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Los ultras marroquíes agitan la protesta contra el Estado en los estadios de fútbol

Aficionados radicales de Tetuán y Agadir abuchean el himno de su país, esgrimen banderas españolas y defienden la emigración irregular

Francisco Peregil
Aficionados del Raja Casablanca, durante un partido en su estadio, el pasado 29 de julio.
Aficionados del Raja Casablanca, durante un partido en su estadio, el pasado 29 de julio.Jalal Morchidi (Getty)

Le peña ultra Los Matadores, del equipo de fútbol de la primera división marroquí Moghreb Athlétic de Tetuán (MAT), convocó en Facebook el viernes 28 de septiembre a sus miembros para protestar contra “la política de opresión adoptada por el Estado del Makjzén [del Palacio Real] contra su pueblo”. Estos aficionados al fútbol —que toman su apodo del periodo en el que el club jugó en Segunda y Primera división en España, antes de la independencia de Marruecos— se manifestaban así contra la muerte de Hayat Belkacem, la estudiante de 19 años abatida a tiros tres días antes por la Marina Real cuando intentaba emigrar a España en una lancha motora desde una playa próxima a Tetuán.

En un contexto donde ningún partido político ni sindicato ni asociación civil alzaron la voz para pedir transparencia sobre la muerte de Hayat, los ultras de Tetuán marcharon desde el centro de la ciudad al estadio con camisetas negras en señal de duelo. La policía los dispersó y ellos continuaron gritando: “Con el alma y con la sangre vengaremos a Hayat”, “el pueblo quiere saber quién mató a Hayat”, “¡viva España!”, “el pueblo quiere renunciar a la nacionalidad”. Una vez en el estadio, los radicales silbaron al himno nacional de Marruecos, cosa grave en un país donde se enseña a respetar los símbolos patrios desde el colegio.

Los cámaras que retransmitían el partido no atinaban a silenciar, a ocultar ese sacrilegio. Y al concluir el encuentro, que el equipo local perdió por 1 gol a 4, algunos ultras tiraron contenedores de basuras y dañaron vehículos privados.

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La policía detuvo a un número indeterminado de ellos. Y los gritos de venganza por la muerte de Hayat fueron acallados. A nadie se le escapa que las protestas de Alhucemas se han saldado con más de 400 presos. El propio grupo escribió en su página de Facebook su condena “severa” hacia los actos “aislados” registrados en las calles. También criticó “las detenciones arbitrarias” de algunos de sus miembros y señalaba en el mismo comunicado: “El papel de los ultras se termina en el momento del silbido final del árbitro”.

Sin embargo, el domingo 30 de septiembre, en Agadir, a 853 kilómetros al sur de Tetuán, la mecha siguió corriendo. Ese día se enfrentaban el Hassanía de Agadir contra el Olympique de Khouribga. De nuevo, una parte del público coreó cánticos donde expresaba su deseo de “perder la nacionalidad” marroquí y de nuevo flameó una bandera española.

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El descontento de algunos grupos radicales hacia el Estado ya se venía fraguando desde semanas atrás. El 28 de agosto, algunos días después de que el Palacio Real anunciara su intención de implantar de nuevo el servicio militar obligatorio, suspendido desde 2006, los ultras de unos de los principales clubes del país, el Raja de Casablanca, boicotearon el himno nacional con cánticos del club. Días antes, los ultras del KAC de Kenitra difundieron a través de canciones que no pensaban cumplir el servicio militar.

En el fondo de esas protestas de los ultras subyace el gran problema de Marruecos y del Magreb: el desempleo juvenil y la falta de esperanzas en un futuro. Eso fue lo que llevó a Najat a la patera y a los ultras a la calle. Un editorial del diario Al Ittihad al Ichtiraki advertía el pasado lunes: “Es la primera vez que se eleva la bandera de un país extranjero en una manifestación marroquí a excepción de la bandera de Palestina. Al contrario, en general las banderas de otros países que aparecen en algunas manifestaciones terminan quemadas o pisoteadas como expresión de rechazo al colonialismo o de la ocupación (…). La apología de un país extranjero y de la migración clandestina en una manifestación no es nada corriente. ¡Todos deben asumir sus responsabilidades ante este grupo de jóvenes y adolescentes que sufren el paro y la marginación!”.

El sociólogo Abderrahim Bourkia, autor del libro Des ultras dans la ville, recuerda que en la primavera árabe algunos grupos ultras ya pasaron de las tribunas de los estadios a las reivindicaciones políticas. Y señala que el público del Raja ha coreado cantos a favor del rey pero ha criticado a determinados Gobiernos con versos como estos: “Solo tenemos al rey Mohamed VI y los otros son ladrones que nos desprecian”. Y recuerda también otro cántico: “No queréis que estudiemos, no queréis que trabajemos y no queréis que seamos conscientes, solo nos queréis dóciles y resignados, para que os sea fácil dominarnos y gobernarnos”.

A pesar de esos versos, Bourkia señala que un factor decisivo entre los ultras es que ellos se consideran “apolíticos”. Yunes el Jerrachi, periodista especializado en deportes del diario Ajbar al Yaoum, indica que los actos de los ultras de Tetuán, que él condena de forma explícita, son solo una forma de exteriorizar sus sentimientos ante la muerte de la joven Hayat. “Ellos no tienen ninguna conciencia política”, concluye.

Por su parte, el entrenador de un equipo de la liga marroquí, que solicita preservar el anonimato, indicó: “Los ultras son unos descerebrados, paletos, trastornados, incompetentes mentales. No sé si habrá entre ellos algún filósofo, pero dudo de que tengan una opinión política formada. Un día pueden decir una cosa y al siguiente la contraria”.

Puede que las protestas de los ultras se evaporen de inmediato. Pero con los abucheos al himno nacional y los gritos en favor de la emigración ya han marcado un precedente difícil de imaginar hace un par de años, antes de que comenzasen las manifestaciones en Alhucemas.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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