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La imputación de Netanyahu amenaza con agudizar la inestabilidad en Israel

El Estado judío afrenta por primera vez bloqueo político con un primer ministro acusado de corrupción

Juan Carlos Sanz
Protesta para pedir la dimisión de Netanyahu, el viernes en Tel Aviv.
Protesta para pedir la dimisión de Netanyahu, el viernes en Tel Aviv.JACK GUEZ (AFP)

Israel ha entrado esta semana en uno de los periodos más turbulentos de sus 72 años de existencia. Sin Gobierno refrendado en las urnas desde hace casi un año y con el Parlamento bloqueado tras dos elecciones de resultados no concluyentes, los ciudadanos están a punto de ser convocados a votar en unas legislativas por tercera vez en un año. El malestar que sacude a muchos países por la mala calidad de la democracia golpea también al Estado judío, donde a la inestabilidad global se suman ahora enredos políticos locales sin precedentes conocidos.

La Kneset (Parlamento, de 120 escaños) tiene que decidir por sí sola sobre la elección del primer ministro después de que los dos principales partidos —el conservador Likud y la alianza centrista Azul y Blanco— hayan fracasado en su intento de formar Gobierno. Nunca hasta ahora se había dejado a la Cámara a la deriva, sin contar con la intervención arbitral del presidente de Israel. Si no se aportan las firmas de al menos 61 diputados en respaldo de un candidato, el próximo 12 de diciembre quedará disuelta la Kneset y serán automáticamente convocados los terceros comicios. Parece improbable que se logre un consenso en apenas tres semanas después de dos meses de férreo bloqueo parlamentario.

Las acusaciones de corrupción que salpican desde hace cuatro años a Benjamín Netanyahu están detrás de la parálisis política del Estado judío. El ahora primer ministro en funciones busca en la repetición de las elecciones una tabla de salvación para ponerse a salvo de eventuales condenas de cárcel, que arruinarían su legado después de haber permanecido más de 13 años en el cargo.

Como jefe de Gobierno, Bibi (su popular apodo) se encuentra blindado con inmunidad reforzada frente a las imputaciones por cohecho, fraude y abuso de poder que el fiscal general, Avichai Mandelblit, presentó el jueves. La acusación penal contra un primer ministro en activo, con cargos tan graves como el soborno, también sienta un precedente en Israel.

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Los líderes de la oposición y los principales diarios hebreos reclamaban al unísono la dimisión de Netanyahu. “Respetaré la decisión de los jueces, pero ahora no pienso renunciar a seguir gobernando”, les replicó el mandatario en un vídeo difundido a través de las redes sociales. En su comparecencia televisada del día anterior, poco después de que el fiscal general le inculpara, el líder del Likud ya advirtió de que no abandonará sin más ante lo que considera “una intentona de golpe”, basada en una investigación policial “políticamente contaminada”, dirigida a descabalgar a la derecha del Gobierno.

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La cuenta atrás para que tenga que sentarse en el banquillo ya ha empezado a correr. Dispone en teoría de un mes para que la Kneset le brinde inmunidad antes de que arranque la carrera de peticiones al Tribunal Supremo para forzar su renuncia. Pero con el Legislativo sumido en un limbo entre procesos electorales, el silencio administrativo le ampara.

La larga batalla política y judicial amenaza con agudizar aún más la inestabilidad de Israel. El proceso por corrupción contra Ehud Olmert, su predecesor inmediato, se demoró más de siete años. Mientras, los empresarios recuerdan que se está disparando el déficit público a causa de las sucesivas campañas y los militares alertan de que la tensión escala en las fronteras del sur (Gaza) y el norte (Siria, Líbano).

El rumbo de colisión hacia otra repetición electoral prosigue imparable, con el líder opositor, el exgeneral Benny Gantz, velando armas para aprovechar en un tercer asalto en las urnas la debilidad de un rival noqueado por la acusación del fiscal general.

También debe extremar el cuidado de su retaguardia el primer ministro en funciones. Las primeras señales de insumisión han aflorado en el monolítico Likud, que ha sido su feudo político desde hace tres décadas, y donde varios diputados reclaman primarias internas para designar a un nuevo jefe de filas.

“Le eligieron primer ministro cuatro veces. Batió el récord de permanencia en el cargo. Fue el líder israelí más reconocido en el mundo. Pero eso no parecía ser bastante y hoy se está jugando la libertad por los regalos de unos multimillonarios o unas fotos favorecedoras de su esposa, Sara, en los medios”, describía Haaretz el laberinto de Netanyahu en un artículo firmado por su director, Aluf Benn. “Ahora se aferra al poder aun a riesgo de arrasar las instituciones”.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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