Venezuela, de país de acogida a tierra de éxodo
La multitud de extranjeros que migró por la bonanza económica también se va en busca de oportunidades
La grave crisis económica lleva años desplazando a millones de personas fuera de Venezuela. Sus migrantes huyen hoy en todas las direcciones. Se invirtió la tendencia de un país que a finales del siglo XX recibió a una multitud de extranjeros. Jorge Cortés, un colombiano de 76 años, se resistió a abandonar Caracas con la convicción de que sería testigo de un renacer, pero los pésimos indicadores económicos y el creciente autoritarismo del Gobierno de Nicolás Maduro disolvieron cualquier esperanza hace unos meses. “Mi familia se desintegró porque viajaron al exterior, yo quería quedarme para ver la recuperación que nunca llegó. Cuando regresé a Colombia me sorprendí porque además de comer tres veces al día, respiré amor de mi familia y progreso”, dice.
El Estado no suelta datos migratorios, pero la Oficina de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) calcula que la diáspora creció a cuatro millones de personas desde el comienzo del desplome del país. Claudia Vargas, profesora de la Universidad Simón Bolívar, sigue el pulso del éxodo. “Alguna vez fuimos el principal receptor de ciudadanos colombianos, pero ahora somos la migración más grande de la historia de Colombia”, resume.
Los venezolanos en Colombia ascienden a 1,3 millones, en Perú unos 800.000 y una cifra inferior en Ecuador, Chile, España y Estados Unidos. Aunque ahora se vacía, Venezuela fue cobijo de miles de extranjeros. En 2000, solo unos 4.500 venezolanos estaban dispersos por el mundo, la mayoría eran profesionales altamente calificados, según Vargas. El éxodo sentó raíces en el gobierno de Hugo Chávez y se desbordó con su sucesor. La violencia, la quiebra de la economía, las persecuciones políticas y otros conflictos provocaron continúas oleadas migratorias. “Tras cada elección, muchos venezolanos decidían irse. Por ejemplo, eso pasó después de la reelección de Chávez. Pero también ocurrió que muchos jóvenes miembros del opositor Movimiento Estudiantil, en 2007, pidieron asilo en el exterior”, agrega.
Naciones Unidas, ahora, se prepara para afrontar la crisis migratoria como si asistiera a un país en guerra. Nelson Pérez, un ingeniero chileno de 70 años, se siente un foráneo en su propia nación. En 2015, tras cuatro décadas en Venezuela, regresó a Santiago de Chile para asentarse con su familia y su mascota, dejando atrás un negocio, dos terrenos y decenas de amigos. “¿Cómo hace uno para adaptarse? No es la misma ciudad que dejé, yo me siento más venezolano”, explica.
Nelson envía una simbólica remesa a algunos compatriotas en Caracas para su subsistencia. Sin embargo, él también espera que el Gobierno de Maduro pague su pensión de vejez por ser jubilado de varias empresas estatales. El hombre conforma un grupo de personas que entraron al país petrolero durante su mayor bonanza en los años setenta, pero que no escaparon de los estragos de la debacle. Chile repatria a decenas de sus ciudadanos desde noviembre, pero también endurece los controles migratorios de los venezolanos. Su medida reciente fue exigir una visa consular. El presidente peruano, Martín Vizcarra, también anunció una visa de residencia para las personas procedentes del país petrolero, aunque antes era suficiente ingresar con una cédula de identidad.
No hay remedio a la vista. Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional aceptado como mandatario interino de Venezuela por medio centenar de países, pide ser flexibles con la diáspora. Su mayor adversario, Maduro, niega la complejidad. “¡Dejen de lavar pocetas [inodoros] afuera y vengan a vivir la patria!”, zanjó, ya en 2018. Su acción es consolidar un programa que consiste en repatriar a los que se han ido. De momento, solo 14.701 personas aceptaron regresar a su patria asistidos por este plan.
Para Hans Schäfer, hijo de inmigrantes europeos, se trata de sobrevivir. Hace casi dos años vive en España, antes estudió gerencia en Estados Unidos y fue profesor de buceo en Venezuela. “Muchas veces me tocó limpiar, hago de todo. Estoy en una empresa y, aunque se me cataloga como especialista porque aprendí a manejar maquinaria, estoy solo a un paso arriba del obrero. Pero me siento tranquilo y contento de disfrutar de cosas que no podía en Caracas, como ir al mercado y pasear libremente”, responde. Su madre, Ángela Gloria, extremeña y su padre, Johann, un alemán, abandonaron Europa por los devastadores efectos de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil española. “Salvando las distancias, estoy haciendo lo mismo que mis padres. Parecerá una tontería, pero me cansé de tomar café amargo porque no había azúcar o de emocionarme por conseguir pollo, de vivir en tanta precariedad”, concluye.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.