La segunda travesía de los niños valientes de las pateras
Malick Doumbouya es uno de los miles de menores que cada año llegan sin un adulto a Europa. Quiere estudiar una carrera y jugar en Alma de África. Vino de Guinea Conakry con 17 años. El mismo sistema que le acogió le dejó solo al cumplir los 18
Hay bullicio en un piso de la plaza del Maestro Teófilo, en Jerez de la Frontera (Cádiz). Detrás de la puerta, una veintena de jóvenes extranjeros sofocan las risas y hablan cada uno en un idioma: árabe, bambara o francés. Algunos juegan al parchís, otros buscan alguna señal de WiFi sentados en el sofá del luminoso salón. Casi todos llegaron a España de niños y fueron tutelados por el Estado hasta la mayoría de edad. “Yo salí del centro de menores el día que cumplí 18 años, el 8 de marzo. El problema es que salí sin ninguna información, y sin ningún título", explica Malick Doumbouya en voz baja. Ni siquiera tenía un documento que le identificara, salvo una inservible partida de nacimiento de su país de origen.
Bajito y esbelto, con grandes ojos negros y una sonrisa amplia que se abre en el rostro imberbe, Malick había llegado a España en patera nueve meses antes. Todo estaba organizado: un amigo le acompañó en moto desde su aldea en Guinea Conakry hasta la frontera con Malí, otro le indicó el camino para Marruecos. Tenía 15 años. Solo se le olvidó una cosa: la burocracia española. Al cumplir los 18, acabó en el piso de Maestro Teófilo gestionado por Voluntarios por Otro Mundo, la misma ONG que le ayudó a conseguir el permiso de residencia que se otorga a los extutelados pero que no autoriza a trabajar. “No sé por qué hacen eso”, se pregunta antes de mirar por la ventana si han llegado al campo de San Telmo los jugadores de Alma de África, el equipo de fútbol de inmigrantes que sirve de hilo conductor a esta serie The New Arrivals y en el que Malick entrena a la espera de ser fichado.
Al igual que Malick, cientos de niños entran cada año clandestinamente a España. Ante la ley, son menores. Pero llegan en un viaje que requiere una osadía y un ingenio que ya quisieran muchos adultos. Para un español los 18 años significan conducir y votar; para un inmigrante es la delgada línea entre dos mundos. “Lo condiciona todo”, recalca Catalina Perazzo, investigadora de Save the Children. Significa tener derecho a que el Estado de acogida le proteja y documente, o ser candidato a que lo expulse. “Debería primar su condición de niño sobre su condición de extranjero”, añade Perazzo. Esta experta sostiene que a menudo las autoridades les tratan primero como inmigrantes y luego como niños. Por ejemplo, cuando ponen en duda la edad en sus pasaportes.
Aunque ya no llegan a España tantos adolescentes en patera sin un adulto como hace una década, ha habido un aumento reciente (en 2016 arribaron 588 tras un alza del 42% sobre el año anterior y un repunte del 85% entre 2014 y 2015, según la Fiscalía). Es una cantidad pequeña si se compara con el fenómeno a nivel europeo: unos 33.000 menores llegaron solos a Italia, Grecia, Bulgaria y España en 2016, según Unicef.
The New Arrivals
Cuatro millones de inmigrantes han llegado a España en dos décadas en avión, en patera o saltando la valla. Más de un millón de personas pidieron asilo en Europa en 2016. EL PAÍS cuenta, en un proyecto de 500 días con los diarios The Guardian, Der Spiegel y Le Monde, cómo se adaptan estos nuevos europeos y cómo Europa se adapta a ellos. Una mirada a un fenómeno que está transformando España y el continente
Las autoridades españolas tenían tutelados a casi 4.000 niños extranjeros ese año, incluidas más de 500 niñas. En Melilla se concentra un 25% (casi 1.000 entre 86.000 melillenses en 12 kilómetros cuadrados) y en Andalucía otro 25%, por lo que “el Observatorio de la Infancia, donde están Gobierno, Comunidades Autónomas y ONG, ha propuesto un plan de reubicación nacional para aliviar” a esos dos territorios, explica Perazzo. Dos de estos tutelados murieron en diciembre y enero en Melilla. El Defensor de Pueblo investiga las circunstancias.
En 2017, 28.300 personas entraron a España de forma irregular, la cifra más alta en una década, según la ONU. Unos 9.000 llegaron en patera a las costas andaluzas. Alicia Núñez, jefa del servicio de los centros de menores de Andalucía, admite que fue un año complicado. “Atendidos en 2017 (en Andalucía, según datos provisionales)... 4.163 MENAS”, el término usado en jerga burocrática para los menores extranjeros no acompañados. En su mayoría marroquíes (70%), ha habido un repunte de argelinos, además de marfileños o guineanos, precisa la funcionaria. El pasado verano, los sindicatos denunciaron la saturación de los centros mientras la Junta andaluza tomaba la polémica decisión de alojar a unos 60 menores en un camping. “Ha habido muchísimos momentos de sobreocupación”, admite Núñez, “pero no puedes tener disponibles centros vacíos por si acaso”.
Malick pasea bajo la llovizna con su amigo Mamourou delante del lugar donde se conocieron: el centro de menores Manuel de Falla, en Jerez. Con 18 plazas, este bloque incrustado en la esquina de un barrio residencial llegó en 2017 a acoger a 60 adolescentes. “Cuando hay más gente tiene que dormir alguno en el suelo”, asegura el guineano. En el vestíbulo cuelgan unas fotos de niños en blanco y negro. Una educadora explica que hace un par de décadas trabajaba principalmente con españoles. “Luego hemos tenido que aprender nuevos idiomas, costumbres, comidas, religiones, culturas”, enumera.
"Debido a esa saturación de los centros, los programas de inclusión se han abandonado, actualmente solo hay atención primaria", sostiene José Carlos Cabrera, investigador de la Universidad de Granada y extrabajador del centro El Cobre de Algeciras (por el cual pasaron algunos jugadores de Alma de África). Según este experto la sobreocupación es el último síntoma de un sistema deficiente en origen. “Atendemos a jóvenes (...) en un centro de protección de menores. No atendemos a extranjeros”, razona. Añade que la actual estructura de acogida fue diseñada en los años veinte para niños españoles.
Cada uno de esos niños marroquíes que ha llegado a España en los últimos años tenía sus motivos. “Pero no siempre les empujan la búsqueda de trabajo o la pobreza. Desean moverse. Marruecos es, con México y Filipinas, uno de los receptores de remesas más importantes. Muchos servicios españoles de atención al cliente están en Marruecos, los caracoles que se comen en Sevilla vienen de Larache, la ropa de Zara se cose aquí. Todo a su alrededor está en movimiento. La movilidad es aquí una forma de promoción social. Y ellos también quieren ser sujetos globales… ver la torre Eiffel, conocer el estadio del Madrid”, explica por teléfono desde Tánger la antropóloga Mercedes Jiménez, que lleva 20 años en Marruecos.
Nour no sabía qué le esperaba en Melilla. Este marroquí, centrocampista en Alma de África, cuenta que cruzó la frontera con nueve años junto a su hermano un año mayor. Considera que tuvo suerte. En el centro de menores estudió y jugó al fútbol; luego vino a la península y ahora, con 23 años, cursa un grado superior. El próximo paso: pedir la nacionalidad española. Su hermano no puede decir lo mismo. Se escapó.
Más de 800 niños se fugaron de los centros de menores en 2016. Algunos por el trato recibido, otros por rebeldía; la mayoría porque tiene otro proyecto migratorio. Ayoub, marroquí de 19 años, escapó de una decena de ellos antes de cumplir la mayoría de edad. “Me gusta estar solo”, alega. Delgadísimo, con un pañuelo negro atado en la cabeza, lleva seis meses viviendo en un edificio inacabado en Jerez que se asoma a un patio cubierto de basura y barro. No tiene electricidad, ni agua, ni cristales en las ventanas. “Vine porque siempre en Marruecos dicen ‘¡España! ¡España tiene dinero!’”, asegura este joven que cruzó el Estrecho con 11 años escondido en un barco. Ahora se pasa las tardes deambulando por la ciudad junto a otros extutelados que duermen en pisos de acogida o en albergues. En parte se arrepiente: “Creía que aquí iba a buscar un futuro, pero después… sigo soñando todavía”.
El desafío que suponen los menores no acompañados es antiguo. A mediados del siglo XIX las autoridades de Nueva York se deshicieron de 200.000 críos alemanes, italianos e irlandeses que habían llegado solos, no en patera sino en transatlánticos, embarcándolos en trenes que iban al inhóspito Medio Oeste, recordaba la columnista Valeria Luiselli en este diario. Ya se buscarían la vida. Problema resuelto.
El mundo y la atención institucional han progresado. Pero existe aún mucho margen de mejora. La catedrática de Derecho y especialista en menores Isabel Lázaro, de la Universidad Pontificia Comillas, enumera los “gravísimos problemas que hay en general. Y luego está Melilla, que es punto y aparte”. Sostiene que “no existe voluntad política de identificar a los menores, los procesos para determinar la edad no garantizan los derechos del menor, al final el fiscal decreta (si es mayor o menor de 18) y no se puede recurrir”. Añade que las autoridades tampoco se esfuerzan tanto como exige la ley por identificar si estos chavales requieren “protección internacional (asilo) o son víctimas de trata”. Hasta aquí solo los obstáculos en la fase 1: determinar si el extranjero tiene 18 o no. La consecuencia es de calado. “Un error en determinar la edad significa que tenemos niños en la calle pasando por adultos”, recalca Sara Collantes, de Unicef.
Lo han probado en su piel los adolescentes que han acabado en CIEs, centros donde se interna a extranjeros adultos en situación irregular antes de expulsarlos. En diciembre, una decena de menores fue recluida en Archidona (Málaga), en una cárcel sin inaugurar que el Ministerio del Interior usó como CIE aunque la ley prohíba emplear semejantes espacios para ese fin.
Modou cumple en mayo 12 años en España. “¡12 años sin papeles!”, se queja mientras ojea enfadado el final del partido: Alma de África, donde juega como extremo, pierde 3-4 contra el Tarifa. Senegalés, cuenta que llegó a España con 15 años pero nunca pisó un centro de menores. “Si llego a ir, ¡hoy en día ya tendría mi nacionalidad española!”. Arribó a Canarias en 2006 en plena crisis de los cayucos, y la policía le registró como menor. La sorpresa llegó de Senegal junto a sus documentos: su padre le había inscrito en el registro civil con tres años más. “Tengo 26 años, pero en los papeles tengo 29”, resume.
Atender a los menores migrantes requiere un esfuerzo mayúsculo, dificultado por lo que Collantes califica de “un cóctel que genera absoluta desprotección”. Se refiere a la maraña leyes e instituciones que se entrecruzan en la atención a los inmigrantes que llegan sin un adulto. “Existe tal complejidad jurídica, con una regulación que incluye [las leyes de] extranjería, asilo y protección del menor, una multiplicación de actores con un reparto de competencias en varios niveles [Estado, Comunidades Autónomas…] que da una falta de uniformidad que genera desprotección”. Por ejemplo, la probabilidad de ser considerado menor de 18 varía notablemente según la comunidad autónoma. Las pruebas de edad son polémicas y tienen un margen de error inmenso, 18 meses.
Núñez precisa que más del 70% de los niños acogidos en Andalucía tiene más de 16 años. “De esos, un 52% tiene entre 17 y 18, o sea tenemos muy pocos meses para identificarlos, conseguir su documentación, hacer una integración social y laboral”. Las ONG critican la lentitud institucional para declarar a un menor desamparado, asumir su tutela y abrir el paso a tramitar sus papeles, su permiso de residencia (no de trabajo). “Aunque el protocolo MENAS reduce el plazo a tres meses, depende mucho del educador, del centro de acogida, de la ciudad autónoma o comunidad e incluso del delegado del Gobierno”, según la experta de Save The Children.
El Defensor del Pueblo y los activistas critican que los niños no acompañados con permiso de residencia tengan prohibido trabajar cumplidos los 16 años. “No es acorde al interés superior del menor y los discrimina respecto a los menores acompañados”, dice en su informe anual. Es decir, si viniste con tus padres o un hermano adulto, puedes trabajar; si no, no puedes. José Miguel Morales, secretario general de la asociación Andalucía Acoge, explica que este permiso está pensado para los hijos de migrantes que con 18 años se quedan con los padres. “El problema es que no existe una medida específica para estos chavales”, lamenta, “y lo grave es que se podría hacer de ellos unos profesionales”.
Para Malick lo más duro no fue el viaje, ni los meses en el bosque antes de subirse a una patera. Lo más difícil fue vivir en el centro de menores, y estudiar lo que más echó en falta. Sueña con ser economista, y pensaba que en el Manuel de Falla podría conseguir algún título. “Los requisitos para acceder a la educación formal se han endurecido”, explica Perazzo. Malick hizo un curso ya cumplidos los 18 gracias a la ONG CEAin. Un restaurante le ha contratado como ayudante de cocina y finalmente puede cambiar su permiso de residencia a trabajo.
Mientras, está pendiente de que el Consulado le dé su pasaporte. Ya ha ido a Madrid a solicitarlo, y ha aprovechado para hacerse una foto delante del Bernabéu, donde juega su equipo favorito. El documento es indispensable para ser fichado en Alma de África. “Quiero jugar con ellos. Todo el mundo me trata bien, me consideran como su hermano”, asegura. Tiene miedo a que no lo quieran de titular porque no es lo suficientemente alto. “Pero me defiendo yo mismo. Agarro la pelota y me defiendo muy bien”.
The New Arrivals: El viaje de los menores extranjeros que llegan solos a EspañaTe presentamos en directo nuestro nuevo capítulo de #TheNewArrivals. Hoy te contamos cómo es el día a día de los menores que llegan solos a España de forma irregular http://cort.as/-1ZhK
Gepostet von El País am Mittwoch, 7. Februar 2018
El proyecto The New Arrivals está financiado por el European Journalism Centre con el apoyo de la Fundación Bill & Melinda Gates.