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LA BRÚJULA EUROPEA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Pusilanimidad y magnanimidad en los tiempos del cólera

Por primera vez desde 1945, Europa afronta un momento que nos definirá a todos

Andrea Rizzi
Personal sanitario, en Lombardía.
Personal sanitario, en Lombardía.MIGUEL MEDINA (AFP)

Y tres cuartos de siglo después, al final, llegó. Aquí está, por primera vez desde 1945, otro momento en el que Europa afronta circunstancias radicalmente definitorias, en las que cada uno de nosotros se mostrará –ante sí mismo y los demás- como lo que realmente es. Circunstancias, estas, que conciernen a la vez a nuestra manera de vivir y a nuestras propias vidas.

Lo excepcional del momento reside en su amplitud (afecta a todos), trascendencia (nada más relevante que la muerte –un 7% de fallecidos sobre los casos detectados en Italia-) e impacto en las vidas cotidianas (el trabajo, el avituallamiento, la educación, las relaciones). Hubo otros momentos relevantes en Europa desde 1945: por ejemplo, una inquietante Guerra Fría. Pero ninguno tuvo a la vez tanta amplitud, trascendencia e impacto directo en la vida como la amenaza actual del coronavirus. Por tanto, este momento nos definirá mucho más que otros a todos: médicos y enfermos; empleadores y empleados; gobernantes y gobernados; países ricos y menos ricos; y en general a todos los ciudadanos en busca de arreglos en circunstancias que serán difíciles (aquellos que solo compran dos cajas de producto, los que se llevan toda la estantería; o los que se declaran enfermos para no caer enfermos y los que siguen trabajando dando la cara).

Habrá magnánimos, pues, e infames. Como siempre en la vida, pero esta vez se les notará más, y habrá sorpresas.

En las aguas procelosas de la incertidumbre y la angustia, es útil volver la mirada hacia las estrellas más brillantes. Desde lejos, Dante nos señala otro grupo que igual será el más importante: los pusilánimes. Estos, en la visión del poeta cristiano, son aquellos que no utilizaron su libre albedrío ni para el bien ni para el mal. Son aquellos que se dejaron llevar por las cosas de la vida; son el primer grupo de almas que el poeta encuentra nada más cruzar la famosa puerta del infierno “Lasciate ogni speranza….”.

El desprecio de Dante hacia ellos es absoluto, solo comparable al que ellos tuvieron por el máximo don de la vida: el libre albedrío precisamente. El poeta no los considera dignos ni siquiera del infierno, y los deja pudrirse en un lugar apartado, condenados a seguir un estandarte sin sentido –ellos que no defendieron ninguna bandera- y postrados por múltiples torturas en una marcha sin descanso que es el exacto contrario de su cobardía y desidia vital.

En todas las sociedades, el libre albedrío es el corazón mismo de la vida, pero más lo es en las sociedades libres. El combate contra el virus será diferente en países desarrollados y en países en vías de desarrollo; y, claro que sí, será diferente en dictaduras o democracias. En estas últimas, en Europa, la actitud ciudadana tendrá un peso quizá mayor, ya que los regímenes autoritarios implementan con menos contemplaciones medidas draconianas y castigos ejemplares.

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Habrá dilemas en cada esquina entre la defensa del interés propio y el colectivo: las dudas de trabajadores de empresas o establecimientos que tendrán que permanecer abiertos pero preferirían quedarse en casa, en primer lugar; las cuestiones de abastecimiento, en segundo. Y muchas más.

Tendremos ciudadanos y gobernantes magnánimos; los tendremos infames. Ojalá muchos pusilánimes se decanten del lado correcto: ellos decidirán la mayoría. Cantaremos todos desde los balcones como están haciendo los italianos en un inspirador gesto de unidad. Y al final del todo, volveremos a abrazarnos, como dijo el primer ministro Giuseppe Conte a sus compatriotas. Pero, sin duda, habremos visto a algunos que no apetece abrazar. ¿Seremos dignos de un abrazo al final? Conviene preguntárselo en cada decisión.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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