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Participación moderada en las elecciones presidenciales tunecinas

Los sondeos a pie de urna apuestan por una segunda vuelta entre los dos candidatos anti-establishment: Nabil Karoui y Kaïs Saïd

Colegios electorales con colas moderadas, provistos de papeletas y tinta para mojar el dedo índice, presencia nutrida de interventores y observadores de la sociedad civil, ausencia de altercados entre los militantes de los diversos partidos. Completa normalidad en las elecciones presidenciales celebradas este domingo en Túnez. Y es que el país magrebí, el único de la región que celebra elecciones libres y transparentes, empieza ya a atesorar una cierta experiencia electoral. Estos son los quintos comicios, los segundos presidenciales, desde 2011. Según la Junta Electoral, la participación fue del 45%, sensiblemente menor a los comicios de 2014. Los sondeos a pie de urna, por su parte, apuntan a una segunda vuelta entre los candidatos anti-establishment Nabil Karoui y Kaïs Saïd, todo un bofetón a la clase política.

Abdelfatá Muru, candidato presidencial del partido islamista Ennahda, junto a su mujer, tras votar este domingo.
Abdelfatá Muru, candidato presidencial del partido islamista Ennahda, junto a su mujer, tras votar este domingo.ZOUBEIR SOUISSI (REUTERS)

“Nuestros observadores distribuidos por todas las provincias del país nos hablan de un clima tranquilo, en el que se respetan las reglas del juego … Esperemos que esta sea otra fiesta de la democracia en Túnez”, ha declarado el italiano Fabio Castaldo, vicepresidente del Parlamento Europeo y máximo responsable de la delegación de observadores enviada por la UE. Al ser preguntado por el magnate Nabil Karoui, uno de los principales favoritos que se halla en prisión preventiva desde hace tres semanas, Castaldo respondió de forma diplomática: “Siempre hemos resaltado que debe haber una igualdad de oportunidades entre todos los candidatos, pero respetamos la independencia de la magistratura tunecina. Es un equilibrio complicado”.

“Uno de los candidatos está en la cárcel injustamente. ¿Dónde está la democracia?”, se preguntaba Samir, un hombre de mediana edad que ha acudido a votar en un colegio de la calle de Marsella, en el centro de Túnez. “Nabil Karoui es el único que se preocupa por los pobres. El resto, solo se mezclan con los ciudadanos durante la campaña. Soy un parado y no tengo dinero para pagar las facturas de la luz y el agua, y el Estado no me da ninguna ayuda”, comenta indignado. Según los analistas, estas elecciones podrían caracterizarse por el ascenso de los candidatos populistas como Karoui, los mejor colocados para canalizar la frustración ciudadana por una situación económica y social frágil, con una inflación, un paro y una deuda pública al alza.

De hecho, según los sondeos a pie de urna, Karoui y Kaïs Saïd, un profesor de Derecho Constitucional que se ha hecho famoso con sus análisis políticos en los platós de televisión, se enfrentarán en segunda vuelta. Ambas campañas han presentado sus candidatos como ajenos a la clase política tradicional. Si se confirman los resultados, el pueblo tunecino habría dado una sonora bofetada al primer ministro, Youssef Chahed y a Ennahda, los dos partidos coaligados en el Gobierno. Saïd, con un discurso heterodoxo, a veces radical, a veces conservador, habría atraído miles de nuevos votantes, muchos de ellos jóvenes con un alto nivel educativo.

De acuerdo con la Junta Electoral, la participación oficial fue del 43,6%, una cifra porcentual sensiblemente inferior a la de los anteriores comicios, cuando situó en el 63%. "Este año no existe una polarización política tan alta como entonces, por lo que el interés es menor", explica el analista Yussef Cherif. Sin embargo, en números absolutos, la participación, con tres millones de votos, fue solo ligeramente menor a la de 2014, pues habia 1,5 millones de nuevos electores registrados. En total, este año había más de siete millones de ciudadanos en el censo electoral.

En el suburbio de la Marsa, uno de los más pudientes del área metropolitana de Túnez, la participación superaba claramente la media. “He votado al primer ministro, Youssuf Chahed, porque es joven y quiere hacer reformas económicas y políticas. Es necesario que haya estabilidad en el Gobierno”, sostiene Alya, una ingeniera treintañera que luce gafas de sol y que ha acudido a votar acompañada de su marido y sus dos hijas. Jaled, un jubilado con un tupido bigote blanco, se ha decantado por el otro candidato del establishment, Abdelkrim Zbidi. “Soy de izquierdas, pero he hecho voto útil. Estoy preocupado por el ascenso del populismo, que se dedica a comprar los votos de la gente con cajas de macarrones”.

A unos 200 metros, en la zona más humilde de la Marsa, un grupo de jóvenes hace sonar claxones y agita folletos con la fotografía de Chahed en un rincón. “¡Chahed no, votad a cualquiera menos a este! Es un ladrón”, gritan a los transeúntes y a los automóviles que pasan a su lado. “No nos gusta. Él ha metido a la cárcel a Karoui”, se queja un hombre de mediana edad con un fuerte aliento de alcohol que se suma entusiasta al grupo.

La lista de favoritos entre los 26 aspirantes la completaban Abdelfatá Muru, candidato del partido islamista Ennahda, el que cuenta con una maquinaria electoral más engrasada: Abir Mussi, una defensora desacomplejada del régimen Ben Alí que apela a la nostalgia de aquellos que han visto caer su nivel de vida; y Mohamed Abbou, el candidato de la izquierda con mayor apoyo entre los jóvenes.

La nueva Constitución, aprobada en 2014, asigna al presidente un papel de líder moral del país, pero le otorga también competencias sustanciales en los ámbitos de la seguridad nacional y política exterior. Para triunfar en su mandato, el próximo inquilino del Palacio de Cartago deberá ser capaz de entenderse con el futuro primer ministro, que será elegido en las elecciones legislativas del próximo 6 de octubre. Según la mayoría de observadores, el actual ciclo electoral será clave para la consolidación de la transición democrática de un país que pretende convertirse en un modelo a seguir en una región dominada por autocracias de diverso pelaje.

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