Joseph Kabila, de ‘arquitecto de la paz’ de Congo a líder autoritario
El presidente se prepara para dejar el cargo tras dos décadas en el poder y dos años de retrasos en las elecciones
Joseph Kabila, de 47 años, sigue con un semblante joven, introvertido y enigmático tras casi dos décadas en la presidencia de República Democrática del Congo. El mandatario, quien en enero de 2001 asumió inesperadamente el puesto que dejó vacante su padre —asesinado por uno de sus guardaespaldas—, se encuentra a punto de entregar el testigo a falta de que finalice el recuento de la votación del 30 de diciembre, celebrada tras dos años de retrasos. “Un día voy a caer y no hay que llorar. Hay que seguir adelante”, le había dicho su padre antes de morir, según cuenta el propio presidente, quien a los 29 años heredó un país del tamaño de Europa occidental en guerra.
El joven de apariencia tímida asombró al mundo y a los congoleños con su paso claro y decidido hacia la paz. Abrió negociaciones con los diferentes grupos armados y los países vecinos implicados en el conflicto, firmó con ellos el fin de la guerra —aunque los enfrentamientos nunca han desaparecido por completo del país—, y arrancó un Gobierno de transición que condujo a las primeras elecciones multipartidistas de la historia del Congo, en 2006. Ese año, entre la pegadiza melodía de campaña que repetía su nombre y sonaba a todas horas en las calles, se hablaba de Kabila como “el arquitecto de la paz”.
La autoridad electoral pospone la entrega de resultados
La proclamación de los resultados de las presidenciales de República Democrática del Congo, celebradas el pasado 30 de diciembre, ha seguido el mismo ritmo cojo de todo el proceso electoral. El anuncio, previsto para este domingo, ha sido aplazado a último momento. La Comisión Electoral Nacional Independiente (CENI) ha justificado el retraso por la lenta llegada de las cifras desde el interior del país, y ha comunicado que el recuento final, que va por el 53%, no estará listo “antes de la semana que viene”. La oposición ha interpretado este movimiento como un posible intento de “golpe electoral” para maquillar los números y dar la victoria a Emmanuel Ramazani Shadary, el candidato del presidente, Joseph Kabila.
El desorden y las irregularidades han puesto en jaque la transparencia de los comicios, cuya celebración se había retrasado desde 2016 y a los que estaban llamados 39 millones de votantes. El ganador se definirá entre el exministro de Interior Shadary y los opositores Felix Tshisekedi y Martin Fayulu.
Con la cuenta atrás en marcha para cambiar de presidente tras los 18 años del Gobierno de Kabila, los congoleños temen un estallido de la violencia postelectoral. La influyente Conferencia Episcopal Nacional (Cenco) se ha puesto en el ojo del huracán. Con la mayor misión de observación electoral (40.000 agentes), la Cenco afirmó el pasado jueves que ya conocía el nombre del ganador y exigió a la CENI que “respetara la verdad de las urnas”, so pena de ser “responsable de una revuelta popular”.
En este delicado contexto, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo el viernes que había enviado militares al vecino Gabón “para apoyar la seguridad” en Kinshasa ante la posibilidad de disturbios.
Las cosas ahora son diferentes. Muchos de los que en 2006 miraban hacia él como la persona que podía acabar con la guerra, ahora le ven como un líder autoritario, un dictador. Su mandato terminó oficialmente en 2016, pero los comicios para elegir su sucesor se pospusieron durante dos años. Las detenciones y desapariciones de críticos y opositores se han multiplicado, así como la represión brutal de manifestaciones contra el Gobierno y la exclusión de candidatos y votantes de las elecciones. “Mis detractores se pueden ir al infierno”, ha desafiado Kabila. El terrible conflicto sigue en el este del país —hay uno nuevo en la provincia de Kasai—, el ébola está fuera de control y el gigante minero se asoma a una nueva convulsión.
Dieciocho años después del inicio de su Gobierno, el presidente se ha hecho mayor, más rico y menos popular. Sigue siendo discreto y ha hecho del silencio su principal arma de protección. Su entorno más cercano dice que no confía en nadie, que las decisiones las toma solo y que únicamente escucha a su hermana melliza, Jaynet, con quien compartió exilio de niño en Uganda y Tanzania y su fortuna de mayor. En el espejo, una barba blanca y un afro contenido han sustituido la cabeza rapada y mentón descubierto del Kabila que empezó a gobernar; en las calles, los baños de masas y el aura de esperanza de comienzos de siglo han mutado en desconfianza y hastío. En vísperas de su sucesión, a la sombra de un proceso electoral marcado por las dudas y la violencia, Kabila intenta una salida a medias: ceder la presidencia a su delfín, el exministro de Interior Emmanuel Ramazani Shadary, para seguir gobernando en la sombra.
El aparente rumbo hacia la estabilidad que durante los primeros años marcó su liderazgo ha sufrido un golpe de timón. Desde que tomó las riendas, Congo (82 millones de habitantes) se ha convertido en el primer productor de cobalto, estaño y cobre de África; ha habido reformas en el sector minero, bancario y el de las telecomunicaciones, ha crecido la inversión extranjera y la economía del país se ha multiplicado por tres. Sin embargo, los beneficios han quedado estancados en un reducido círculo. Dos terceras partes de sus conciudadanos siguen viviendo con poco más de un euro al día, Congo sigue en la lista de los países más pobres del mundo; en cambio, la fortuna del clan Kabila ha añadido muchos ceros a sus cuentas y se ha erigido en un verdadero emporio.
Joseph Kabila creció camuflándose. En Tanzania, rodeado por los rebeldes que lideraba su padre, Laurent-Desiré Kabila, aprendió a ser un militar, a vivir en la clandestinidad, sin dejar de estudiar —asistía a la escuela francesa de Dar es Salam con un nombre falso para que no le alcanzaran los tentáculos de la dictadura de Mobutu Sese Seko—. De esos años duros de ocultamiento y guerrilla, Kabila ha guardado solo su discreción. Ahora su familia tiene el brazo puesto en todos los sectores —minería, construcción, telecomunicaciones, compañías aéreas, agencias de viaje, granjas, farmacias y hasta discotecas— y ha amasado acciones y tierras hasta convertirse en propietaria de más de 80 empresas y 700 kilómetros cuadrados de terrenos.
Con solo dos de sus empresas familiares, los Kabila controlan licencias de extracción de diamantes a lo largo de 700 de los 2.500 kilómetros de frontera con Angola, hacia donde cruzaron miles de refugiados huyendo del conflicto en Kasai, que ahora regresan tras ser expulsados de los campos de refugiados en territorio angoleño. Muchos refugiados intentan ganarse la vida buscando diamantes en esta zona. Pero, además, la esposa y los dos hijos de Kabila, junto a otros parientes, también tienen licencias de explotación de oro, cobalto, cobre y otros minerales. La minería, aunque sea generalmente informal, constituye el principal sector de exportaciones del país. Además de tener las reservas más grandes del mundo de coltán, el precio del cobalto se ha doblado en el último año, por la demanda de los coches eléctricos, que lo necesitan para sus baterías.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.