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30 oficiales de la Armada de EE UU, acusados de dejarse corromper con sobornos, prostitutas y Dom Pérignon

El sumario del mayor caso de cohecho en la Marina de guerra de EE UU revela cómo un proveedor logró información secreta y contratos con sexo y lujos

J. M. AHRENS
De izquierda a derecha, los almirantes Terry Kraft, Michael Miller, and David Pimpo.
De izquierda a derecha, los almirantes Terry Kraft, Michael Miller, and David Pimpo.

El Gordo Leonard tenía un olfato mágico. Un don especial para corromper todo lo que tocaba. Con 180 kilos de peso y una sed de oro insaciable, Leonard Glenn Francis, de 53 años, logró crear un pequeño imperio empresarial hundiendo en el fango a la mismísima Armada de Estados Unidos. Desde 2006 a 2013 recibió información secreta de alto nivel y contratos militares gracias a una vertiginosa concatenación de bacanales que él personalmente organizaba para los orgullosos oficiales de la Navy. Carruseles de prostitutas asiáticas, cenas de 50.000 dólares en suites de hoteles de máximo lujo, sobornos en efectivo de 120.000 dólares, relojes Ulysee Nardin de 25.000, botellas de coñac de 2.000, cajas de cohíbas… Incansable, las prácticas de El Gordo Leonard, como le llamaban los marinos, han derivado en el mayor escándalo de la historia de la fuerza naval estadounidense: 30 oficiales y marinos han sido acusados y 60 almirantes investigados (2 de ellos imputados y 6 sancionados).

Loenard Glenn Francis con un almirante no imputado.
Loenard Glenn Francis con un almirante no imputado.

El sumario, cuyos detalles ha revelado ahora The Washington Post, muestra el asombroso cóctel de sexo y basura del que se sirvió Glenn para su negocio. La trama era sencilla. Su compañía, radicada en Singapur, se dedicaba a la logística y su objetivo era prestar servicio a la Navy. Para ello, nada mejor que conocer sus rutas y necesidades. Y también a su puente de mando.

La infiltración tuvo como blanco preferente el USS Blue Ridge. De 190 metros de eslora, es el buque insignia de la VII Flota. Controla las operaciones en Asia y el Pacífico oriental. 70 barcos y submarinos, 300 aviones y 40.000 efectivos. La mayor fuerza naval de EEUU. Un inmenso negocio.

En un primer paso, Glenn cultivó la amistad de un puñado de oficiales con los que trataba habitualmente como proveedor. Hombre conocido por su buen humor y sus maneras fáciles, no tardó en hallarles el punto débil. Y a partir de ahí fue extendiendo la telaraña.

Solo para los oficiales del Blue Ridge, la fiscalía ha descubierto que organizó 45 orgías y gastó más de un millón de dólares en comidas, licores, cohíbas, entradas a conciertos y trajes a medida. La confianza era tal, que cuando el buque insignia llegaba a puerto, ahí les esperaba Glenn con su limusina y el Dom Pérignon. Lo que venía después era pura adrenalina.

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Las juergas, siempre según el sumario, podían durar dos días y se celebraban en hoteles de cinco estrellas, como el Shangri-La, de Hong Kong, o el histórico Manila, en la capital de Filipinas, donde se alojó en los años treinta el general Douglas MacArthur. “Aquello era una locura, no parábamos de beber”, ha declarado un comandante.

El primer acto consistía en una cena o comida en los mejores restaurantes. Luego, apartaba a los marinos de las miradas indiscretas y se los llevaba a otro escenario. Podía ser la suite presidencial o el helipuerto del hotel. Entraban entonces en acción lo que Glenn llamaba sus “cuerpos de operaciones especiales”. Cuadrillas de prostitutas y strippers de China, Indonesia, Rusia, Mongolia o Filipinas que acudían por oleadas. Era lo que llamaban el carrusel.

Había pocos límites. Y la degradación del puente de mando del USS Blue Ridge fue en aumento. Algunos oficiales no tenían recato en pedirle dinero prestado para sus deudas, y otros se volvieron prácticamente sus espías. Le facilitaban los movimientos de la VII Flota, le concedían contratas de repostaje, reparación y suministro, cambiaban los itinerarios para atracar en los puertos donde él ofrecía servicio y hasta le avisaban de la presencia de inspectores.

Tal era la fama de sus fiestas que entre los marinos se le pasó a conocer como Leonard La Leyenda. Pero la gangrena no pasó inadvertida. La frecuencia con que la VII Flota facturaba a su compañía empezó a levantar sospechas. En 2010 se abrió una investigación secreta y tres años después la fiscalía le capturó en San Diego. No tardó en confesar. Ahora, está a la espera de juicio y se enfrenta a 25 años de cárcel. Entre los marinos, aunque 20 de los 30 imputados se han declarado culpables, las sospechas siguen sin apagarse. Hubo demasiada corrupción durante demasiado tiempo.

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Sobre la firma

J. M. AHRENS
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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