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Argentina recupera el liderazgo perdido

Carlos E. Cué
Miles de personas festejan la aprobación de la despenalización del aborto en Argentina.
Miles de personas festejan la aprobación de la despenalización del aborto en Argentina.David Fernández (EFE)

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que Argentina era sinónimo de modernidad. Buenos Aires sorprendía con sus avances tecnológicos —su metro se inauguró en 1913, seis años antes que el de Madrid— y sus edificios, como el fastuoso palacio Barolo (1923), no tenían rival en toda Latinoamérica. Competían incluso con Nueva York. Intelectuales universales como Federico García Lorca pasaban de la Gran Manzana a Buenos Aires —se quedó seis meses— para vivir su explosión cultural. Antes había llegado José Ortega y Gasset buscando lo mismo.

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Las sucesivas crisis hicieron que Argentina perdiera ese liderazgo. La economía sigue con serios problemas y no será ella quien se lo devuelva, al menos a medio plazo. Pero por debajo de esa crisis eterna, que le ha llevado a pedir de nuevo ayuda al FMI, en la sociedad argentina, y en especial las mujeres y hombres más jóvenes, crecía un impulso modernizador que ha arrastrado a los políticos y este jueves, con la aprobación parcial de la ley del aborto, permitió de forma inesperada que el país recuperara de repente el liderazgo regional perdido.

Si se logra aprobar también en el Senado, algo mucho más complejo porque allí tienen más fuerza las regiones del interior más conservadoras, Argentina se colocará donde había estado en su época dorada: a la vanguardia del continente.

Ya lo logró con la ley de matrimonio homosexual, una de las primeras de la zona, pero faltaba el aborto, la gran batalla. Hace muchos años que Uruguay, el pequeño vecino al que muchos argentinos menospreciaron, les adelantó con la despenalización del aborto, la laicidad del Estado, la legalización de la marihuana. Pero Uruguay, por su tamaño, nunca aspiró a un liderazgo regional. Argentina sí lo quiso y lo tuvo. Ahora puede recuperarlo gracias al empuje de una sociedad viva que no duda en tomar la calle para exigir avances.

La presión social ha sido enorme. Solo así se explica el giro de varios diputados que hace solo tres meses estaban totalmente en contra. Algunos, presionados por sus propios hijos, argumentaron su cambio con gran dramatismo, a la argentina. Hubo muchos llantos en el Congreso y por un momento hasta se borró el odio entre macristas y kirchneristas, porque algunos votaron juntos a favor de la ley. Varios aplaudieron entre lágrimas el discurso de la macrista Silvia Lospennato. Pero fue la sociedad, y no la política, la que logró recuperar ese liderazgo.

Esta gran revolución incruenta estalló en el país del papa Francisco, que ha mostrado al mundo que ya no controla ni su casa, a la que ni siquiera se ha animado a volver desde que fue elegido. Un golpe durísimo para él y la poderosa Iglesia argentina, que aún intentará recuperarse en el Senado. Podrá lograrlo por muy poco, pero la ola de modernidad ha llegado para quedarse en Argentina, y ya todos saben que es cuestión de tiempo que se imponga. Basta ir a cualquier universidad o instituto argentino. Allí la resistencia conservadora que aún tienen algunos de sus padres no existe.

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