Macron acusa el desgaste tras la deserción de su ministro estrella
Los repetidos tropiezos cuestionan la imagen de autoridad, eficacia y renovación del presidente francés
Las virtudes de Emmanuel Macron, o como mínimo las cualidades que hace 15 meses le propulsaron a la cúspide del poder francés, han quedado esta semana en entredicho tras una serie de tropiezos e incidentes que acentúan su desgaste en el poder. El presidente con aires monárquicos —o napoleónicos, o como él decía, jupiterinos, pues que quería liderar Francia como un dios antiguo sin embarrarse en la politiquería cotidiana— ve cuestionada su autoridad. El joven de 40 años que iba a transformar las anquilosadas costumbres de la casta gobernante y así revolucionar Francia cae en algunos de sus vicios. Macron titubea.
“Cuando las desgracias llegan, nunca lo hacen como una avanzadilla de solitarios, sino en batallones”, resume este fin de semana el diario conservador Le Figaro, citando a Shakespeare.
El presidente confiaba en que la pausa estival hubiese enfriado el llamado caso Benalla: la revelación de que su jefe de seguridad, Alexandre Benalla, había participado en el operativo policial del 1 de mayo y había agredido a manifestantes.
El caso dominó la actualidad en julio y desembocó en una doble moción de censura. La moción fracasó: la mayoría presidencial en la Asamblea Nacional bloquea cualquier iniciativa de la oposición.
No era un Watergate. Pero la presencia de Benalla en el círculo más cercano del presidente, la sanción mínima que se impuso y las contradicciones y ocultaciones posteriores desde el poder, no dejaron indemne al presidente.
El buen criterio de Macron —casi infalible desde que en 2016 decidió presentarse a las elecciones presidenciales con un bagaje político magro— suscitó dudas. Júpiter era falible.
La página del caso Benalla parecía pasada, pero el inicio del curso abre nuevos frentes. El martes, Nicolas Hulot, ministro estrella del Gobierno y titular de Ecología, anunció por sorpresa, sin avisar al presidente, que dimitía.
La semana se vio salpicada por una polémica menor al describir Macron en Dinamarca a los franceses como “galos refractarios al cambio”. No era la primera vez que el presidente lamentaba, en el extranjero, la resistencia de sus compatriotas a las reformas.
En los mismos días, Le Monde revelaba que Macron nombraría cónsul en Los Ángeles a un amigo suyo y de su esposa, el escritor Philippe Besson, autor del libro, que pasó sin pena ni gloria, Un personnage de roman (Un personaje de novela), una crónica amable de la victoria electoral del presidente.
A estas polémicas se añaden otras de mayor calado: los mensajes contradictorios entre Macron y sus ministros sobre el plan para cambiar a partir de 2019 el método de recaudación el impuesto sobre la renta, y la decisión de que limitar la subida de las pensiones por debajo de la inflación.
"Las dos puntos fuertes de Macron en la opinión pública tienden a debilitarse", comenta Frédéric Dabi, director general adjunto del instituto Ifop. "El punto primer punto fuerte consistía en ser un presidente que preside bien y que se distingue de sus dos antecesores. Pero el caso Benalla, la dimisión de Hulot y nombramiento de Philippe Besson muestran que hay una especie de banalización de Emmanuel Macron". Es decir, Macron está a punto de convertirse en lo que a toda costa quería evitar: un presidente imperfecto, como los demás. Ya no es Júpiter, ni el amo de los relojes, otro apodo que él mismo usaba para explicar que era él quien controlaba los tiempos de la acción gubernamental. "Ahora los acontecimientos se le imponen. Como sus antecesores, ha favorecido a amigos, como Besson o Benalla. Y no ha controlado la marcha de Hulot".
El segundo punto fuerte de Macron era su ímpetu reformador, pero "cada vez más los franceses tienen dudas sobre el significado de las reformas", dice Dabi. "Se instala la idea de que no son justas, de que sólo benefician a los más ricos, a quienes [Macron] llamó los primeros de cordada". También crece la impaciencia por la ausencia de resultados de las primeras reformas, como la del mercado laboral.
La dimisión de Hulot, icono del ecologismo en Francia, deja aún más descubierto el flanco izquierdo del presidente, acusado de gobernar a la derecha. La entrevista en la que el ministro anunció que abandonaba es un pliego de cargos contra el presidente, a quien acusó de pasividad ante una amenaza existencial como es, según Hulot, la que pesa sobre el medioambiente, y de ceder a la influencia de los lobbies, los grupos de presión.
Es fuego amigo, el de Hulot, y por eso más doloroso. Como el que dispara desde hace meses uno de los mentores de Macron, el expresidente François Hollande. Embarcado en una gira para presentar sus memorias, Les leçons du pouvoir (Las lecciones del poder), el socialista Hollande dice haber saludado a 15.000 franceses cara a cara en la firma de ejemplares. Se deja querer tras salir del Elíseo con la popularidad bajo mínimos. Y no olvida lo que considera una traición de su pupilo, quien, siendo ministro de Economía, le abandonó para lanzarse a las presidenciales.
"La primera lección es que hay que tener ideas, convicciones para dirigir el país, uno no puede limitarse simplemente a la gestión y a la acumulación de reformas supuestamente indispensables", dijo el viernes en Cherbourg. No citó ningún nombre pero a nadie escapó a quién se refería.
El presidente prepara el relevo de Hulot
La dimisión del ministro de Ecología, Nicolas Hulot, ha abierto el baile de las especulaciones. Hulot dijo el martes que se marchaba, pero el presidente Emmanuel Macron y su primer ministro, Édouard Philippe, todavía no han anunciado quién lo sustituirá. Entre los nombres que suenan, el del veterano líder estudiantil de Mayo del 68, Daniel Cohn-Bendit, o la exministra, y excandidata presidencial, Ségolène Royal. Ambos pueden dar un barniz progresista al Gobierno francés, pero también están asociados a un pasado con el que el presidente quería romper cuando llegó al poder en 2017. La incógnita es si el cambio se limitará a este ministerio o si Macron aprovechará para cambiar más ministros y dar una sacudida al Gobierno. Hay otros nombres en la cuerda floja, como la responsable de Cultura, Françoise Nyssen. Su antigua empresa —la prestigiosa editorial que ella dirigió, Actes Sud— es objeto una investigación preliminar por una supuesta vulneración del código urbanístico en la ampliación de sus locales en París.
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