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Tribuna
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El derecho a ser uno mismo (Boavita, Boyacá)

Colombia, un país en el que más de cien personas LGBT son asesinadas cada año

Ricardo Silva Romero

Se ve que hace frío. Va la cámara, como un carro, por la carretera. Y, luego de cruzarse con los animales de la vereda, se tropieza con la espalda ancha de la protagonista de este documental estupendo: Señorita María, la falda de la montaña. La señorita María del título nació hombre en los años setenta, de una hermana violada por su hermano, pero se sintió mujer muy pronto y hoy lo es. Y sucedió en este lugar: en Colombia, en el departamento de Boyacá, en el municipio de Boavita. En una tierra muda, ultracatólica, ultraconservadora, testigo de la policía salvaje de los peores días de la Violencia bipartidista. En un paraje verdísimo que después de todo –de la religión, de la política, de la cultura– sigue siendo un enigma: quizás lo mejor de esta película tan bella sea el retrato, como sacado del romanticismo del siglo XVIII, de un yo que se defiende y se reafirma en la naturaleza.

Señorita María, uno de los 57 largometrajes colombianos terminados este año, ha conseguido encontrarse con su público en una cartelera de cine vigilada por Liga de la Justicia. Debe ser porque ni su retrato ni su personaje podrían ser más relevantes: la señorita María, que tiene un dulce rostro de piedra, consigue ser ella misma a pesar de todo –de eso se trata– mientras cuenta que se bautizó a sí misma en el nombre de la Virgen, viste de falda porque es mujer pero también porque detesta los pantalones, vive en la casa perdida en las montañas en donde su mamá murió y la dejó sola, corta leña y carga bultos y arregla cosas porque desde niño sabe trabajar, se asoma a su álbum de fotos con desilusión, pasa por la vereda y por el pueblo aunque la silben y se rían, canta “reine Jesús por siempre…” y camina y va a misa con sus amigos y sus amigas de la región, y “si no fuera por ellos qué vida sería la mía…”, dice.

Y lo dice en una sociedad en la que no está garantizado el derecho a ser uno mismo. Y lo dice en un país en el que más de cien personas LGBT son asesinadas cada año. Y lo dice en una campaña presidencial en la que una coalición de derecha ha empezado a renegar del estado de la familia, de la educación sexual, del matrimonio gay, de la adopción homoparental, de una supuesta “ideología de género”, del condón.

Señorita María es el quinto largometraje de un artista incansable que ha estado preguntándose cómo se ha sobrevivido a la violencia, cómo se ha sobrevivido en los márgenes. Se llama Rubén Mendoza. Nació en 1980 en la misma Boyacá oscurecida en la que nació su retratada, su señorita María, unos años antes. Ha vivido entre el cine desde que se vio obligado a hacer algo con su vida. Es el autor de trabajos tan serios e implacables como La sociedad del semáforo, Tierra en la lengua y El valle sin sombras. Y es tan clara su voz y es tan merecido su prestigio que el pasado jueves 30 de noviembre, en una proyección del documental en una sala de cine del norte de Bogotá, fue suplantado por un hombre que quería llevarse sus aplausos y premiarse con su nombre: no es nada fácil ser uno mismo aquí en Colombia.

La señorita María ha sabido ser ella misma en su paraje del mundo, en su casa, en su cuerpo. Ha estado haciéndolo lejos de todo, a salvo en la naturaleza, como visitando la realidad de tanto en tanto: nadie es raro cuando está solo. Pero este documental que es un elogio de la identidad no es una invasión a su drama, ni una exhibición de su figura en la feria de estos tiempos, sino el encuentro definitivo con los otros para el que se ha estado preparando desde que nació. Aquí está la señorita María. Se despierta triste cuando sueña que ha quedado embarazada. Y por estos días se mueve sin miedo entre una sociedad endogámica que lo ha hecho todo para ser temida.

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