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May trata de suavizar el Brexit para desbloquearlo en una jornada decisiva

La primera ministra se enfrenta a conatos de rebelión del sector euroescéptico en una crucial reunión con su Gobierno para consensuar el modelo de relación futura que quiere con la UE

En vídeo: Theresa May debate las futuras relaciones con la Unión Europea.
Pablo Guimón

En la recta final de las negociaciones del Brexit, Theresa May tiene ante sí una ardua tarea: desmontar la utopía construida por los euroescépticos y reconocer que la salida de la UE nunca podrá producirse en los términos fantasiosos que se vendió al electorado. Esa es la vía, como se ha encargado de recordar en las últimas semanas todo el mundo empresarial, para evitar un importante daño económico al país. El coste —de ahí el paralizante juego de equilibrios que viene protagonizando May desde que perdió la mayoría absoluta el año pasado— es la posibilidad de romper su Gobierno y su partido. Este viernes, en una reunión crucial con su Gabinete para “acordar la forma de la futura relación con la UE”, se comprobará si es un riesgo real o no.

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La hemeroteca es inclemente con los guardianes de las esencias del Brexit. Reino Unido podrá negociar “una zona de libre comercio mucho más extensa que la UE para 2018”, escribió David Davis, ministro del Brexit, en julio de 2016. Un año más tarde, el titular de Comercio Internacional, Liam Fox, predijo que el nuevo acuerdo comercial de Reino Unido con la UE sería “uno de los más fáciles de la historia”. El baño de realidad es evidente. Quedan apenas tres meses para que el acuerdo de salida deba estar listo, con margen suficiente para que puedan votarlo en la UE y en el Parlamento británico, y el acuerdo comercial futuro ni está ni se le espera. Por no haber, ni siquiera hay consenso en el Gobierno británico sobre cómo quieren que sea, a grandes rasgos, esa relación futura.

Eso es lo que Theresa May tratará de arreglar, una vez más, este viernes en su residencia de campo de Chequers (Buckinghamshire), donde ha convocado a los miembros del Gobierno para presentarles su nuevo plan. Un boceto de la relación que desea que Reino Unido tenga con la UE tras el Brexit, que quiere publicar y compartir con Bruselas la semana que viene. Se trata de una Tercera vía o, en una muestra de las contorsiones del lenguaje a las que obliga la profunda división en su Gobierno, un “acuerdo de aduanas facilitadas”.

El plan, por lo que se sabe hasta ahora, contiene elementos de las dos propuestas anteriores elaboradas por el Gobierno, que lo describe como “lo mejor de los dos mundos”, en la medida en que combina el comercio sin barreras con la UE con la libertad de Reino Unido para fijar sus propios aranceles. La idea es que a los bienes que lleguen a Reino Unido se les aplicará el arancel que fije Londres. Y a las mercancías que pasen por Reino Unido pero cuyo destino sea la UE, se les aplicará el arancel europeo, potencialmente mayor, que será remitido a Bruselas. El funcionamiento del plan, explica el Gobierno, requiere una tecnología que aún no existe o no ha sido probada, para evitar que los puertos británicos se conviertan en paraíso del contrabando.

Lo esencial de la propuesta de May es que perseguiría un área de libre comercio con la UE en bienes (en servicios el plan está aún menos maduro), en la que Reino Unido continuaría totalmente alineado con la normativa europea para evitar controles fronterizos. Salvaría así el delicado asunto de la frontera terrestre con Irlanda, y no perdería la posibilidad de firmar sus propios acuerdos comerciales con terceros países. Pero eso implicaría que el Parlamento británico básicamente copiaría la normativa europea a la suya propia, sin haber participado en su elaboración. Algo que, claro, no tiene mucho que ver con el plan que los defensores del Brexit vendieron a sus votantes.

He ahí el dilema al que se enfrenta el sector duro en la reunión del viernes: aceptarlo y continuar la lucha desde dentro, o rebelarse y tratar de derribar a May sin ninguna garantía de éxito. El cónclave será la prueba definitiva del poder de los rebeldes.

La cita en Chequers ha estado precedida por los rituales previos ya habituales del sector duro: advertencia del diputado Jacob Rees-Mogg, cabecilla del euroescepticismo más recalcitrante, de que May está traicionando la esencia del Brexit; defensa pública a Rees-Mogg por parte de Boris Johnson, ministro de Exteriores, después de las consiguientes críticas del sector moderado; carta de David Davis a May “filtrada” al conservador The Daily Telegraph, en la que el titular del Brexit le advierte a la primera ministra de que pierde el tiempo, porque Bruselas nunca aceptará una propuesta como la suya.

Pero esta vez el sector duro ha ido todavía más lejos. Boris Johnson convocó el jueves en el Foreign Office a siete ministros de su bando para discutir sobre sus preocupaciones y su estrategia para la reunión que empieza este viernes a las 10.00 en la residencia de campo de la primera ministra en Buckinghamshire.

El sector más proeuropeo, liderado por el ministro de Economía, Philip Hammond, y respaldado por las voces de alarma que se han sucedido en las últimas semanas en el mundo empresarial, también se muestra dispuesto a dar la batalla. Y la propia primera ministra tampoco ha estado parada: en un intento de fortalecer su propuesta, el jueves se reunía en Berlín con la canciller Angela Merkel. “La primera ministra confirmó que mañana [por este viernes] el Gobierno tomará en consideración y decidirá un avance sustancial, que permitirá que aumente la velocidad y la intensidad de las negociaciones”, explica un portavoz.

May sabe que es necesario consensuar este viernes una postura para poder desbloquear las negociaciones. Los rebeldes guardianes del Brexit deberán decidir si permiten que siga el juego o si rompen la baraja.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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