Para empezar el final
Es el último año en México de un oprobioso sexenio presidencial donde se privilegió la ignorancia funcional y el descarado despilfarro
Antes de que nos inunde el alud de promesas y fatuas esperanzas de los candidotes y candidatos, antes de que nos distraiga algún placebo sensacionalista y antes de que empiece formalmente la tortuosa cuesta de este enero ya dieciocho, sería loable cerrar por un momento los párpados y guardar un minuto de silencio por los cientos de desaparecidos y los más de 100.000 muertos que se suman sin nombres o apellidos en la creciente estadística diaria de las recientes desgracias mexicanas y aprovechar la reflexión para honrar a las miles de mujeres violadas, asesinadas y desaparecidas en las diferentes madejas del horror que nos hemos tatuado con pasmosa cotidianidad. Alarguemos los segundos de ese minuto para que dure por lo menos once meses y así digerir son serenidad y justicia que empezamos en este enero el último año de un oprobioso sexenio presidencial donde se privilegió la ignorancia funcional y el descarado despilfarro: una retahíla de gazapos y liviandades que van desde el despiste ocasional a la errata imperdonable, el petardo del teleprompter y la simulación vergonzante, la ceremonia de pacotilla y la improvisación administrativa, amnesia cívica y geográfica, dislexia y dispepsia, maquillaje y desprecio.
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Hagamos el recuento de lo inexplicable: la crónica al filo de la amnesia y al margen de la verdad histórica convertida en mentira oficial de los 43 estudiantes desaparecidos y asesinados en Guerrero, y que alguien redacte los hilos de la parejita municipal que robó, huyó y capturaron para nada, los enredos del entonces gobernador y sus circunstancias, el presidente que se perdió al día siguiente de los hechos en un bosque de la China, el mercado del opio y el color de las amapolas, el tren bala a Querétaro y el contrato que ganaron los propios chinos para perderlo, la casa blanquita de los siete millones y medio de dólares que se compró con el sudor de las telenovelas y cuya dueña justificó con un regaño generalizado en un patético video digno de otro culebrón y la retahíla de gobernadores rateros que aprendieron a robar mucho antes de llegar hasta dónde llegaron y cuyos botines siguen intactos aunque se venda el placebo de una supuesta justicia y el devenir inquietante del delirio que merezco abundancia y la confusión entre Paraguay y Uruguay y la genialidad de invitar al otrora millonario Donald J. Trump a la residencia oficial de Los Pinos como si ya fuera presidente de los Estados Unidos como para darle el espaldarazo internacional que necesitaba el infinito payaso del mechón alucinante para consolidar su asonada y espetarnos su Muro en nuestras propias narices y sumemos entonces la multiplicación de las mentiras y corazonadas que nada tienen que ver con la bondad cotidiana de quienes no siempre tienen que tener la razón en todo y la sincera honestidad de quien poda un jardín a la espera de que le paguen las horas sin recibo ni propina, o el niño que hace la tarea esperando que la calificación que le imponga la maestra no dependa del color de su piel o del apellido de su padre o el maestro que se desvive por llegar a tiempo al aula, sin haber desayunado y sin contar con buenas migas en el sindicato que le exige horas nalga en los desfiles de desagravios inventados o reclamos impuestos o los impuestos que se pagan sin saber a dónde va a parar el dinero, tal como las contribuciones humanitarias que llegaron en tropel para damnificados de diversas tragedias o por lo menos dos terremotos donde una nueva generación levantó el puño en alto a la sombra de una niña mártir inventada por la televisión en vías de desaparecer y quizá sea mejor cerrar otra vez los párpados y agradecer la llegada de otro enero donde habrá por lo menos un expendio de quesadillas que pretende aliviar el hambre de alguien con cierta higiene y algún taxista que no recurra al engaño y algún dependiente que no acostumbre el abuso y una señora que evita los chismes y un adolescente que quiere estudiar química o el futbolista que realmente ama la camiseta con la que juega y el lector que abre por primera vez la enésima lectura de un libro que creyó memorizar en tinta hace varios años o la música callada de tanta grandeza que no merece quedar manchada en la proliferación de la mala definición de México cuando se niega el empeño de miles o la calidad de la melcocha o la verdura del apio o la mera neta que eleva por encima de tanto desahucio y desgracia la mejor cara de un país polifacético que es capaz –inexplicablemente—de empezar el año, el mes, el día o lo que sea, dando por terminado lo que afortunadamente nos lastra y lastima.
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