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Martin Selmayr, el motor oculto de la Comisión Europea

La mano derecha de Juncker renuncia como secretario general, la cúspide de la Administración comunitaria

Martin Selmayr durante una reunión de la Comisión Europea en Bruselas el pasado mes de enero.
Martin Selmayr durante una reunión de la Comisión Europea en Bruselas el pasado mes de enero.Francois Lenoir (REUTERS)

Cráneo privilegiado. Sonrisa angelical. Y entrañas implacablemente políticas. Martin Selmayr (Bonn, 1970) ha sido el imparable y oculto motor que ha marcado el ritmo de la Comisión Europea presidida por Jean-Claude Juncker desde 2014. Durante cinco años, la Comisión se ha movido bajo la batuta siempre exigente y a veces arbitraria de este funcionario alemán que la próxima semana abandonará de manera abrupta el puesto de secretario general, cúspide del escalafón administrativo del organismo comunitario.

Su repentina caída, desencadenada por la elección de Ursula von der Leyen como sucesora de Juncker, deja a Bruselas con una mezcla de orfandad y alivio que tardará tiempo en disiparse. Nunca antes un funcionario europeo había alcanzado tales cotas de influencia ni se había convertido en una suerte de personaje legendario que provoca escalofríos, de admiración o de inquina, entre los 30.000 empleados de la Comisión. 

"Los cinco años de la Comisión Juncker serían inconcebibles sin su contribución", reconoció el pasado miércoles el comisario europeo de Presupuestos y Recursos Humanos, el alemán Günther Oettinger, tras confirmarse que Selmayr deja el cargo.

Afable, brillante y con dominio de los tres idiomas bruselenses (inglés, francés y alemán), nunca esquiva una confrontación dialéctica y encaja con aplomo igual que golpea con fuerza. Sus enemigos ven maneras dictatoriales donde sus aliados aprecian capacidad de liderazgo y gestión.

En todo caso, nunca ha perdido su sentido lúdico del poder que le ha permitido mantener los pies en la tierra mientras se codeaba hasta con Trump en la Casa Blanca pero que también le ha llevado lanzar apuestas demasiado arriesgadas. Una de ellas, la de encaramarse a la secretaría general por la vía exprés, ha acabado provocando su destierro.

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El 1 de agosto pasará a ser "asesor" de Juncker antes de trasladarse a Viena para encargarse de la delegación de la Comisión en Austria. Un destino insignificante para un eurócrata que en solo 15 años de servicio en la Comisión llegó hasta lo más alto del organismo.

Ingresó en la Comisión en 2004, a través de una oposición para abogados. Un jurista más, en principio, aunque a sus 34 años ya había acumulado experiencia en el BCE y el FMI y en el sector privado (Bertelsmann). Su primer destino fue el departamento de portavoces, al servicio de la comisaria Viviane Reding. Y de inmediato quedó claro que había llegado para jugar muy fuerte.

Su acerada inteligencia y su pasión por la eficiencia ayudaron a la comisaria luxemburguesa a ganar tremendas batallas como la supresión de las facturas del roaming en los teléfonos móviles o la lucha con el presidente francés de la época, Nicolas Sarkozy, por el presunto trato discriminatorio de su gobierno hacia la población gitana.

La salida de Reding en la Comisión en 2014 parecía marcar el final de la carrera de quien para entonces ya se había convertido en su jefe de gabinete. Pero fue precisamente el inicio de un ascenso hasta la cúspide por la vía más inesperada.

Mientras muchos de sus colegas trepan lentamente por el escalafón a base de acumular años, méritos o contactos, Selmayr se catapultó gracias a la invención del llamado spitzenkandidat, puesto en marcha por el Parlamento Europeo en 2014. El proceso animó a los partidos políticos a presentar sus propios candidatos a la presidencia de la Comisión Europea, con la remota esperanza de que uno de ellos fuera aceptado por los presidentes de gobierno como líder del organismo más poderoso de la UE.

Casi nadie en Bruselas aventuraba ningún futuro a ese sistema. Y menos aún, a que el candidato del Partido Popular Europa (PPE), un Jean-Claude Juncker a quien se daba por jubilado, pudiera llegar a tomar las riendas de la Comisión. Pero esos cálculos empezaron a cambiar cuando Juncker fichó a Selmayr como jefe de su campaña electoral, una decisión que cambiaría el futuro del luxemburgués y de toda la Comisión.

Golpe de poder

Selmayr creó de la nada un aparato de propaganda y comunicación que hizo imparable el nombramiento de Juncker tras la victoria del PPE en las elecciones de 2014. Lo hizo con la misma estrategia que ha aplicado siempre en la Comisión: su temida habilidad para rodearse de fieles y deshacerse de adversarios.

Una vez presidente, Juncker no dudó en hacer de Selmayr su jefe de gabinete, un puesto de confianza que con el alemán alcanzaría una dimensión desconocida. El Gobierno de Rajoy, atento a la mano que movía los hilos, llegó a concederle en 2016 la Orden de Carlos III, la más alta distinción honorífica entre las órdenes civiles españolas. La inopinada concesión se interpretó como un cortejo preventivo al cerebro de Juncker ante la crisis catalana que empezaba a fraguarse.

Martin Selmayr (derecha) saluda a Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, durante una cumbre el pasado mes de marzo en Bruselas.
Martin Selmayr (derecha) saluda a Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, durante una cumbre el pasado mes de marzo en Bruselas.Thierry Monasse (Getty Images)

Selmayr se convirtió en el presidente en la sombra, respetado y temido no solo por los altos cargos administrativos de la Comisión sino incluso por unos comisarios que, con mayúscula sorpresa, veían su poder político sometido a la autoridad de un funcionario. "Los documentos más sensibles no se aprobaban hasta que no tenían el visto bueno de Selmayr", apunta un alto cargo de la Comisión. A ese hiperdominio se atribuye, incluso, la salida de una comisaria, Kristalina Georgieva, que renunció al cargo y se marchó al Banco Mundial.

El sorprendente y probablemente merecido ascenso de Selmayr hasta la cúspide de la Comisión Europea sembró las semillas de omnipotencia que han acabado provocando su caída. "Podía haber seguido controlando todo desde el gabinete pero cometió el error de encaramarse a la secretaría general de la Comisión", señala una fuente diplomática. Y no solo consiguió el cargo, sino que lo hizo en cuestión de minutos. Literalmente.

Su nombramiento se produjo en una de las reuniones más polémicas y esperpénticas de la Comisión Europea en sus 60 años de historia. El anterior secretario general, un holandés a quien ya se consideraba sumiso a las órdenes de Selmayr, comunicó de repente su retirada. Una hora después, Selmayr era nombrado subsecretario general de la Comisión, escalón necesario para hollar la cumbre. Y acto seguido, y sin levantarse de la mesa, los estupefactos comisarios europeos se vieron aceptando el nombramiento de Selmayr como secretario general.

La treta legal provocó indignación en Bruselas. El Parlamento Europeo inició una revuelta contra lo que fue calificado, en una Resolución, como “un golpe de poder”. Selmayr, por una osadía imperdonable para un estratega de su altura, acababa de lograr la cima de su carrera y de desencadenar el alud que le arrastraría un año después.

El secretario general hizo caso omiso de las críticas. Incluso tramó continuar en el cargo tras la inminente salida de Juncker. Pero el grupo Popular del Parlamento, y en particular sus compatriotas alemanes, querían su cabeza. Y en la reunión previa a la investidura de Von der Leyen, lograron que la candidata la entregase. Horas después, Selmayr anunciaba su renuncia.

Su partida no acaba con la leyenda. En Bruselas incluso se especula sobre su posible regreso, dispuesto a dar otra batalla hasta que le llegue su Waterloo. Él ha asegurado que ha pasado página y desea iniciar otra vida. Detrás deja una estela imborrable para los funcionarios, diplomáticos y periodistas que le han sufrido o disfrutado. "Creo que la mayoría de la gente le está agradecida. Pero incluso los que no lo están, le respetan", resumió Oettinger en la salva final.

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