La deriva de Trump tensa su compleja alianza con el Partido Republicano
En medio de una triple crisis, sanitaria, económica y social, el rechazo de los militares a la deriva autoritaria ha animado a algunos senadores a hablar y ha puesto en evidencia el silencio de otros
En medio de las protestas que siguen sacudiendo el país, 11 días después de la muerte de George Floyd a manos de la policía, el presidente aviva las llamas. Pero, a cinco meses de las elecciones, muchos republicanos desearían que tratara al menos de extinguirlas. El rechazo de los militares a la deriva autoritaria ha animado a algunos senadores a hablar y ha puesto en evidencia el silencio de otros. La incapacidad de Donald Trump de lanzar un mensaje de unidad, en medio de una crisis sanitaria, económica y social, está poniendo a prueba su compleja alianza con el sector tradicional del Partido Republicano.
El rechazo a la mano dura de Trump en las manifestaciones expresado esta semana por altos mandos del Ejército, retirados y en ejercicio, añade presión a los republicanos para exteriorizar el debate interno que ha consumido a muchos durante estos tres años y medio. A las críticas del jefe del Pentágono, Mark Esper, se sumó una declaración demoledora de su predecesor, Jim Mattis, que acusó al presidente de “abuso de poder” y de vulnerar la Constitución. “Quizás estamos llegando al punto en que podemos ser más honestos con las preocupaciones que tenemos internamente, y tener el coraje de elevar la voz”, opinó la senadora por Alaska Lisa Murkowski.
Trump respondió a la legisladora republicana con la misma artillería tuitera que había descargado antes contra Mattis. “Poca gente sabe dónde estará dentro de dos años. Pero yo lo sé. Estaré en el gran Estado de Alaska haciendo campaña contra la senadora Lisa Murkowski. Preparad cualquier candidato, bueno o malo, no me importa, le apoyaré. ¡Si tienes pulso, estoy contigo!”, tuiteó.
Las palabras de la senadora reflejan el debate interno de muchos republicanos. Murkowski es de las pocas que tradicionalmente ha osado quebrar el muro republicano de apoyo a Trump en el Capitolio. Pero ahora no son solo ella o Mitt Romney —el único que votó por la destitución del presidente en su impeachment y que también ha criticado ahora su respuesta a las protestas— los que han cuestionado públicamente el proceder de Trump.
El presidente llamó “débiles” a los gobernadores. Defendió el envío de los militares a las calles para aplastar las protestas. Habló de “terrorismo doméstico”. Y el lunes, una protesta pacífica en Washington fue despejada con gas lacrimógeno por la policía militar para que el presidente pudiera hacerse una foto en una iglesia. Al menos media docena de senadores expresaron públicamente su rechazo, algo altamente inusual.
“Fue doloroso ver a manifestantes pacíficos recibiendo gas lacrimógeno para que el presidente pudiera cruzar la calle a una iglesia donde creo que solo ha asistido una vez”, dijo la senadora Susan Collins. “Hay un derecho fundamental y constitucional, y estoy en contra de despejar una protesta pacífica para una foto que trata la palabra de dios como propaganda política”, dijo Ben Sasse. En un evento con periodistas, Tim Scott, el único senador republicano negro, dijo: “Si su pregunta es si se debe usar gas lacrimógeno para abrir paso para que el presidente se haga una foto, la respuesta es no”. “El país busca curación y calma. Y creo que el presidente necesita proyectar eso en su tono ahora mismo”, dijo John Thune, encargado de la disciplina de la mayoría republicana en la Cámara alta.
Las tímidas críticas evidencian una creciente preocupación en las filas republicanas sobre la respuesta del presidente a las protestas a cinco meses de las elecciones, en un momento en que el país, en medio de una pandemia y de la peor economía desde la Gran Depresión, atraviesa una situación crítica. En noviembre los estadounidenses elegirán si cambiar el curso colocando a Joe Biden en la Casa Blanca o revalidar para cuatro años más la América de Trump, una elección que adquiere una naturaleza más dramática si cabe en medio de una emergencia sanitaria, económica y, ahora, también social.
Donald Trump entró como una bomba en el Partido Republicano, y en tres años y medio, ha logrado convertir el viejo partido en un culto a su persona. Entre los legisladores republicanos, hay quienes valoran sus formas estridentes. Los hay también que las toleran como un mal menor, de cara al resultado final de lograr objetivos de fondo como el dominio conservador en la judicatura. Y hay quienes, sencillamente, temen las consecuencias, personales o electorales, de llevar la contraria al jefe. Su manera divisoria de hacer política no les resulta tan molesta cuando las cosas van bien. Pero ahora muchos lamentan que la conciliación no entre en su repertorio.
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