Vivir con 100 dólares al mes en Brasil
El paro y el trabajo informal hacen que la mitad de la población del país subsista con el 50% del salario mínimo
La mitad de la población de Brasil, 104 millones de personas, vivían en 2018 con una media de 100 dólares (92 euros) per cápita al mes, según datos de una encuesta oficial, publicados en octubre. Son brasileños que han perdido parte de su renta después de la recesión que empezó en 2015 y no se han vuelto a recuperar. La Encuesta Nacional por Muestra de Domicilios Continua (PNAD Continua) reveló también que la desigualdad se ha agravado en Brasil. La renta familiar del 5% más pobre disminuyó un 3,8% de 2017 a 2018, mientras que la de los más ricos (el 1% de la población) creció un 8,2%.
“Los ricos se han hecho más ricos y los pobres, más pobres”, explica Maria Lúcia Vieira, gerente de la PNAD Continua, del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). La renta total de las familias proviene principalmente del trabajo. “Con la recesión, el desempleo ha aumentado (hoy afecta a 12,6 millones de brasileños). Eso tiene mucho más reflejo en los pobres, porque los más ricos generalmente tienen otras fuentes de renta además del empleo, como, por ejemplo, dinero proveniente de alquileres o pensiones”, explica. Aunque en los últimos dos años la población empleada ha vuelto a crecer, los puestos de trabajo que se han generado han sido, principalmente, informales. “Están mal remunerados y son de baja calificación”, dice Vieira.
Josefa Severina de Souza, de 58 años, es la que aporta el sustento fundamental de su familia trabajando en las calles de São Paulo. Es madre de ocho hijos, cuatro de los cuales todavía viven con ella. Su rutina en los últimos 25 años ha sido trabajar de lunes a sábado. Los domingos, se dedica a las tareas domésticas. No logra recordar la última vez que se tomó unos días de descanso. Su marido, de 62 años, está desempleado desde hace cuatro años. Se dedica, mientras, a hacer trabajos de albañil, pero la renta de su esposa es el principal ingreso para seis personas. Souza ya no sabe qué significa tener vacaciones. Sumando los más de 330 dólares que gana con las ventas más el sueldo fijo de 250 dólares que uno de los hijos cobra por trabajar en un supermercado, cada miembro de la familia sobrevive actualmente con una renta per cápita mensual de 100 dólares, menos de la mitad del sueldo mínimo en Brasil. “Si no trabajamos, no sobrevivimos, ¿no?”, explica la vendedora.
En Brasil millares de personas han seguido el camino de Souza. Se buscan la vida para garantizarse el alimento cada día. Entre julio y septiembre de este año, la tasa de trabajo informal entre los empleados llegó al 41,4%, un récord desde que se empezó a calcular el índice en 2012. Según María Lucia Vieira, de IBGE, el número de brasileños que trabajan como vendedores callejeros informales creció un 510% entre el segundo trimestre de 2015 y el mismo periodo de 2019. Hoy casi medio millón de brasileños (exactamente 478.300) se dedica a ese oficio.
Para regular su actividad, Josefa se registró en un programa del Ayuntamiento de São Paulo y paga un impuesto trimestral de casi 170 dólares. A este nuevo gasto se sumó el de un aparcamiento para su carrito, de 37 dólares al mes, y otros tres dólares diarios para que otro vendedor de la región la ayude a llevarlo al garaje. Para que el día le salga rentable, tiene que trabajar desde las 10 u 11 de la mañana hasta las 9 o 10 de la noche, de lunes a sábado.
Política liberal
La cena es la única comida caliente al día que hace esta comerciante. “No tengo dónde calentar la comida en mi carrito y si la compro en la calle, me gasto más de cinco dólares. Y tengo que ahorrar para los medicamentos. Por eso, no almuerzo”, explica. Desde hace tres años, la vendedora se está tratando unas heridas en la pierna provocadas por la mala circulación sanguínea. Este tipo de lesión es frecuente en personas que pasan mucho tiempo de pie. “El médico dice que tengo que hacer unos tres meses de reposo, pero cada día que no trabajo es menos dinero a final de mes, no puedo”.
Las dificultades de Josefa Souza empezaron mucho antes de que Jair Bolsonaro se convirtiera en presidente de Brasil, en enero de este año. Pero superar esta situación no encuentra eco en el Gobierno actual, al menos a corto plazo. Bajo una filosofía liberal para reducir el tamaño del Estado, el Ejecutivo ha recortado ayudas sociales y ha invertido en un programa severo de ajuste fiscal. En una entrevista al diario Folha de São Paulo este fin de semana, su ministro de Economía, Paulo Guedes, se mostró distante con la realidad que vive gente como Souza. “Un niño, desde temprano, sabe que es un ser responsable cuando tiene que ahorrar. Los ricos capitalizan sus recursos. Los pobres consumen todo”, afirmó mientras defendía una flexibilización del contrato de trabajo.
Si pudiera escoger, Josefa Souza optaría por tener un empleo fijo, en el que estuviera asegurada y pudiera disfrutar de los derechos laborales, como la baja médica. “Pero, desgraciadamente, ya soy muy mayor. Nadie me va a contratar con 58 años”, lamenta.
13,5 millones personas en situación de pobreza extrema
La pobreza extrema alcanza a 13,5 millones de brasileños que viven con poco más de un dólar al día, o 35 dólares al mes. Se trata de un número que supera la población de Bolivia o Portugal. Este sector de la población ha crecido en Brasil desde 2015, revirtiendo la curva descendente de la miseria de los años anteriores, según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). De 2014 a 2018 4,5 millones de personas cayeron en la pobreza extrema por el aumento del desempleo, los recortes de las ayudas sociales y la falta de reajuste de la principal subvención a los pobres, la Bolsa Familia, que fue implantada en los años del Gobierno del expresidente Lula da Silva.
Sin embargo, la caída de 2017 a 2018 fue menor: 200.000 personas más en situación de pobreza extrema en el último año. En Brasil, la miseria tiene color. La población negra es la más afectada, principalmente en las regiones del norte y noreste, las más pobres del país. Se trata de personas sin instrucción escolar, o con formación básica incompleta. El drama de este grupo se ha tornado hereditario. Con la pérdida de renta de los padres, sus hijos abandonan la escuela para ayudar en casa. Según el IBGE, un 11,8% de los jóvenes más pobres abandonan la escuela, ocho veces más que los jóvenes más ricos del país.
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