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EE UU envía oficiales a Turquía para establecer una zona tapón conjunta en el norte kurdo de Siria

El plan pactado por Washington y Ankara la semana pasada suscita dudas por la incompatibilidad de los intereses de cada parte

Andrés Mourenza

Los primeros militares de un contingente de 90 oficiales estadounidenses han llegado esta semana a Urfa, provincia de Turquía fronteriza con Siria, para establecer junto a sus homólogos turcos un centro de mando conjunto que coordine la creación de una zona tapón en el norte del país vecino, actualmente en manos de milicias kurdas. “Está previsto que el Centro de Operaciones Conjuntas comience a funcionar en los próximos días”, dijo el Ministerio de Defensa de Turquía en un comunicado. Es parte de un pacto cerrado por Ankara y Washington ante las repetidas amenazas turcas de que intervendría contra los “terroristas” que amenazan su seguridad fronteriza. La pasada semana, sendas delegaciones de las Fuerzas Armadas de EEUU y de Turquía se reunieron en Ankara durante tres días y pactaron la creación de “una zona segura” en el norte de Siria que se convertirá en un “corredor de paz” al que “los desplazados sirios podrán regresar”. Pero el plan es todavía demasiado indefinido y los intereses de cada parte son demasiado divergentes como para que funcione.

Soldados de la milicia kurdosiria YPG participan en un desfile para conmemorar la victoria frente al Estado Islámico el pasado marzo en Qamishlo, noreste de Siria.
Soldados de la milicia kurdosiria YPG participan en un desfile para conmemorar la victoria frente al Estado Islámico el pasado marzo en Qamishlo, noreste de Siria.Rodi Said (REUTERS)

“Nadie es optimista respecto al funcionamiento del plan”, explica a EL PAÍS una fuente cercana a los militares estadounidenses. “Lo que te dicen es: 'Hemos ganado tiempo, impidiendo una invasión unilateral turca.' Y los turcos también saben que no va a funcionar, no son tontos”. Este pesimismo se deriva de la falta de detalles técnicos: no se ha decidido cuál será la profundidad del corredor —hay quien habla de 5 kilómetros y los turcos esperan que sean 32, pero eso implicaría absorber algunas de las principales ciudades kurdas de la región como Kobane o Qamishlo—, su distancia —Turquía pretende que se extienda desde el Éufrates a la frontera iraquí, es decir, a lo largo de más de 400 kilómetros—, o cómo se garantizará la seguridad de las patrullas militares turco-estadounidenses que deberían vigilarlo. Esta zona está en manos de las milicias kurdas YPG (Unidades de Protección Popular) y su paraguas oficial, las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), hostiles a Turquía y con fuertes lazos con el grupo armado PKK, incluido en las listas de organizaciones terroristas de Ankara, Washington y Bruselas.

“Se darán nuevos pasos respecto a este tema en los próximos días. Aquí, el control y la coordinación aeroespacial serán de gran importancia. Y se han hecho progresos en este tema”, aseguró el lunes durante una entrevista el general Hulusi Akar, ministro de Defensa turco y antiguo jefe del Estado Mayor.

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Aparte de las cuestiones militares, están los obstáculos estratégicos, aún más difíciles de solventar, según opina Aaron Stein, director del programa sobre Oriente Medio del Foreign Policy Research Institute. “El único objetivo del Centro de Operaciones Conjunto es mostrar a los turcos que los estadounidenses se toman en serio sus preocupaciones”, explica a EL PAÍS. Pero poco más, puesto que ambos países tienen planes distintos para Siria: “El objetivo de EEUU es mantener sus posiciones dentro de Siria para conservar su influencia ante las negociaciones sobre el futuro del país. Pero EEUU depende de las SDF y lo que realmente quiere es que Turquía no las ataque. Pero para Turquía, no atacar a las SDF significa reconocerlas como actor político y representante de los kurdos de Siria, y no está dispuesta a ello. Lo que realmente quieren los turcos es que los estadounidenses se vayan de Siria, tal y como les prometió Trump, y ser ellos quienes les sustituyan”.

El acuerdo sobre la zona tapón se parece demasiado al previsto para Manbij, una ciudad al oeste del Éufrates controlada por las SDF pero que Turquía exige pase bajo su control. En enero de 2018, tras meses de negociaciones, Ankara y Washington anunciaron un plan que suponía el progresivo desmantelamiento de la estructura local de las milicias kurdas y que patrullas conjuntas de Turquía y EEUU vigilasen la ciudad, pero el acuerdo jamás se llegó aplicar. “Turquía no permitirá que EEUU postergue las operaciones en el este del Éufrates como hizo en Manbij. Turquía limpiará la zona de terroristas”, advirtió el ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavusoglu, durante el fin de semana. El ministro de Defensa, por su parte, anunció que Turquía “tiene un plan b y un plan c” por si el acuerdo con EEUU no funciona.

Las SDF —en las que las milicias kurdosirias YPG son su principal fuerza militar— controlan cerca de un 30% de Siria, algunas zonas muy alejadas de los tradicionales lugares donde habita la minoría kurda del país (fundamentalmente, la frontera norte). Turquía, por su parte, se ha hecho con el control del 5% del territorio sirio al ocupar la esquina noroccidental del país, un enclave donde residían miles de kurdos, parte de los cuales han sido desplazados a otras áreas y sustituidos por población árabe. De ahí que los dirigentes kurdos teman que una intervención turca en la zona lleve a nuevos cambios demográficos. Ya en enero, un alto cargo de las YPG, Redur Xelil, reconocía en declaraciones a la agencia France Press que, en un momento u otro, las autoridades kurdas deberían llegar a un acuerdo con el régimen para garantizar su supervivencia frente a una eventual intervención de Turquía.

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“Las SDF son una milicia, y por tanto no se fían completamente de nadie. Saben que, en algún momento, los estadounidenses se irán y ellos tendrán que pactar con el régimen y con Rusia”, opina Stein, “pero esta es su última carta y cuando la jueguen ya no habrá vuelta atrás, porque los militares estadounidenses se tendrán que marchar para siempre”. Además, tampoco está claro que el régimen de Bachar el Asad vaya a permitir a los kurdos gobernarse con la autonomía que han logrado durante la guerra.

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