocidas, como el jugador de hockey ruso y ex estrella de la NHL Pavel Datsyuk.

La diócesis ha pedido al padre Serguéi que “recupere el sentido”. En un comunicado ha advertido que los ritos que realiza son nulos e ilegales; también que cualquier clérigo que sirva junto él será suspendido. “Mi corazón está tranquilo, mi conciencia no me hace reproches”, ha contestado el sacerdote rebelde. Y ha añadido. “Deberán tomar el monasterio por asalto”.

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Sobre la firma

María R. Sahuquillo
Es jefa de la delegación de Bruselas. Antes, en Moscú, desde donde se ocupó de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y el resto del espacio post-soviético. Sigue pendiente de la guerra en Ucrania, que ha cubierto desde el inicio. Ha desarrollado casi toda su carrera en EL PAÍS. Además de temas internacionales está especializada en igualdad y sanidad.

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