Cuando el poder arrasa
El paquete de cargos muestra un déficit de perfiles adecuados y el binomio París-Berlín ha barrido sobre todo para casa
El mundo hostil era cosa, sobre todo, de superpoderes duros, hieráticos, amenazantes. O sea, de los aspirantes a la Roma imperial.
Europa era otra cosa: un invento construido de materiales blandos, como principios (humanísticos), valores (democráticos) y el arma de la persuasión (talento, derecho, multilateralidad, pactismo). O sea, Grecia.
El segundo paquete de nombramientos pergeñado el martes por la cumbre cuestiona el bello estereotipo.
Parece como si la cualidad saltimbanqui, caótica, del Consejo Europeo, marcase sus resultados: fue Osaka y Bruselas; rebeliones partidistas y muecas orientales; infinitos confesionarios bilaterales interrumpiendo el plenario; generosas concesiones súbitamente retiradas y consensos que se derruían como un terrón de azúcar; noches de saco de dormir, tan inacabables como las del parto del euro en 1998 o las de la Gran Recesión.
Cuando una noticia esperada apenas cubre los mínimos necesarios se suele decir que lo mejor es que haya sucedido, sin aventurarse a escudriñar demasiado sus entrañas.
Todo indica que ese no es el caso de este paquete. Porque en principio no llega a cubrir siquiera el requisito fundamental en los dos cargos principales, las presidencias de la Comisión y del Banco Central Europeo (BCE). ¿Cuál? El talento específico, el recorrido, la trayectoria, la especialización: el mérito.
La ministra de Defensa alemana, Ursula von der Leyen, es una sucesora fracasada de Angela Merkel: acusada de plagio en su tesis doctoral (asunto aún por dirimir) no ha sido noticia por nada.
La primera y última vez que las Fuerzas Armadas alemanas democráticas lo fueron llegó en 1999, cuando el verde Joschka Fischer se atrevió, desde Exteriores, a romper el no-intervencionismo del país y pacificar Kosovo con la K-For.
Así que igual da la sorpresa e igual el hábito hace al monje, igual explosiona como líder que no lo parecía, pero su carrera no acompaña esa expectativa. Incluso Manfred Weber disponía de más experiencia, al menos en negociaciones políticas parlamentarias.
Y Christine Lagarde es un peso mundial, sí, aunque... Lagarde es una abogada de éxito (con el muerto en el armario de los amigos corruptos de Nicolas Sarkozy) que aprendió velozmente Economía. Y que ha absorbido como una esponja la herencia de su (excelente, por keynesiana: aunque desquiciado, por sus desquicios personales) antecesor en el FMI, Dominique Strauss-Kahn.
Pero no la expandió, y deja un organismo bipolar: expansionista en la sede central, austeritario en sus exámenes sobre el terreno. Y no exhibe saberes en política monetaria. Y los banqueros centrales son muy suyos, desprecian y ningunean a quienes carecen de sus conocimientos técnicos. Incluso complotan. Ese hándicap no se solventa con una fluida (y cada vez más imprescindible para los gobernadores) capacidad de comunicación, en la que ella se ha doctorado, pero eso al menos puede ayudar.
Los perfiles del belga Charles Michel y del búlgaro Sergei Stanischev muestran menos burbujas. Y el español Josep Borrell es quien, además de un más compacto currículum europeísta como expresidente del Parlamento de Estrasburgo, desempeñará una cartera que conoce al dedillo.
Claro que, en conjunto, el paquete deja mucho que desear. Al cabo, el poder —París y Berlín— arrasa y se presenta desnudo, cazando para sí las plataformas más relevantes. También mal vestido de valores, tras renunciar a la esencia del principio de tomar en cuenta los resultados electorales (Spitzenkandidaten), que Angela Merkel decía defender a capa y espada. Con engaño ficcional: se consideraron en apariencia, se descabalgaron en la práctica. Grecia deja paso a Roma.
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