La fórmula de éxito que logró repoblar Idanha
Perdida en el interior de Portugal, la región gana habitantes por primera vez en 70 años con su propuesta de vida verde, de las semillas a los pañales
“Si viene a que le llore, se ha equivocado de ventanilla”, advierte Armindo Jacinto. Desde 2013 es el alcalde de Idanha-a-Nova, el tercer municipio de Portugal con menor densidad de población (6,8 habitantes por kilómetro cuadrado). “De nuestra situación hemos hecho virtud”, dice. El municipio linda con Extremadura, en España. Armindo Jacinto (Idanha, 55 años) debe administrar a 8.000 personas de 17 aldeas desperdigados por 1.470 kilómetros cuadrados. Idanha-a-Nova es prácticamente el segundo municipio más extenso del país.
Nacidos para ser olvidados; en los últimos años ni se nacía en Idanha. “En 1950 éramos más de 33.000 habitantes, desde entonces hemos ido perdiendo población, hasta este año, que ganaremos. La tasa de fertilidad de nuestras mujeres ha aumentado por encima de la media del país”, explica el alcalde del municipio. Entre una aldea y otra hay una carretera solitaria y un infinito de naturaleza desierta. “¡Viva quien viva!”, dice la única pintada de Monfortinho. Dos ancianos conversan con un perro, que parece de su misma quinta. No se ve ningún otro ser viviente en la calle.
En 2014 cerró, con tres niños, la última escuela de primaria en Monsanto, una de las 10 aldeas más bonitas del país, según algunos ránkings, famosa por sus casas bajo inmensas rocas graníticas. “Hubo manifestaciones, vinieron muchas cámaras y salimos en todos los periódicos; pero no volvimos a salir cuando se reabrió en 2016 con más de 20 niños”, cuenta el alcalde. “Nuestra estrategia para atraer residentes no pasa por ventajas económicas sino por los niños. Sean cuales sean los ingresos familiares, la educación es gratuita para todos”. Ismenia Araújo se encarga de los recién nacidos. Dada la ancianidad de la población no parecía un trabajo con futuro. En 2013 abrió la primera guardería municipal en una esquina de la región, en Termas de Monfortinho, frontera con España. “Una guardería de ninguna parte, como solemos decir. Teníamos seis bebés, en este curso son 14. Acogemos bebés en un radio de 35 kilómetros a la redonda. Si no pueden traerlos, vamos a por ellos. Todo gratis, de lunes a viernes, de ocho de la mañana a ocho de la noche”. Las papillas son biológicas, cocinadas con harinas naturales, al igual que los pañales, ecológicos y reciclables.
“Los jóvenes se van de las villas y eligen asentarse en estas aldeas porque la guardería resulta un factor decisivo”, explica Ismenia, que llegó aquí con 23 años y un bebé. “La guardería fomenta la búsqueda de trabajo de la mujer [trabajan el 70% de las portuguesas] y la cohesión social entre las generaciones. Las mantitas de las cunas han sido tejidas por las abuelas de los pueblos”. Para la estación del invierno, Cristina Salvado se encargó de ofrecer actividades a las mujeres. El reto consistió en hacer croché para los árboles.
Medio centenar de mujeres se dedicaron a bordar para 140 árboles, con un colorido y una imaginación sorprendentes, como aún se puede ver en Salvaterra do Extremo. Una décima parte de la población de Idanha-a-Nova es extranjera. Algunos llegaron en busca de trabajo; otros, en busca de la naturaleza pura, pero los más recientes llegan en busca de una vida más verde y sostenible. A los hippies de antaño se han unido profesionales liberales, un periodista británico famoso que no quiere ser encontrado por nadie, una pareja sueca de funcionarios que trabaja desde aquí en una biblioteca de allá y, por ejemplo, Stefan Doeblin, un alemán que eligió este rincón del mundo para invertir en semillas biológicas.La idea nació de Paulo Martinho, un portugués que estudiaba en Holanda el sector de la agricultura verde; el dinero, de Doeblin, y el impulso, como siempre, del alcalde Armindo, que extiende alfombras a todos los que quieran emprender algo. “Somos la única biorregión portuguesa reconocida por la Unión Europea como tal”, explica el regidor.
Brotes verdes
En la aldea de Ladoiro, Martinho dirige Sementes Vivas. “Apenas existe media docena de empresas de semillas biológicas en todo Europa. Empezamos en 2015 y desde hace dos años ya las comercializamos. Al principio perdíamos el 50% de la cosecha, porque es muy laboriosa la producción al no poder combatir las plagas con insecticidas, pero ya hemos mejorado mucho”. En la ecoempresa trabajan 30 personas de cinco nacionalidades, todas, menos cuatro, con estudios superiores.
Martinho vende semillas biológicas de 250 especies. Al lado, crecen otras iniciativas dedicadas a los arándanos, higos chumbos y plantas aromáticas, todas bio. “Donde había naves y terrenos municipales abandonados”, explica el alcalde Armindo, “ahora se extiende nuestro green valley[valle verde], con 300 empleados dedicados a la agricultura ecológica”.“Para el mundo rural, nos fue fatal la negociación de entrada en la Unión Europea hace 33 años”, señala Armindo.
“Portugal se centró en la cohesión de las infraestructuras, en las comunicaciones de las carreteras. Se consiguió, pero a costa de olvidarse de la cohesión social y la económica. En la nueva Idanha apostamos por diferenciarnos, por no ser como los demás, por hacer virtud de lo que tenemos —que es cada vez más raro en el mundo—: una vida verde para el ocio, la economía y la educación. Poco a poco se empiezan a ver los brotes”.
Invitados al club de las ciudades culturales
Cada dos veranos, el municipio de Idanha-a-Nova es cita obligada de los jóvenes europeos. Su festival de música alternativo Bloom es de los más singulares del calendario internacional. También organiza el ecofestival Salva a Terra y el de música antigua Fuera de Lugar, además de sus cursos internacionales, que en tres años ha pasado de 17 a 70 alumnos. Con tanta actividad, el Club de Ciudades Culturales de Estrasburgo invitó a Idanha a ser miembro. Es la única representación portuguesa y, por supuesto, la única microciudad de las 65 que integran el club.
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