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Turquía utiliza el caso Khashoggi para ganar influencia frente a Arabia Saudí

Erdogan ha abierto los brazos a la disidencia de Oriente Próximo mientras, bajo su Gobierno, se incrementa la represión contra los opositores locales

El presidente turco Erdogan (derecha), junto al rey saudí Salman, en una cumbre de la Organización para a Cooperación Islámica, en abril de 2016 en Estambul. En vídeo, Erdogan afirma que el asesinato de Khashoggi fue planificado.Vídeo: MURAD SEZER (REUTERS) / REUTERS-QUALITY
Andrés Mourenza

Una de las cuestiones que se debaten, entre bambalinas, tras el asunto Khashoggi son las relaciones de poder en un Oriente Próximo del que Turquía reclama el liderazgo en competición con otros poderes que tradicionalmente lo han ejercido, como Irán, Egipto y, especialmente, Arabia Saudí. El Gobierno de Recep Tayyip Erdogan ha abierto los brazos a los disidentes de estos países mientras, en casa, la represión ha llevado a prisión en los últimos dos años a unas 60.000 personas acusadas de estar relacionadas con organizaciones terroristas, de las que en torno a 150 son periodistas.

El pasado día 8 de octubre, cuando se cumplían seis días sin noticias del periodista saudí Jamal Khashoggi y ya se había filtrado la hipótesis de que podía haber sido asesinado, representantes de varias asociaciones se concentraron ante el consulado de Arabia Saudí en Estambul reclamando justicia. Había abogados egipcios, periodistas sirios, activistas iraquíes y libios, incluso la premio Nobel yemení Tawakul Kerman. Porque, para ellos, la desaparición de Khashoggi no supone sólo la pérdida de un amigo y de un referente, sino que también personifica el miedo a que los tentáculos de los autoritarios regímenes de los que han escapado puedan perseguirles en sus exilios.

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“Pese a que el Gobierno turco mantiene unos niveles de represión contra su propia oposición no vistos en décadas, al mismo tiempo, ha dado la bienvenida a los disidentes de Oriente Próximo con un cierto perfil religioso o político”, explica a EL PAÍS Aaron Stein, experto en política internacional turca del think-tank Atlantic Council.

“Hasta la década de 1990, solían ir a Londres, París o Estados Unidos, porque estos países tenían una política de puertas abiertas con los disidentes. Pero los debates sobre la inmigración en los últimos 20 años han hecho muy difícil vivir allá. Incluso llevar a algún opositor a conferencias en Londres o Washington es cada vez más difícil por los problemas que ponen con los visados”, asegura el consultor político de origen egipcio Mohamed Okda, amigo personal de Khashoggi: “En cambio, Turquía da muchas facilidades para residir, y como tiene una creciente población árabe y es un país musulmán es más fácil integrarse”.

No es algo nuevo, Turquía ha acogido desde hace décadas a la diáspora uigur —con quien comparte ciertos vínculos idiomáticos— pese a las buenas relaciones entre Ankara y Pekín, y también a opositores procedentes de diversos países de Asia Central y del Cáucaso ruso. Y en la ciudad oriental de Van no es difícil encontrar a quienes escapan del vecino Irán por motivos políticos o religiosos. Pero las relaciones con la oposición en los países árabes se han incrementado desde la llegada al poder de Recep Tayyip Erdogan y su partido islamista, y especialmente tras la malograda primavera árabe, que Turquía trató de utilizar para extender su influencia ofreciéndose como modelo de transición.

“Los antiguos poderes coloniales están más interesados en la estabilidad, y esto ha supuesto en muchos casos apoyar a los autócratas de Oriente Próximo. En cambio, Erdogan se ha presentado como el protector de los débiles en la región, lo que le ha granjeado mucha admiración en las calles árabes”, afirma Okda. Desde el inicio de la primavera árabe, representantes de los Hermanos Musulmanes de diferentes países árabes pasaron por Estambul, con agendas que incluían entrevistas con representantes del Gobierno, y cuando ésta fracasó, Turquía sirvió para acoger a quienes huían de la represión. Además, la Coalición Nacional Siria, que agrupa a la oposición al régimen de Bachar el Asad, tiene sede en Estambul, y otras ciudades turcas cercanas a la frontera con el país en guerra han acogido a líderes de diversas facciones rebeldes.

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El islamismo turco no tiene la misma raíz que el de los Hermanos Musulmanes y siempre ha mantenido un tono más nacionalista que el de otras formaciones de esta tendencia. Como explicaba el experto Rusen Çakir a este periodista en una entrevista hace dos años, los islamistas turcos siempre han buscado cierta unidad de la umma musulmana pero bajo su propia égida, reminiscencia del pasado imperial otomano. Una idea que sigue presente en los discursos de Erdogan. “Turquía es el único país que puede liderar al mundo musulmán”, dijo el pasado 15 de octubre.

En los cambiantes juegos de alianzas —“alianzas líquidas”, las define el investigador del CIDOB Eduard Soler Lecha — Turquía ha tomado partido en los últimos tiempos contra el Egipto del mariscal Al Sisi —acoge a simpatizantes del depuesto presidente Morsi y permite a sus medios emitir desde Estambul— y ha defendido a Qatar del bloqueo liderado por Riad. Las relaciones con Arabia Saudí se han deteriorado desde el ascenso del príncipe heredero Mohamed Bin Salmán y su agresiva política exterior, que le ha llevado a estrechar los lazos con Egipto y Emiratos Árabes Unidos, dos países con los que Turquía se lleva francamente mal y que, casualmente, sirvieron de escala antes de regresar a Riad para los dos aviones privados en los que viajaba el equipo de 15 agentes que presuntamente asesinó a Khashoggi.

“Oriente Próximo se ha convertido en una jungla en la que cada país busca instrumentos para extender influencia. Y Turquía ha utilizado el caso Khashoggi para mostrar que tiene poder e impacto”, sostiene Ilke Toygur, analista turca del Real Instituto Elcano. Otro de los objetivos del Gobierno turco, que ha filtrado a los medios detalles de su asesinato sin admitirlos públicamente, ha sido “aumentar la presión a Estados Unidos para que a su vez Washington presione a Arabia Saudí”, según Stein, a fin de debilitar a Bin Salmán y que Riad modifique su política exterior.

Durante la reciente crisis, Erdogan ha conversado por teléfono en dos ocasiones con el rey Salmán Bin Abdulaziz, padre del príncipe Mohamed, y ha logrado que el anciano monarca se ponga al frente de la gestión del caso, reduciendo el tono agresivo que en principio había utilizado Riad y llevándole a reconocer la muerte del periodista. Si, finalmente, Turquía se da por satisfecha con la versión de Arabia Saudí, opinan varios analistas, significará que Erdogan ha obtenido algo por ello, sea en el ámbito económico o político.

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