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Muere Mario Fendrich, el tesorero de banca que robó 3,2 millones en Argentina

El ladrón entró al Guinness como autor del mayor robo incruento jamás realizado. El dinero nunca apareció

Mario Fendrich a finales de los años 90.
Mario Fendrich a finales de los años 90.Telam

El ladrón más enigmático de la historia del crimen argentino cometió el robo del siglo desarmado, sin que nadie lo viese y en sólo cinco minutos. El viernes 23 de septiembre de 1994, el subtesorero Mario César Fendrich saludó a su esposa y le dijo que después del trabajo se iba a pescar con sus amigos. Pero el plan era otro. Robar una fortuna del banco donde trabajaba y convertirse en el prófugo más buscado del país. Antes de escapar, no pudo con su prolijidad de bancario y le dejó una nota a su superior, Juan José Sagardía: "Gallego, me llevé tres millones de pesos [equivalentes a tres millones de dólares] del tesoro y 187 mil dólares de la caja". Fendrich fue detenido, estuvo preso casi cinco años, pero el dinero nunca apareció. Se llevó el secreto a la tumba: murió el martes por la noche en Cuba, a los 77 años, después de sufrir un accidente cerebrovascular mientras estaba de vacaciones con un amigo.

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Hasta el día del atraco, Fendrich era el primero en llegar a su trabajo y el último en irse. Sus compañeros del Banco Nación de la ciudad de Santa Fe, a 466 kilómetros de Buenos Aires, lo respetaban y sus jefes confiaban en él. Pero el subtesorero -que llevaba 15 años en esa sucursal- pasó de ser un empleado ejemplar a entrar en el Libro Guinness como el autor del mayor robo individual e incruento de la historia.En Santa Fe, hasta hace 12 años, una agencia turística incluía un paseo por el barrio de Fendrich.

Para los investigadores, el robo no fue el intento de salvación de un hombre desesperado. Están convencidos de que Fendrich planeó el robo hasta el último detalle. El viernes en que se convirtió en un impensado ladrón, abrió el tesoro con una copia de la llave del gerente. Desconectó las alarmas, guardó la plata en una caja de madera y programó el reloj de la puerta de la bóveda para que se abriera cuatro días después: el martes por la mañana. Por último, se fugó en su Fiat Regatta rojo.

El lunes 26, el tesorero Juan Sagardía, que volvía de una licencia, no pudo abrir el tesoro. Pensó que Fendrich, su reemplazante, había cometido un error de cálculos, algo que podía pasar. Pero a todos les llamó la atención la ausencia del subtesorero, que siempre llegaba a horario y ese día aún no se había presentado. Por eso llamaron a su casa. "Estoy por hacer la denuncia, no volvió de pescar", dijo angustiada la esposa de Fendrich. La incertidumbre se convirtió en sospecha.

Las autoridades del banco intentaron abrir el tesoro, pero fue imposible. Hubo que esperar un día. El martes, el misterio llegó a su fin: Fendrich se había llevado el dinero. Con su sueldo de 1.200 pesos - dólares tendría que haber trabajado 222 años para ganar el dinero que robó de un día para el otro.

La aventura del subtesorero prófugo duró 109 días. Se dijo que estuvo en Paraguay, que paseó con su amante mucho más joven que él por las playas de Brasil, y que apostó parte del dinero en el casino. El 9 de enero de 1995 se presentó ante la Justicia de Santa Fe. Su apariencia no parecía la de un fugitivo perturbado: estaba teñido de pelirrojo, se lo veía más gordo, tenía barba, lucía un bronceado envidiable, camisa sport y sandalias franciscanas. Cada vez que lo trasladaban a declarar, la gente le pedía autógrafos, vitoreaba su nombre, lo aplaudía o le gritaba "ídolo". Fendrich parecía imperturbable.

Ante la Justicia, el ladrón ensayó una coartada inverosímil. "Me obligaron a robar", dijo. Además, declaró que lo habían secuestrado y que los delincuentes se habían llevado todo el dinero. Nadie le creyó. Se dijo que había comprado estancias, que un grupo de amigos lo había estafado y que un desconocido le sacó el dinero para invertir en la Bolsa. Hasta se sospechó que el botín había sido enterrado en el cementerio privado.

"Era un trabajo poco grato. La rutina a uno lo lo atrapa. Nunca debí haber trabajado en un banco. Ahora soy más libre", le confesó Fendrich al periodista Eduardo Parise pocos años después del robo. Otro reportero, Juan Alonso, lo entrevistó durante dos días. Fendrich le dijo que en la cárcel había más códigos que afuera.

En 2009, una revista de Buenos Aires lo eligió entre los 200 personajes de la historia argentina. Cuando le avisaron, se sorprendió: "¿Es una broma? ¿Voy a estar entre San Martín, Gardel, Perón y Maradona? No quiero aparecer ni en una tapita de gaseosa. Hasta me cambiaría el apellido. Quiero olvidar todo. Mi vida no tiene nada de interesante: soy un pobre jubilado que ama pescar en el río". "Nunca habló del robo y siempre vivió en la misma casa, en un barrio de clase media", dice su exabogado y amigo, Antonio Ciarro. A él le confesó: "Ni muerto vuelvo a hacerlo que hice. Sufrí e hice mucho mal a mi familia".

Lo poco que se sabía de sus últimos años no estaba a la altura de su leyenda: primero tabajó en una parrilla, luego en una fábrica de placas de yeso para cielorrasos y otra de reparación de lanchas. Como le fue mal probó con la siembra de frutillas y al final puso una tienda de lotería. "Tal vez algún día se sepa la verdad", dijo Fendrich hace un tiempo, con tono misterioso. Hace cinco días, en Cuba, tuvo un derrame cerebral. Sus dos hijos viajaron para acompañarlo. Había perdido el habla y estaba inconsciente. Su vida se fue apagando de la misma manera que cometió el robo: sin ruidos, silenciosamente.

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