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DE MAR A MAR
Columna
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Un respirador para Maduro: Trump

Guaidó y Duque acaban de advertir que Trump no es un aliado incondicional. No está claro si su política está pensada para terminar con la dictadura en Venezuela y el tráfico de drogas en Colombia

Carlos Pagni
Nicolás Maduro, durante un evento con la milicia venezolana.
Nicolás Maduro, durante un evento con la milicia venezolana. Y, CORTEZ (AFP)

El dictador Nicolás Maduro ha encontrado en Donald Trump un aliado indispensable. Sencillo: la insistencia del presidente de Estados Unidos en aconsejar una intervención militar como una de las soluciones posibles a la dolorosísima agonía venezolana está desbaratando el frente que presiona el régimen chavista. La última fisura se produjo en Madrid, con la visita del responsable especial norteamericano para asuntos de Venezuela, Elliott Abrams, que obligó al Gobierno español a aclarar que el calvario que atraviesa ese país no encontrará una salida en el uso de la fuerza.

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A comienzos de la semana pasada, el jefe del Comando Sur del Pentágono, almirante Craig Faller, declaró que las Fuerzas Armadas de su país están preparadas para cumplir en Venezuela con la orden que imparta el presidente. Faller dijo también que ese país se convertiría en una nueva Siria si Maduro sigue en el poder. Y que eso podría suceder hacia fin de año.

Quien se manifestó con mayor firmeza contra esa posibilidad no fue esta vez Maduro, sino Juan Guaidó, el titular de la Asamblea Nacional, reconocido por 50 países como el presidente legal de Venezuela. En una entrevista publicada el sábado, Guaidó dijo que “la intervención militar está descartada”.

Maduro somete a Guaidó a una presión que aumenta con el paso de las horas. El método es el habitual: acusarlo de un complot para producir una agresión electrónica, que sería la culpable de las calamidades que el propio tirano produce con su desgobierno. La eventualidad de que detengan a Guaidó siempre fue uno de los escenarios que la diplomacia norteamericana imaginaba como detonante de un ataque armado. Acaso el presidente interino sienta que su libertad depende de una partida de póker que se juega entre Caracas y Washington. Hay otro factor que inspira a Guaidó. Él apuesta a que los militares dejen de apoyar a Maduro. Pero las amenazas de Trump activan el nacionalismo de los soldados venezolanos. Las insinuaciones norteamericanas, a las que el almirante Faller puso fecha, desarticulan también el bloque internacional de presión sobre el chavismo. El primero en adherirse a Trump fue el brasileño Jair Bolsonaro, que hace tres semanas visitó la Casa Blanca. Bolsonaro consideró un ataque a Venezuela, aunque aclaró que antes consultaría al Congreso. Y Maduro llamó a los brasileños, sobre todo a los militares, a “salir al paso a la locura de Bolsonaro”.

Mientras el presidente brasileño conjeturaba una acción castrense, la cancillería española, a propósito de la visita de Abrams a Madrid, afirmaba que debía rechazarse el uso de la fuerza. Es una declaración relevante, porque España es la nave insignia de Europa en relación con Venezuela.

Esta divergencia, que se manifiesta entre países que comulgan en desconocer el Gobierno de Maduro, tuvo en los últimos días la consecuencia menos esperada: Iván Duque, el presidente colombiano, un discípulo de Álvaro Uribe cuya relación con los Estados Unidos no podría ser más amigable, sintió cómo le caía encima el rayo verbal de Trump. El presidente de Estados Unidos declaró el viernes pasado que, desde que Duque llegó al poder, ha aumentado la exportación de drogas ilegales desde Colombia. Duque había sostenido lo contrario cuando, en febrero pasado, visitó el Salón Oval.

La Corte colombiana ha impedido a Duque acelerar la extinción de plantaciones de coca utilizando glifosato. Es lo que él habría prometido en Washington. Pero el enojo de Trump no se explicaría por ese aparente incumplimiento. El presidente colombiano se viene pronunciando en contra de una opción militar en Venezuela. El secretario de Estado, Mike Pompeo, visitó Colombia el domingo pasado, para visitar a refugiados que huyen del chavismo. Antes de recibirle, Duque aclaró que a su país nadie le indica lo que debe hacer.

La hipótesis de un ataque externo no sólo resquebraja el apoyo internacional hacia Guaidó. También fisura su alianza interna. La radicalizada María Corina Machado celebró que Bolsonaro entiende la urgencia de los venezolanos. La dureza de Trump, si se la evalúa por sus efectos, suele ser desacertada. El intento de llevar ayuda humanitaria a los venezolanos a través de Colombia fracasó. Lo mismo que la acusación del vicepresidente Mike Pence que atribuyó al régimen de Maduro la quema de un cargamento con comida. The New York Times demostró que había sido un accidente, provocado por un opositor.

Una gafe similar se produjo cuando, desde el Departamento de Estado, se informó a varios embajadores destacados en Washington que, al día siguiente de la designación de Guaidó, habría un levantamiento militar contra Maduro. El único general que se sublevó fue Hugo Carvajal, que acaba ser arrestado en España por narcotráfico, a pedido de Estados Unidos.

Guaidó y Duque acaban de advertir que Trump no es un aliado incondicional. No está claro si su política está pensada para terminar con la dictadura en Venezuela y el tráfico de drogas en Colombia. O si, en realidad, obedece a la fantasía de Trump de conseguir la reelección con un marketing que lo presente como un pequeño Reagan, que barrió con el populismo en la región.

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