Primos de los socialdemócratas
La enorme ventaja del Partido Verde Europeo es que no suscita animadversión
La enorme ventaja del Partido Verde Europeo es que no suscita animadversión. O escasa. Es una receta de pocas contraindicaciones. La causa ecológica —conservar la naturaleza— es así capaz de seducir a viejitas victorianas, jóvenes indignados y sesentayochardos desengañados. Aunque bajo su paraguas aniden afluyentes de muy diversa condición.
La imagen de la coalición de vegetarianos, naturistas y neorrurales en bicicleta y sandalias que en sus inicios adornó al movimiento, cedió paso (todavía por culminar) a un modelo mucho más serio. Sobre todo en Alemania, al filo del cambio de centuria, de la mano de líderes potentes —aunque efímeros—, como Joschka Fischer, que compartieron afanes de primos con radicales italianos y socialdemócratas norteños. Aportaron un europeísmo militante: de la Unión Europea realmente existente, no de una Europa retórica y ensoñada.
Y un realismo estratégico corajudo: patrocinaron la primera apuesta militar alemana (y heredera de los movimientos pacifistas) desde la Segunda Guerra Mundial. Fue en los Balcanes, y por motivos humanitarios.
La segunda generación se ha afianzado en los países de origen, con la alemana Ska Keller y el holandés Bas Eickhout. Ha avanzado como fuerza propositiva en el Parlamento Europeo. Y amplió su raíz social incorporando grupos a la izquierda de la socialdemocracia convencional, como Iniciativa per Catalunya / Comuns, con Ernest Urtasun.
Pero para llegar a partido de Gobierno, seguramente el principal reto de los verdes es hoy formular una respuesta realista a los problemas del modelo de crecimiento del capitalismo europeo.
Hoy, y para la calle. No mañana, en la academia. Eso significa, por ejemplo, dar salida a la crisis del sector de la automoción. Esa crisis está en el corazón de la desaceleración económica de este momento en la eurozona y toda la UE. Con planes concretos de reducción de actividad y despidos de miles de trabajadores en Ford y en Jaguar Land Rover, anunciados esta pasada semana.
Las causas son dos. Y ambas interpelan al Partido Verde. Una es la ralentización del crecimiento del PIB chino por culpa de la pelea proteccionista desatada por Donald Trump.
Como la automoción se nutre de cadenas de valor mundiales (proveedores aquí y allá), un arancel americano y una crisis de demanda en Extremo Oriente repercuten al instante en las fábricas de componentes europeas. Eso requiere una respuesta más sólida al problema del comercio internacional de la hasta ahora ofrecida por el Partido Verde.
Si, como afirma su Manifiesto-2019, propugna “un comercio libre y honesto”, ¿por qué sigue debelando, en vez de endosar sus avances, el ejemplar Tratado UE-Canadá, que consagra los valores laborales y medioambientales?
El otro motivo del revés de la automoción es verde-verde. El triunfo ecologista en las instituciones europeas —últimas directivas— pone en la picota al diésel. Gran noticia para la salud y el planeta. Pero gran incógnita para el empleo inmediato, porque no se palpa un claro impulso público a la alternativa de los automóviles híbridos y eléctricos.
La causa de la economía ecológica, de la fiscalidad verde, de la economía circular que recicla y aprovecha todos los recursos, resulta encomiable para millones de europeos. Pero habrá que cohonestar sus ritmos, incentivos y obligaciones (pocos agentes económicos harán nada por bondad) a las necesidades sociales.
Igual que el socialismo democrático solo resintonizará con los jóvenes europeos si se ecologiza, los verdes solo gobernarán si ecualizan el empleo con la lucha contra el dióxido de carbono.
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