En busca de un enemigo (Cúcuta, Norte de Santander)
Estos primeros meses han sido la prueba incontestable de que tanto al presidente Duque como a su partido los tomó por sorpresa la llegada al poder
Odio la frase gringa de campaña “¡es la economía, estúpido!”, por manida y por pedante y por cínica, pero detesto todavía más sus parodias: “¡es el electorado, estúpido!”, “¡es la seguridad, estúpido!”. Pronto vendrá, si la idea es dar con el meollo del asunto, “¡es la estupidez, estúpido!”. Venga lo que venga, en estos primeros meses del nuevo gobierno, que han sido la prueba incontestable de que tanto al presidente Duque como a su partido los tomó por sorpresa la llegada al poder, he caído en la tentación de darle vueltas a la frase “¡es el enemigo, estúpido!”. Porque, luego de su ruina en las encuestas por empezar por aumentar el IVA y luego de los análisis apurados pero devastadores sobre el arranque de su gestión –“asediado por los líos, Duque muestra poco sentido de la dirección”, aseguró The Economist–, esa parece ser la estrategia de esta administración uribista para conjurar el mal momento: buscarse un enemigo.
Basta un paneo a los titulares de El Tiempo de estos días para entender de qué hablamos cuando hablamos de “mal momento”: “Identifican a adolescente decapitado en La Unión”, “Repudio por asesinato de niña de seis años en Mapiripán”, “Denuncian masacre ocurrida en el resguardo indígena de San Lorenzo”. Para entender el lío, basta ver al presidente Duque, en la viejísima ciudad de Cúcuta, Norte de Santander, más o menos consciente de que el éxodo de los venezolanos dentro de muy poco va a ser el asunto de fondo para los colombianos. Basta leer que se han revivido las sanciones multimillonarias e injustas contra el exalcalde Petro para recordar uno de los peores vicios de esta sociedad: la aniquilación de los opositores. Para captar el tamaño del enredo, basta ser testigo del video en el que el expresidente Uribe repite “necesitamos que Duque enderece, porque si no, nos va muy mal”.
Sonó a que ya no se acordaba de que el presidente era su invento. Pero quería decir, en ejercicio de la nueva política de la nueva administración, que su pupilo recibió un país torcido e infame. Durante la campaña, que está demasiado fresca en la memoria de las redes sociales, Duque juró por su talante democrático que no iba a “gobernar con espejo retrovisor”. Pero como el uribismo se ha venido quedando sin enemigos, como ya no hay FARC ni hay venezolanización ni hay Maduro sino éxodos y desplazamientos y tragedias sociales en vivo y en directo –y como este gobierno le dio la espalda al pacto histórico que iba a ponernos de acuerdo en que nuestro villano es “la corrupción”–, se ha vuelto a recurrir a la estrategia de campaña de subrayar los errores y los pendientes de los ocho años de Santos: “¡Es Santos, estúpido!”.
Que usen el espejo retrovisor: que se vea si Santos convivió con el clientelismo salvaje; si Uribe estuvo a punto de acabar con las instituciones; si tantos presidentes, de Pastrana hijo a López hijo, gobernaron entre comillas mientras sucedía una guerra civil financiada por las drogas; si el bipartidismo no solo dio pie a décadas de sangre y de barbarie, sino que luego, en son de paz, se especializó en la aniquilación de los opositores al establecimiento; si las confrontaciones brutales fueron dando forma a una república moderna de espíritu confesional; si los libertadores murieron derrotados por el descubrimiento de que habían liberado a un pueblo que no quería ser liberado; si los próceres de la independencia no supieron cómo decirle a España que no era para tanto, que solo querían menos impuestos, que no los dejaran solos con esa raza tan violenta: “¡Es la historia, estúpido!”.
Que usen el espejo retrovisor hasta notar detrás de todo que, en busca de un enemigo que los defina, los colombianos siempre han dado con los colombianos.
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